Agua, todo es agua,
la quietud con que me
mirabas,
la semejanza de tu sombra con el árbol,
el silencio colgado en las
paredes.
Huyo hacia tierra firme
y encuentro señales líquidas,
las que de alegría lloraste,
las que, lánguidamente, se
desprendieron
sin pensarlo y rasgaron los
cristales.
Voy al encuentro de países
perdidos,
a otros mundos distantes y
dispersos.
El corazón, el mío, el de la
espina diletante,
naufraga, sobre el velamen, sobre la espuma dormida
Todo, todo es agua, todo,
la indiferencia del geranio
en tu copa,
la dejadez con la que te
quitabas los zapatos,
el simple gesto con que te
abrazabas a la almohada.
Abrí la trampa, salí al
vacío, llovían flores azules,
colibríes hambrientos de
néctar,
estrellas oscuras,
extinguidas, sometidas,
pero tu faz seguía perenne
desprendiéndose del cielo.
Agua, todo es agua,
y me ahogo displicente, sin
fe.
Tú estás lejana, amarga y
marchita,
en medio de ese mar
inagotable y tendencioso,
prófuga, abyecta.
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