jueves, 13 de febrero de 2014

Amalia mirando el mar (fragmento 2)

Ilustración del autor
Otro temblor recorrió su cuerpo, pero de otra naturaleza. Llevaba mucho tiempo sin el contacto de una piel de hombre. Miedo y erotismo se mezclaron en un sin fin de sensaciones extrañas, placenteras y escalofriantes a la vez.
__ Cálmate __ Susurró ella __ Cálmate... Cuéntame... ¿Quiénes están Muertos?
__ Todos... __ repitió él __ todos... __ y volvió a detonar en llanto.
__ ¿Todos..., quiénes? __ insistió ella un tanto nerviosa.
__ Mi hermano Javi, Abelito el Fiera y Cundingo. Todos Muertos, ahogados, apuñalados... allá... a unas cincuenta o cuarenta millas hacia el norte. __ dijo, y señaló hacia el mar.
__ ¿Pero…, qué pasó...? ¿Cómo que apuñalados? ¿Por quién? __ interrogaba Amalia con desasosiego.
__  Se mataron entre ellos y Cundingo quiso matarme a mí... __ el llanto cortó sus palabras, las ahogo, las apuñaló también.

Amalia le volvió a apretar con fuerzas, miró al mar, el mar seguía quieto, seguía gris. De la gran ballena de humo sólo quedaban tiras dispersas de la cola.  Amalia imaginó tres jóvenes cadáveres tendidos en la lejana línea del horizonte navegando hacia un futuro incierto.
__ Tenemos que avisar a la policía, avisar a alguien... __ dijo ella.
__¡Noooooo... a la policía no, a la policía no! __gritó el muchacho desesperadamente sin dejar de llorar.
__ Pero… ¿por qué no?__ Insistió ella.
__ Nos íbamos ilegalmente del país. __ balbuceó él mientras se tragaba los  líquidos pétalos que seguían derramando los girasoles de sus ojos.

Amalia había venido a ver el mar  y el mar estaba gris y Amalia había venido a olvidar, porque ya era tiempo de olvidar y el mar estaba quieto y Yemayá que todo lo cura y todo lo puede le haría olvidar. Pero del mar salió un joven tembloroso y asustado que  había escapado de las zarpas de la muerte. Amalia vio en sus ojos la misma tristeza que le embargaba  y vio en él una señal. ¡Qué raro es el destino! ¿Por qué los dioses nos tejían esos enrevesados caminos? ¿Por qué Yemayá le enviaba fantasmas y terrores en el cuerpo de un muchacho, para acabar con sus propios terrores y fantasmas, para ayudarla a olvidar y a comenzar una nueva vida?

Lo despegó suavemente de su cuerpo, acarició tiernamente su cara y le escurrió con los dedos el agua del encrespado cabello, luego le miro a los ojos húmedos y rojos, y, con voz maternal, le pidió le contara todo lo sucedido, ella estaba allí para ayudarle a él y  a ella misma, Yemayá así lo había predestinado, estaba segura, él era la señal, su señal. Juntos saldrían de aquello, porque así lo había decidido la reina de las aguas. Yemayá y el mar los habían unidos.
El joven no entendió lo que Amalia le decía, pero aquella voz dulce le daba confianza y le  brindaba protección como una manta de lana virgen en una zona helada. Cada vez que las palabras que salían de la boca de ella resbalaban por su tez y por su cuerpo semidesnudo, le embargaba un calor placentero que le hacían sentirse un polluelo dentro del cascarón. Entonces la miró bien por primera vez. Era bonita, muy bonita. El pelo de gruesos rizos le caía sobre la frente y los hombros en caprichosos arabescos. Sus ojos negros y achinados le miraban con atención y desenfado, pero, en el fondo de ellos, podía adivinarse  a la "Señorita Soledad", de Silvio, danzando envuelta en velos de melancolía. Tenía labios pulposos de herencia mestiza y una nariz pequeña  un poco achatada. Esta cara le recordaba a alguien... sí, claro, se parecía a Tojosa, la sufrida esclava de una vieja telenovela que había hecho furor entre la audiencia de la isla.
__ ¿Cómo te llamas? _  preguntó Amalia. Él, algo más calmado y secándose las lágrimas con el dorso de la mano contestó:
__Noel, me llamo Noel... y tú... ¿Tojosa?
__ ¿Tú también piensas que me parezco a Luisa María Jiménez?
__ Sí... mucho... pero tu eres más...
__ ¿Más...?
__ Bonita.
__ Gracias, pero me llamo Amalia ¿te sientes mejor? __ él asintió con la cabeza __ Bueno, cuéntamelo todo.

Noel comenzó a narrarle su historia a Amalia entre suspiros y pucheros: la noche anterior su hermano Javi, sus amigos Abelito el Fiera, Cundingo y él, se habían hecho a la mar en una balsa construida con bidones de plástico y cámaras de neumáticos hinchadas a modo de flotadores, sobre los cuales habían colocado tablones de madera atados con cuerdas  y viejas tendederas.  Destino: el codiciado Miami. Llevaban meses planeándolo todo. Habían reunido unos dos mil quinientos dólares por cada uno con la venta de varias pertenencias: grabadoras, relojes, bicicletas, una moto Berjovina, películas de video y aparatos de video, ropa de moda, joyas de la familia y un etcétera de pacotilla, como ellos solían llamar a los artículos de procedencia extranjera. El dinero era para llegar y no encontrarse con una mano delante y la otra detrás, aunque tenían amigos que les ayudarían una vez llegaran allí. Llevaban, además, algo de comida, protectores solares para la piel, medicamentos, una brújula y mucha agua. Zarparon al anochecer, si es que a aquello se le podía llamar zarpar, desde un alejado punto de la playa en la que ahora se encontraban. Remaban media hora aproximadamente y descansaban quince minutos. Habían entrenado mucho para soportar las fatigas. La noche era fresca y corría un vientecillo agradable que les aplacaba los sudores. Remaban eufóricos y parlanchines, y hasta cantaron, sin hacer mucho escándalo, casi susurrando,  algunas canciones de Celia Cruz, Willie Chirino y Gloria Stefan, aquellas canciones vedadas a la garganta  y el oído del cubano común, como simbolizando la "libertad" que les esperaba. Pero, a pesar del entrenamiento, las fuerzas comenzaron a flaquear, entonces decidieron acortar el tiempo de remado y alargar los descansos. El mar, hasta ese momento, los había acompañando con una calma absoluta  y la oscuridad total les impedía apenas verse entre ellos mismos. A cada rato encendían una linterna y consultaban el rumbo con la brújula que ese habían procurado, una reliquia  museable que perteneció al abuelo gallego de Noel y Javi , y que había recorrido, en su bolsillo, la  travesía de éste  por el Atlántico en  1902, desde su Ourense natal hasta las costas de La Habana, en busca de un futuro mejor. Y... acaso no era eso lo que pretendían ellos. A su abuelo nadie se le ocurrió nunca decirle que, por haber abandonado España, era un traidor a su patria, por qué entonces, a ellos sí los tildarían de traidores, de apátridas,  si los pescaban en la huida. ¿Por qué eran ellos traidores?

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