sábado, 27 de noviembre de 2010

Al son de la Espinela

Ilustración: O. Moré (Osvaldo Moreno) CUBA



I

Pinto un geranio de rojo
y luego, con gran premura,
he de atarlo a tu cintura,
y al geranio yo recojo.
Así te mato el antojo
de que sea flor tu talle.
Y para darle un detalle
le agrego cintas y lazos
que se enreden en tus brazos
cuando desandes la calle.

II

Busco tu cuerpo mujer
entre resacas de humo.
Tu cuerpo despacio fumo
y lo veo fenecer.
Despiertas en mí el placer
que se consume en mi sexo.
Mi sexo colma en su nexo
el corazón de lujuria.
Es esa mi cruel penuria
en lo cóncavo y convexo.

Pierdo tu cuerpo mujer,
se escapa de mis pupilas;
en ellas triste destilas
la miel del anochecer.
Luego vuelve a florecer,
con escultural figura
muy pegado a mi cintura,
y en un sensual movimiento
echo mis alas al viento
y penetro en tu espesura.

III

Ardo, dudo, soy la fiera
y es mi cuerpo una prisión,
donde muere la ilusión,
más negra que una pantera.
Ya no soy la primavera
que trajo aquel aguacero.
Lentamente yo me muero
y el alma se quiebra en dos.
Sé que palpita mi voz,
sé que soy el prisionero.

IV

Persigo mil ilusiones
transparentes y viriles
con ademanes gentiles
cual flores y corazones.
Por esas simples razones
de querer ser natural
me muestro como un cristal
y brindo siempre mi diestra
como la llave maestra
que abrirá mi ventanal.

En mí verás la tristeza
jugando con la alegría,
y verás la simpatía
como una niña traviesa.
Compartiendo una cerveza
al miedo junto al valor,
también quizás al dolor
amigo de la sonrisa,
y un soplo de suave brisa
cortejando alguna flor.

Soy así, simple, sincero,
romántico, enamorado.
Soy un lucero apagado
pero con cuerpo de acero.
Ser un verso es lo que quiero
y dar hijos soñadores,
beberme siete colores
y ser arco iris en ti,
y que regreses a mí
preñada de mis amores.

V


Navego en blanco velero
por la arena movediza.
El fuego que allí se atiza
es de forjar el acero.
Incrustado en el madero
de tan exótica nave
está mi cuerpo de ave
cual un signo de la muerte,
mientras juega con mi suerte
el viento que nada sabe.




VI

Cuando voy con ese modo
de fiero y joven David
en la vida soy el Cid
Campeador que vence todo,
pero si en algún recodo
el destino me hace trampa
allí soy la viva estampa
de Jesús crucificado.
Soy como un niño asustado
entre las garras del hampa.

VII

Eres nube pasajera
que el viento mece a su antojo.
O tal vez seas tú el rojo
fulgor de un sol de madera.
Vives en una quimera
que alimentas con cuidado,
mientras cierras con candado
el precio de la virtud,
y con esa esclavitud
a tu cuerpo lo has matado.

VIII

Solo estoy, solo, inconfeso.
Solo estoy, amordazado
entre dolores, callado
entre la pasión y el beso.
En mi espalda llevo preso
un violín de triste pena.
Sobre el mar, sobre la arena,
sobre algún monte dormido
solo estoy. Junto al olvido
arrastro yo mi condena.

Solo me acuesto en mi cama
cual un cadáver de humo,
como fruta sin su zumo
o ceniza sin su llama.
Sólo el verso es quien me ama
y soy del verso aprendiz.
Me cubro con su tapiz
en las noches de quebrantos
para que seque mis llantos
y cierre mi cicatriz.

IX

Era la noche incompleta
con su aroma de azafrán,
las negras nubes se van
con sus trajes de etiqueta.
Tomó el pintor la paleta
y con exquisito modo
en el lienzo pintó todo:
un lucero, sus fulgores,
y estrellas con sus temblores
reflejándose en el lodo.

Pintó además la silueta
de la palma a contra luz
y al cielo, cual un capuz,
pintó el pintor de violeta.
Dejó el pincel una veta
de azul en alguna nube.
Sube el pincel, sube y sube
y pinta en lo alto del cielo
a la luna con un velo
en su rostro de querube.

X

En ese rostro impoluto
que borda mi fantasía
hay un sol de mediodía
y un cortinaje de luto.
En ese rostro absoluto
como un lucero fugaz
puedo descubrir el haz
de un rayo lleno de miedo
y puedo ver el enredo
que transparenta detrás.

XI

Está mi cuerpo sepulto
bajo las llamas voraces,
y llevan los alcatraces
en su bolsa el negro bulto
de mi vida y el insulto
que emanando iba de ella
cuando la regia centella
matábame la simiente,
en el mar incandescente
de una maléfica estrella.

XII

Eres un verso dormido
y un abanico de seda.
Eres la impúdica Leda
y yo tu cisne rendido.
Eres el sol atrevido
que se cuela en la ventana.
Eres la estrella Kafkiana
que traza mi directriz.
Eres la fuerte raíz,
eres mi tierra cubana.

domingo, 10 de octubre de 2010

Dónde Espero...

Dónde espero la prisa, la inconstancia,
el dolor de perder, el agua oscura,
la sinuosa esperanza, la armadura,
la espada y el escudo de mi infancia.

Dónde espero la espera, la modorra,
el viento y el reloj, las hojas secas,
el discurso voraz y las obcecas
vestiduras del ángel, la mazmorra

de aquel reo infeliz. Yo dónde espero
una soga que penda del camino,
una rosa, un dolor, un ruin rasero,

la piedad, el sentir y mi destino;
el rezo y la traición en el madero.
Dónde espero si soy un peregrino.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Memorias de la rima.

No puedo precisar exactamente cuándo fue que escribí mi primer poema. Debía de contar yo, supongo, ocho o diez años.
 Aunque la poesía ya había entrado en mi vida a una edad muy temprana, de la mano de Los Versos Sencillos, del Ismaelillo y de La Edad de Oro, todos libros de José Martí, y con la presencia de mi tío Ángel, que iba poblando la casa de mi abuela con sus versos, me había conformado, hasta ese momento, con ser un simple lector. Me fascinaban esas palabras rimando en mi boca al ser leídas. No puedo describir el gozo que sentía al declamar, por ejemplo: La niña de Guatemala, Los Zapaticos de Rosa o la Bailarina Española. Luego descubrí la poesía infantil de Nicolás Guillén en su libro Por el Mar de las Antillas anda un barco de papel. Me lo había regalado mi padre, sabedor y fomentador de mi afición a la lectura. Y con Guillén vino una nueva apoteosis. Sin duda Martí y Guillén fueron los causantes de que un día, en mi lejana niñez, me diera por escribir aquel primer poema que, al igual que el primer amor, nunca se olvida. Recuerdo aún algunos versos:

Una flor muy extraña
de distintos colores
era la más bella
entre las demás flores.

Y aunque el resto lo ha borrado mi senil mente, sí recuerdo que seguía enumerando las virtudes de esta exótica planta, entre ellas, de que era una flor cantarina. Recuerdo además la ilustración que hice, debajo del poema, de este espécimen vegetal con raros pétalos, cada uno de un color diferente.
En aquel entonces yo no sabía que era una rima asonante ni una rima consonante, no tenía ni idea de que eran la métrica ni las licencias poéticas, escribía, si puede utilizarse el término, de oído. Buscaba ese ritmo, esa cadencia para lo que escribía en lo que leía. Y aún creo que, de cierta manera, lo sigo haciendo así. Aunque ahora conozca un poco la técnica, sigo prestando más importancia a como suena, a cómo se oye lo que he escrito, que a todos los ardides poéticos. Por supuesto que nunca he consigo ese ritmo interior perfecto, pero lo intento una y otra vez.
Por desgracia, de aquellos pinitos poéticos infantiles no queda ningún testimonio gráfico, y digo por desgracia, porque me hubiera gustado mostrar a mis hijos algunos de aquellos poemitas.
Me acuerdo también, ya más adolescente, de un poema de versificación libre cuyo primer verso decía: Te miro Dustin en la pared…, y no recuerdo nada más. En esa época leía mucha poesía cubana contemporánea, poesía de noveles autores más dados a la libre versificación, e influenciado por ellos dejé de lado la poesía rimada. Aunque recuerdo con gusto, de ese tiempo, que me aficioné a los poetas repentistas del programa de televisión Palmas y Cañas: me dejaban siempre con la boca abierta y anonadado con sus improvisaciones a partir de los “pies forzados”.
Entre mi primera infancia y mi adolescencia hubo un período de tiempo que dejé de escribir poesía (pero no el escribir otros géneros literarios) y me absorbió casi por completo la plástica. Me dio por dibujar y dibujar hasta la saciedad. Y en el orden literario cambié la poesía por los cuentos. Y hasta combiné ambas cosas: la literatura y el dibujo, en un comic que nunca acabé y que llevaba por título: Aventuras del submarino Lucero. No obstante, la poesía seguía ahí, pero en forma de lectura preferida. Comencé a leer a los clásicos y a los grandes poetas latinoamericanos y universales. A muchos no los entendía, ni los entiendo todavía, y por ello me fascinan más. Entonces llegó la juventud y con ella otra vez la fiebre de escribir poesía. Empecé a llenar folios, cuadernos y libretas de una forma compulsiva. Estoy convencido de que casi todos los poemas que escribí en esa época son malísimos, pero no me puedo desprender de ellos, les guardo mucho cariño porque, como no me canso de decir, son los hijos del aprendizaje.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Puntos Cardinales.

Al este de tu risa,
Por donde las carreteras giraban
En busca de la estrella que nunca cayó,
Estabas tú.
Al oeste de tu risa y al norte de mi boca,
Yo esperaba delimitar aquellos contornos,
Los turbios ademanes de tu cuerpo,
Las reliquias sagradas de tus senos.
Al sur las amapolas flácidas
Sedientas de agua y de luz,
El camino de tierra roja,
La palma inventada, la que sembramos
Aquella noche de luna inquieta,
La misma palma de mis sueños,
La que no he vuelto a ver jamás.
Al oeste el mar encabritado,
La necedad del horizonte haciéndose lejano,
la mirada que se perdía
Buscando la tierra prometida,
El verde de la isla.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Terminado en mente.

Viñeta / O. Moré (Osvaldo Moreno) / CUBA

Finisecularmente soy una partícula
Que se debate entre la luz y la sombra,
Entre la verdad y la mentira,
Entre el mar y la tierra,
Una partícula de universos paralelos.

Paradójicamente soy un loto
Y una mala hierba,
Un encantamiento y un maleficio,
Una joya y una ganga,
Un collar en perros distintos.

Personalmente soy carne,
Animal corto de miras,
Sin lenguaje y sin pedigrí,
Un ente transitorio, un cadáver vivo,
Un destello momentáneo.

Idílicamente soy un espécimen en extinción,
La huella dejada por un dios
En la arcilla, la predicción del oráculo
Y las cenizas de un nuevo fénix.

Fugazmente puedo ser estrella.
Literalmente puedo ser capullo.
Inefablemente soy un objeto de un decorado.
Anímicamente soy un poeta que se cree poeta.
Profesionalmente sólo abro las puertas.
Pero sé que todo,
absolutamente todo,
está en mi mente.

domingo, 5 de septiembre de 2010

Monólogo del equilibrista.

Fonambulistas: Remedios Varo



En el rincón de mis manos,
donde los adversarios son comunes,
encontré unas máscaras de ceniza.
Caminé por la cuerda
con el miedo pegado a los zapatos.
Las máscaras me miraron
y sufrí la hibernación de las palabras.
Debajo de mis pies el abismo era inmenso.
Luego, una ráfaga de aire,
como esas que bañan las estatuas,
se hundía febrilmente en mi cabeza.
Equilibrista al fin, hice mi papel,
pero el miedo seguía allí, tan ridículo,
que las máscaras dispararon una sonrisa.

O. Moré



viernes, 30 de julio de 2010

De los Dioses y el agua.

El agua cae con fuerza inusitada. Se han roto los velos del cielo, el cristal de esa inmensa pecera que alberga peces astros, cetáceos nebulosas, hipocampos satélites. Los trozos de cristal helado caen y se estrellan en el asfalto y luego fenecen nuevamente convertidos en agua. La pirámide se inunda. El viento arrastra el agua, la sujeta de la mano, la lleva a los interiores, la cuela por cada oquedad. El agua llena los depósitos, los derrama, lo anega todo. Las luces huyen, las sirenas cantan con aborrecible silbido. Caos llega y ejerce su reinado. Los esclavos hartos de tanta agua
se envuelven en la apatía (el agua les trae más trabajo). Los esclavos foráneos brindan sus manos y faenan.
Mientras, en la cima, Dios parece no enterarse. Dios padece de ignorancia. Dios sólo sabe que no sabe nada. Y cuando a sus reales oídos llega el leve murmullo del agua, Dios, es sordo.
El Faraón baja a la base de la pirámide, pero poco aporta. El Faraón, después del agua, desaparece hacia un destino desconocido. La pirámide sigue sumida en el caos, pero Dios y el Faraón desaparecen. El capataz se preocupa de salvar su Rojo Fuego mientras la pirámide, a sus espaldas, sucumbe bajo el agua.
¡Ah, malditos Dioses que escapan para no ser barridos por el agua!.

lunes, 21 de junio de 2010

Muriel, Guillermo, los cuerpos y la elegancia del erizo.



Mi encuentro con Muriel Barbery fue casual. Yo le vi primero, pues ella, creía yo, estaba de espaldas. Aunque, en realidad, lo que vi era la torre Eiffel tras el rosa inverosímil de los Campos de Marte. Quien me observaba, atentamente, desde enormes lentes redondos, era Paloma.

Me acerqué al estante y las tomé a ambas en las manos, y resultó que Muriel no estaba de espaldas sino dentro. Allí, en blanco y negro, en la solapa de la contraportada, su rostro ovalado y tierno, me miraba perfilando una media sonrisa seria (valga la paradoja).


Yo había ido a aquel sitio en busca de Cuerpos Divinos, me lo autorregulaba por el día del padre. Guillermo Cabrera Infante siempre me ha deslumbrado desde que, hace más de 15 años, tropecé con Tres Tristes Tigres (tropiezo clandestino ya que, Guillermo, no es santo de devoción en la Isla). Pues eso, que estaba yo allí, en busca de la novela póstuma de mi compatriota y me encontré con el elegante erizo de Muriel, tal y como he descrito al comienzo. Había oído a mi hermana comentar la versión cinematográfica y me había dejado un buen sabor de boca, por lo que no vi inconveniente ninguno en saciar el hambre que ese sabor había despertado. Decidí que La elegancia del Erizo sería mi siguiente banquete literario después de Cuerpos Divinos.

Y así fue, me regalé el libro de Guillermo y le regalé a mi esposa el de Muriel. Mientras yo devoraba los Cuerpos, ella hacía lo mismo con el Erizo. Me dijo, casi a mitad de su lectura: Te va a encantar. Mi esposa tenía razón, el libro me fascinó. Este coctel entre Cenicienta y Pigamalión, lleno de pinceladas filosóficas y que transita de la comedia al drama y hasta, sin llegar a la cursilería, al melodrama, es una preciosa e inteligente novela.


De todas las lecturas, que se pueden sacar de esta obra, me quedo con una: El arte es una medicina para el ser humano, porque como dijo alguien, es algo que el hombre creó para ennoblecer la vida.

O. Moré.

domingo, 20 de junio de 2010

El Bailarín Ruso de Montecarlo.




El Bailarín Ruso de Montecarlo, de Abilio Estévez, es un viaje hacia la libertad de un hombre lleno de ataduras con su pasado. Aunque, más que un viaje, es una huída.

Prosa extremadamente poética, lírica, de exquisita riqueza verbal; relato donde los fantasmas aparecen y desaparecen: los fantasmas de la memoria y los del cuerpo.

El protagonista, alter ego de Abilio, a medida que transcurre la narración se va despojando, de una manera o de otra: ya se por un robo, ya sea por un descuido, de aquellos objetos que le atan a su vida anterior. Todos, desde mi punto de vista, son una metáfora, un símbolo. Porque Constantino (así se llama el personaje) va en busca de un desarraigo premeditado. Las raíces se pueden plantar donde se quiera. El hombre sólo necesita ser feliz y libre, no importa que tierra pise.

O. Moré

domingo, 6 de junio de 2010

Bukowski



Ivo tiró el libro sobre la mesa.
__ ¿Te ha gustado?_ Preguntó Alex.
__ Sí, bastante.
__ ¿Qué te ha gustado más?_ inquirió Alex de nuevo.
__ Todo._ contestó Ivo con un poco de fastidio.
__ ¿Todo…, todo?
__ Sí, repinga…todo el jodido libro. _ gritó Ivo con más fastidio.
__ ¿Hasta el diseño de la carátula? __volvió a insistir Alex.
__Vaya cacho de comemierda estás hecho _ dijo Ivo, aplacándose y soltando una risita cómplice.
Ambos comenzaron a reír.
Ivo tomó de nuevo el libro en sus manos, corrió una silla y se sentó frente a Alex que dibujaba, en un cuaderno, un bonito desnudo femenino, bueno, al menos el cuerpo, porque la cara era una especie de máscara africana, al estilo de las Señoritas de Avignon, de Picasso.
__ ¿Sabes…? __dijo Ivo, y alzó el libro a la altura de sus ojos, mostrándole a Alex la carátula.
__ ¿Qué?__preguntó Alex sin levantar la vista de su dibujo. Difuminaba con el dedo índice de la mano derecha uno de los senos, y lo hacía como si en realidad estuviera acariciando una teta de carne, real, la acariciaba con una suavidad extrema.
__Al principio me pareció mala.
__ ¿El qué…?
__ La carátula.
__ ¿Y, eso...?
__ Me pareció kitsch.
__ Sí, y qué te he hecho cambiar de opinión.
__ El texto, quiero decir, los cuentos, las historias. Creo que necesitaban una carátula así, tipo Pin Up: sensualidad y vulgaridad al mismo tiempo; erotismo cincuentero a tono con el alcohol y el desarraigo.
__ ¡Ah, qué profundo!__ Dijo Alex con ironía.

Entró Ileana. Su culo respingón de negra chocó contra la silla de Ivo. Llevaba un short corto, anaranjado, un top amarillo pálido y tenis a juego con el cinturón de tela, también anaranjados. Los senos apretados bajo el top hacían recordar los torsos de las damas francesas en la época de Luís XV. Formaban unos sensuales y apetecibles montículos a punto de escapar. “Ileana era una negra bonita pero demasiado votá pa’l solar”, pensó Ivo, sin dejar de mirarle a las tetas cuando la negra se les plantó delante, a ambos, con los brazos en jarra.
__ ¡Qué volá¡ __ dijo.
Ivo sabía que Alex se la estaba singando. La negra le servía de modelo y siempre que posaba para él no duraba ni dos minutos en su posición, enseguida acababan revolcándose en el camastro. Alex no tenía aguante, apenas Ileana se desnudaba ya tenía la pinga afuera y los pantalones por los tobillos.
__Aquí. __ Dijo Alex, y comenzó a difuminar el vientre y la pelvis del dibujo con la misma suavidad de antes. Luego tomó el lápiz y continuó, con ágiles trazos, dibujando el vello púbico, como si lo peinara.
__ ¿Bukoswski? __dijo la negra arrancándole el libro de la mano a Ivo. Ivo se quedó callado, esta vez mirándole fijamente a la raja, a la papaya de gruesos labios como su propia bemba de negra. Aquella ropa amarilla y naranja era como una llamarada en sus carnes prietas. “Candela” pensó Ivo. __ ¿Éste no es el que siempre está de singueta con rubias y tomando güisqui?__ agregó Ileana.
__ Más o menos, más bien yo diría que él y su alter ego, Chinasky__ contestó Alex, la miró en toda su rotundez y agregó__ bebiendo y singando, como tú y yo.
__ No seas fresco__dijo ella haciéndose la ofendida y mirando de soslayo a Ivo.
__ ¿Lo has leído? __preguntó Ivo dirigiéndose a Ileana, sin quitarle la vista de la raja.
__Claro, qué te crees, que soy una negra inculta, que sólo lee los chismes de artistas en la revista Opina. No mi amor, yo leo cosas buenas, tengo un buen maestro…
__ ¿Sí, quién?__le interrumpió Alex.
__ Pedro Juan, el calvo de arriba, el Bukoswki tropical. Tras una buena singueta me deja manosear su librero…
__ Ya vemos __dijo Alex con malicia.
__ Y me recomienda buenos autores: Houllebecq, Kerouac, Henry Miller…
__ Ah, que bien, todos muy apocados y modosos, qué coño, unos mojigatos a la hora de abordar el sexo en su literatura… ja, ja, ja. __rió Alex con ganas.
Ivo no podía apartar la vista de los labios de Ileana, de los labios de la vulva, tan perfectamente marcados en el short. Aquella papayona le estaba haciendo sudar y despertar instintos primarios.
__Qué gracioso __dijo Ileana, y le tiró el libró sobre el cuaderno de dibujo.
__Hija de puta__chilló Alex__me has hecho hacer una rayada __y levantándose, con furia simulada, se lanzó sobre la negra, cayendo ambos sobre el camastro de Alex. Ella chillaba y reía mientras el le metía manos por todas partes.
Ivo tuvo la idea de marcharse, hizo el intento de ponerse en pie y dejarlos en su juego, pero entonces vio como un portentoso seno de Ileana salió desbocado por encima del top, y como Alex comenzó a mordisquearlo y lamerlo. El instinto primario se puso en ristre, tieso como una vela.

domingo, 16 de mayo de 2010

Malas Hierbas


Malas hierbas nunca mueren,
dice aquel viejo refrán,
allí siguen, y andarán
el camino que veneren.
Del jardín sólo ellas quieren
convertirse en verde alfombra.
No desean que a la sombra
las destierren, las confinen.
Malas hierbas se definen.
Saben que así se les nombra.

Raiz

 
 
 
 
 

No, no soy yo el que padece
esa abstinencia seglar,
porque en el negro manglar
mi cuerpo siempre se crece,
mi lengua nunca enmudece
para cantar lo mundano.
Vengo del bestiario humano
que abrevaba en esa tierra.
Qué importa si a mí se aferra
lo guajiro y lo cubano.

lunes, 10 de mayo de 2010

El segundo dios

El segundo Dios ha descendido. En un carro negro y amarillo ha llegado hasta la Pirámide. Viene a reunirse con los usureros, con los dueños del oro.
Los usureros llegan: Hembra y Hombre. Mientras esperan juegan con sus aparatos comunicadores. Están la una al lado del otro, pero no se comunican entre ellos, siguen aferrados al dichoso aparatito del otro mundo. Sí, Hembra y Hombre, sólo falta el Hambre (plagiando a la isleña escritora de papiros). Y me refiero al Hambre como persona física, con cuerpo de carne y hueso, con túnica harapienta y cabellos ralos, no a la sensación de vacío en el estómago; esa, la conocí en la isla (para seguir parafraseando a la escritora de papiros) de los amores infinitos, pero por suerte un día la dejé con Caronte, navegando en las oscuras aguas del inframundo.
El segundo Dios es chaparro. Pelo blanco y tez morena. Gran cabeza anatómica, y seguramente gran cabeza intelectual. La lógica indica que debe saber mucho de números y debe ser por eso que trata a todos como los números de una única operación matemática: la resta. Sí, este Dios siempre resta, nunca suma ni multiplica, siempre resta. Los esclavos somos sus números y sus números son los esclavos. La suma la deja, única y exclusivamente, para el oro que ha de recalar en sus bolsillos.
El segundo Dios debe de ser parco en palabras o mudo, quizás le cortaron la lengua de pequeño o se la comió el gato, pues le cuesta horrores saludar. El Buenos Días está prohibido para con los esclavos. También el Hola, el simple Hola.
Creo que nunca podría ser Dios, me refiero a mí. No estoy hecho para esa sangre de origen tan exquisito. Ya sólo de pensarlo me provoca nauseas.

sábado, 17 de abril de 2010

En pos de Babilonia

Los girasoles rojos (técnica mixta)  / O. Moré / Cuba 


EN POS DE BABILONIA

Viento, por qué no me llevas
contigo, que estoy cansado
de seguir agazapado
sin que lleguen buenas nuevas.
Partí con miedo de Tebas
casi a finales de enero,
y aunque lo haya dicho Homero,
que cien puertas allí había
yo no encontré la que habría
de mostrarme un derrotero.

Escapé mustio y dolido
a vivir en una gruta
con una serpiente astuta
que me inoculaba olvido.
Y un día, ya decidido
a peregrinar sin rumbo
-pues pensaba: si hoy sucumbo,
nada habré dado de mí-
de la oscuridad salí
desnudo y dando algún tumbo.

Entonces en la explanada
del bosque una blanca luz
el símbolo de la cruz
dibujó desde la nada.
Una mujer nacarada
con la túnica violeta
me dijo: _ Si eres poeta
compón un verso indoloro,
apetente como el oro
y libre cual un cometa.

Le dije: _ La poesía
ha endulzado mi niñez
y en ella, en su calidez,
encontré mi eucaristía.
Y el ave del mediodía
se posó sobre su hombro,
y en medio de aquel asombro
le ofrecí mi corazón,
y me dijo con pasión:
_ Ovidio Moré te nombro.

Y sabes qué hice, Viento,
me arranqué febril las alas
y tras mis costillas ralas
extirpé mi yo violento.
Le dije: _ Mi testamento
será el verso que me pides.
Y al cabo de varias lides
pude verlo terminado;
se lo entregué emocionado:
_ Dime, Musa, qué decides.

Me miró de hito en hito,
lo leyó con parsimonia.
_Viaja presto a Babilonia,
lleva contigo tu escrito.
A Nabu, dios erudito,
le entregarás lo que has hecho
y que tatúe en tu pecho
con tinta roja una flor
que cure todo temor
y te mantenga en el trecho.

Por eso, Viento, quizá
has de mostrarme la ruta
y darme la resoluta
fuerza que no cejará.
Sé que el viaje no será
un paseo nada grato,
nunca he sido un timorato,
una odisea yo espero,
mas seguro estoy, prefiero
morir en este arrebato.

O. Moré


Nunca Luz

Soy sombra, lo sé. Soy y seré sombra, nunca luz, aunque brille de vez en cuando con un tímido reflejo: hora plata, hora oro, siempre seré sombra.
Y no es que quiera ser sol, estrella, fuego, no. Pero vivir en la oscuridad, aunque te acostumbras, no es sano, no es bueno. A veces necesitas lucir, resaltar…sólo un poco, un poquito. No hace falta encandilar ni cegar con fulminantes destellos, únicamente hacerte notar. Que sepan que eres humano, válido, sencillo, inteligente, creativo, sólo eso.


Nunca luz, y siempre sombra,
nunca laurel ni paloma,
nunca el destello se asoma
ni mi poema se nombra.
Tendido sobre la alfombra,
de tierra húmeda y fría,
espero paciente el día
que leve la luz se pose
sobre mi cuerpo y retoce
y destierre la apatía.

De David y Goliat / De limosnas

Los esclavos están dispuestos a revelarse, así lo han decidido, quieren sacudir las bases de la pirámide y crear algún movimiento telúrico que ponga a lo dioses la carne de gallina. Pero no todos creen en la efectividad de este leve terremoto, pues piensan que, quizás, sea peor el remedio que la enfermedad.
Aunque esta sea una lucha de David contra Goliat, en la que David, aún, no ha encontrado la honda apropiada y certera y tiene todas las de perder, es lógico y necesario que lance sus primeras piedras contra el gigante. Lo más probable es que no le haga mucho daño, pero, por lo menos, debe dejarle algún moretón, algún rasguño, alguna marca. Da igual que las piedras en la dura coraza del gigante sean como picadas de mosquitos, lo importante es que esos ataques piquen y que, Goliat, se rasque.

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Vuelven los doce, a cuenta gotas. Regresan a la pirámide en busca de las monedas de cobre con las que tendrán que subsistir a partir de ahora. Es duro verles. Los rostros desencajados, los ojos lluviosos, la tristeza a flor de piel. Fuera de la pirámide la subsistencia es difícil, muy difícil, y si es difícil ya para los jóvenes, lo es aún más para los que, como ellos, superan la barrera de los 45 años. Nadie quiere ya esclavos con estas edades.

Caos

Primero Caos, y del Caos salió, impoluta, Gea. Luego llegaron Eros y Tártaro. Sí, primigeniamente fueron ellos, y de ellos nació toda la constelación de Dioses Mayores y Dioses Olímpicos. Por últimos los humanos, los esclavos.
Y cuando Zeus se estableció como dueño supremo del Olimpo los humanos comenzaron a padecer todas las desgracias.

Así fue, según cuenta la mitología griega. Pero, en Egipto, tenemos a un émulo de Zeus, el gran Ra. De igual manera Ra está rodeado de grandes divinidades que, como dioses del más allá todopoderoso, gobiernan a diestra y siniestra sobre los humanos, los esclavos.

Los dioses son todos iguales. Aquí, en la pirámide, lo sabemos bien. Nada bueno se puede esperar de ellos porque, siempre, pero siempre, nos tratarán como a lo que a sus ojos somos, burdos esclavos.

Ves, al final, siempre esclavos.

Estamos subyugados por los siglos de los siglos.

La libertad, la verdadera, es una imagen, una abstracción, una metáfora, una quimera, un puntito ínfimo de luz perdido en ese enorme agujero negro que es Caos, que es el caos.

Primero fue Caos y seguirá siendo Caos, y el caos.

lunes, 12 de abril de 2010

Fumando Espera / Tren del Recuerdo

Fumando espera...


Un hombre fuma paciente
un cigarrillo de espera,
y el vacío en su cartera
se mofa de su aliciente.
El hombre sigue pendiente
en la fila del destino.
El tiempo pasa ladino
y le araña la piel tersa.
El hombre, solo, conversa
con un paisaje cetrino.




El tren del recuerdo.



Pasa el tren, oigo un silbido
de metálica serpiente
en medio del estridente
ruido que trae el olvido.
Yo sé que lo que he vivido
me trajo espinas y rosas.
Pero de entre tantas cosas,
tocadas de bien y mal,
me quedo con el panal
de mis abejas mimosas.

Doce


La pirámide saca a relucir sus peores artes. Los nigromantes han hecho su magia negra. Los afectados por la expulsión son doce, como los doce apóstoles, doce. Pero Judas no está, Judas sabe también de hechicería, y como una escurridiza áspid se ha escapado, no sin antes dejar su rastro sobre la arena.
Los nigromantes han venido del oeste, del desierto del oeste, de allí, de dónde los esclavos han de hincar sus rodillas y han de besarles sus sandalias de cuero.
Los nigromantes sólo piensan en el valor del oro, no en el valor de la vida humana.
Qué triste, sabiendo ellos que la vida es corta y que, en el fondo de la pirámide, el día de su muerte el oro no les servirá de nada.
Pero Ra, el gran Dios Ra todopoderoso, ha hablado, y así lo ha decidido: Los doce deben abandonar el templo, tirarles unas monedas de cobre y que se vayan. No me importa si han dedicado toda su vida a la pirámide, la pirámide ya no les necesita. Nada me importa, YO nado en oro, como oro y cago oro. Soy Dios.
Los Guerreros han sacado sus lanzas, sus escudos y han ido a la defensa de los doce, pero la magia negra es superior, no invencible, pero superior a sus fuerzas y a sus estrategias. Los doce no tienen alternativa. Hoy volverán a sus casas adoloridos e indefensos, con la mirada puesta en un futuro incierto.

domingo, 11 de abril de 2010

Consagrar la primavera



Ritual de un pasajero sin lluvia / Julio César Rodríguez Aguilar / CUBA



Consagrar la primavera


Ya no puedo ser ignoto,
aunque quisiera, no puedo;
los dioses tildan el credo
de inverosímil y roto.
Sobre la mesa yo agoto
la ilusión que había comprado,
y aunque salga disfrazado
alguna vez de quimera,
consagrar la primavera
me tiene muy desgastado.




O. Moré

domingo, 21 de marzo de 2010

Monólogo corto con embolismo.


Gallo / Ángel Antonio Moreno / CUBA





Recuerdo cuando yo no era nada, cuando yo no era nadie. Estaba allí, en el pueblo de tierra rojiza, envuelto en mi pellejo, y mi pellejo pegado a mis huesos, y mis huesos eran frágiles a falta de calcio. Sí, lo recuerdo bien. Creo que no le importaba a nadie. Y a mí tampoco me importaba no importarle a nadie porque, en definitiva, qué importancia tiene eso. Sí, eso de importarle a alguien, si siempre pensé que viviría solo, que moriría solo.
Yo estaba triste y feliz al mismo tiempo. Me faltaban cosas, tenía muchas carencias, cosas que no podía obtener ni comprar, pero las más jodidas eran las carencias del alma, del espíritu. Esas eran las que se alimentaban de mí y perpetuaban mi escualidez y mi tristeza. No obstante, era feliz a mi modo, porque tenía libros y leía, porque tenía mis manos y escribía y dibujaba. Yo era feliz creando. Decían que tenía alma de artista, porque también dicen que todos los artistas son seres atribulados. Yo soy atribulado pero no creo que sea artista. Yo sólo soy persona, ya lo dije: una persona triste y una persona alegre, y soy raro. Eso también lo dicen, que soy raro, y que todo lo que escribo es raro, y mediocre. También soy mediocre. Claro, qué fácil es criticar, como si ser un genio fuera cosa de coser y cantar.

jueves, 18 de marzo de 2010

La Esperanza y La Quimera

Martina / Gabriel Moreno / España



I

La veo pasar, y pasa
con su aire de abolengo
sin saber si voy o vengo,
si vivo o no en esta casa.
Suele ser una mordaza,
suele ser abeja fiera,
nunca quiere y aunque quiera
te besa con su veneno.
No importa que seas bueno,
siempre estarás a la espera.

II

Paloma blanca que al nido
volabas, y no encontraste,
no llores, porque no erraste,
es que el nido se ha caído.
Paloma abraza el olvido
y alza de nuevo el vuelo,
seguro que en otro cielo
habrá un nido que te espere;
no cantes un miserere,
allí tendrás tu polluelo.

III

Un hombre corre con prisa
por la acera que da al río
y no le importa que el frío
se cuele por su camisa,
no mira por donde pisa
ni tampoco, en su carrera,
le importa que de la acera
se pierda su huella y corre
hacia la lejana torre
que se alza en la quimera.


O. Moré


jueves, 18 de febrero de 2010

Qué decir...

Qué decir de la quimera
atorada en la garganta.
Queda muda, nunca canta
su canción, hasta que muera.
Como el panal que, la cera,
no deja escapar la miel;
como un marchito vergel
cubierto por la hojarasca
que no deja que allí nazca
ni un narciso ni un clavel.

sábado, 23 de enero de 2010

Diez de Diez

As de Corazón / O. Moré (Osvaldo Moreno) / CUBA


I
De nuevo la incertidumbre
en este mar sin oleaje.
De nuevo pagar peaje
para subir a la cumbre.
No hay antorcha que me alumbre
y me muestre el buen sendero.
Sigo en el estercolero
que desata mis miserias.
Observo las caras serias
clavado en este madero.


II
El viento ulula en mi fuero
y simula tempestad.
Levito, no hay gravedad
en el profundo agujero.
El día muere, y yo muero
cuando el frío me entumece.
Mi lengua siempre enmudece
pues los dioses no perdonan.
Los dioses sólo coronan
al que, postrado, les rece.


III
Siempre está el que envilece
para ser sombra del rey,
es su consigna, su ley,
y cree que todo merece.
Sobre su testa aparece
un aura de santo vivo,
y no sabe que cautivo
seguirá siempre a la vera
del rey, lo quiera o no quiera.
El destino es vengativo.


IV
Nunca he querido ser divo,
siempre discreto estaré.
No sé si soy o seré
por ello muy negativo.
Yo que vestí verde olivo,
yo que tuve de guerrero
sólo soy un prisionero
en una inmensa pecera.
Mi vida no es lo que era,
pero soy hombre sincero.

V
No corro tras el dinero
ni me cubro con las sedas;
no soy cisne que a las Ledas
les viole por el sendero.
No soy aquel caballero
que se escuda tras la espada,
por no ser yo no soy nada,
únicamente persona:
un animal que razona
y consulta con su almohada.


VI
Me gusta la poesía,
La escrita y la natural:
la que nace en el cristal
de la mañana vacía
y siga adornando el día
aunque el vidrio se oscurezca.
Sigue viva, sigue fresca,
Eva nocturna en su Edén.
Yo la busco y digo: Ven…
Para que nunca amanezca.


VII
Perfecto no soy, lo sé.
Aprendo de mis errores,
son como viejos dolores,
todos tienen su por qué.
En la vida el que se cree
“perfecto” ya es defectuoso.
Nada es feo ni es hermoso,
en todo hay cierto matiz.
Siguiendo esta directriz
quizás salgamos airosos.


VIII
Me duele la sin razón,
la desidia, el despotismo.
Me duele el oportunismo.
Duele la conspiración,
y duele tanta traición,
tanta injusticia y descaro,
y el hallarme sin amparo
en esta cápsula oscura.
Ando buscando la cura
pero el remedio es muy caro.

IX
No soy duende ni soy mago,
en los milagros no creo.
Ni soy bonito ni feo,
lo que me dan bien lo pago.
Algo en mí hizo un estrago
y me dejó inapetente
de mostrarme ante la gente
sin coraza ni antifaz:
la puñalada mordaz
me mataba lentamente.


X
Aquellos que se atiborran
de su aura y de su ego
no saben que en este juego
las partidas siempre borran
las Parcas, aunque ellos corran
tendrán el mismo destino.
Hay un final del camino
y allí iremos a parar,
seas un santo de altar
o seas un asesino.

sábado, 16 de enero de 2010

Mi amada se llamará...

Ilustración: René Portocarrero
Mi amada se llamará Flora, Gaviota, Gema…
Y sus ríos cortarán las cortinas de humo.
Su sombrero para el sol…
(porque tendrá sombrero para el sol)
me recordará la cara oculta de la luna.
Ella se mojará de vino
en mi oscuridad y mi balanza.
Su nombre recorrerá las escaleras
donde seremos marisma y dentellada.
Cuando baje a tierra no ocultará los faros,
sólo caminará a donde la luz le indique.
Me traerá el cáliz de fino cuello
para que bebamos nuestra propia agua.
Seremos un territorio inexplorado;
animalillos asustados de placer.