SONETOS SIN NOMBRES
I
El pan dormido está sobre la mesa,
el pálpito, el hastío…; y los relojes
se apuran en morir. Ya no recoges
las horas que traían la sorpresa.
El sol se esconde solo y ya no besa
lo burdo del mantel; donde le mojes
con lágrimas de rímel solo acoges
las sombras, el dolor y la promesa.
Me quedo in situ absorto en tu retrato:
un lienzo que en su óleo se diluye
y pierde contumaz el sfumato.
La duda es una fiera, te destruye,
te muerde, y yo me adentro en tu relato
siendo aquel que en ti se prostituye.
II
Camino por la cuerda como un muerto
que tuvo que vivir en el abismo
(funámbulo de turno). Soy el mismo
que otrora transitaba el desconcierto.
Si marcho sin mis alas, el desierto
contiene mis arranques de empirismo;
y cuando salto al cielo, el pesimismo
me tiene amordazado: vuelo incierto.
Camino con cuidado; mi futuro
se avista lejos, mórbido, y procuro
llegar al otro extremo de la cuerda.
Me alumbra el sol la cara y me recuerda
que si logré vivir entre la mierda
podré cruzar sin miedo sobre el muro.
III
La luz me fagocita y me devuelve
al sitio de tus mares infinitos,
al fuego del volcán, a los delitos,
al tiempo de pecar que raudo vuelve.
La luz es la señora que me absuelve
las noches en que, insomnes y malditos,
los versos me laceran y mis gritos
son culpa que en catarsis se disuelve.
La luz tiene ese mágico dominio:
hacer de juez y parte, y delinquir
besándome el cristal del raciocinio.
Esclavo de la luz quiero vivir,
atado a su ectoplasma, a su escrutinio,
sin miedo, sin censura en el decir.
IV
Podrás gritar que apenas te importaba
que en otra latitud fuera clepsidra
saciando mil eriales porque hidra-
tantes eran los versos que lloraba.
Podrás decir que yo no te pagaba
tus servicios de gata ni tu sidra;
podrás envenenarme, vil Isidra,
con esa sucia voz de negra lava.
Pero sabes de sobra que en la mano
yo llevo mi garrote a lo cubano
y no temo horadar según qué cueva.
No vengas a mentir, no soy Fulano
de Tal ni tú tampoco eres la Eva
que incendió aquel Edén, el del manzano.
V
Parir un corazón, como la Era,
es cosa tan brutal, tan dolorosa,
que Silvio lo escribió y en otra cosa
hubo de transmutar su vida entera.
No pudo consagrar esa quimera,
y el porvenir quedó como una rosa
que, aun sin germinar, ya era dolosa
y no tenía sitio en la pradera.
Parir un corazón es cosa extraña,
es una surrealista telaraña
que embauca a los poetas soñadores.
Parir un corazón con los dolores
que conlleva ese parto, aquí, en España,
es morir entre espasmos y estertores.
O. Moré ® Mayo 2020