Bonifacio Byrne
De nuevo la espiral de la casa,
sus cimientos de orgasmos y aludes,
sus
imprecisas sombras en la pared,
la que da al viento y al espacio,
la pared que flota y se transparenta.
Vuelvo en la bufanda de antaño,
con las botas de siete leguas
y los gladiolos azules de un poema.
Allí encuentro en el ámbar a un insecto
etéreo
que atrapado quedó en su vientre,
panza de ámbar entre la hojarasca
marchita.
La casa vacía su añoranza,
sus símiles y artefactos para el miedo,
o, mejor dicho, para combatir el miedo.
La casa agita su estructura,
traduce sus palabras a un idioma que no sé.
La casa ajusta sus mitades
y absorbe mis sentidos,
como un reloj que marca despiadado
el grito de las horas.
como un reloj que marca despiadado
el grito de las horas.
Allí está Ella, con su delantal
de impaciencia;
bajo el delantal su vestido de carne
dulce,
tibia carne de blanca escarcha,
escarcha leve de tibia carne.
Allí está Ella, en la casa que perdura,
en la mesa que se agota,
en el agua que se hierve.
Ella es la casa y la casa es Ella.
No hay soles que se
desplomen
ni animales de rara estirpe
más allá de este paisaje,
sólo Ella y yo y una cama de humo.
Sólo Ella y yo y el vacío
y la noche y las aguas que rajan los espejos
y esos corazones en volutas
que en las telarañas quedan colgando
Sólo Ella y yo y el vacío
y la noche y las aguas que rajan los espejos
y esos corazones en volutas
que en las telarañas quedan colgando
¡Ah, la casa! La casa y su espiral,
caracol que llevo a la espalda.
O. Moré
21/9/10
O. Moré
21/9/10
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