Ilustración: O. Moré (Osvaldo Moreno) CUBA |
I
Pinto un geranio de rojo
y luego, con gran premura,
he de atarlo a tu cintura,
y al geranio yo recojo.
Así te mato el antojo
de que sea flor tu talle.
Y para darle un detalle
le agrego cintas y lazos
que se enreden en tus brazos
cuando desandes la calle.
II
Busco tu cuerpo mujer
entre resacas de humo.
Tu cuerpo despacio fumo
y lo veo fenecer.
Despiertas en mí el placer
que se consume en mi sexo.
Mi sexo colma en su nexo
el corazón de lujuria.
Es esa mi cruel penuria
en lo cóncavo y convexo.
Pierdo tu cuerpo mujer,
se escapa de mis pupilas;
en ellas triste destilas
la miel del anochecer.
Luego vuelve a florecer,
con escultural figura
muy pegado a mi cintura,
y en un sensual movimiento
echo mis alas al viento
y penetro en tu espesura.
III
Ardo, dudo, soy la fiera
y es mi cuerpo una prisión,
donde muere la ilusión,
más negra que una pantera.
Ya no soy la primavera
que trajo aquel aguacero.
Lentamente yo me muero
y el alma se quiebra en dos.
Sé que palpita mi voz,
sé que soy el prisionero.
IV
Persigo mil ilusiones
transparentes y viriles
con ademanes gentiles
cual flores y corazones.
Por esas simples razones
de querer ser natural
me muestro como un cristal
y brindo siempre mi diestra
como la llave maestra
que abrirá mi ventanal.
En mí verás la tristeza
jugando con la alegría,
y verás la simpatía
como una niña traviesa.
Compartiendo una cerveza
al miedo junto al valor,
también quizás al dolor
amigo de la sonrisa,
y un soplo de suave brisa
cortejando alguna flor.
Soy así, simple, sincero,
romántico, enamorado.
Soy un lucero apagado
pero con cuerpo de acero.
Ser un verso es lo que quiero
y dar hijos soñadores,
beberme siete colores
y ser arco iris en ti,
y que regreses a mí
preñada de mis amores.
V
VI
Cuando voy con ese modo
de fiero y joven David
en la vida soy el Cid
Campeador que vence todo,
pero si en algún recodo
el destino me hace trampa
allí soy la viva estampa
de Jesús crucificado.
Soy como un niño asustado
entre las garras del hampa.
VII
Eres nube pasajera
que el viento mece a su antojo.
O tal vez seas tú el rojo
fulgor de un sol de madera.
Vives en una quimera
que alimentas con cuidado,
mientras cierras con candado
el precio de la virtud,
y con esa esclavitud
a tu cuerpo lo has matado.
VIII
Solo estoy, solo, inconfeso.
Solo estoy, amordazado
entre dolores, callado
entre la pasión y el beso.
En mi espalda llevo preso
un violín de triste pena.
Sobre el mar, sobre la arena,
sobre algún monte dormido
solo estoy. Junto al olvido
arrastro yo mi condena.
Solo me acuesto en mi cama
cual un cadáver de humo,
como fruta sin su zumo
o ceniza sin su llama.
Sólo el verso es quien me ama
y soy del verso aprendiz.
Me cubro con su tapiz
en las noches de quebrantos
para que seque mis llantos
y cierre mi cicatriz.
IX
Era la noche incompleta
con su aroma de azafrán,
las negras nubes se van
con sus trajes de etiqueta.
Tomó el pintor la paleta
y con exquisito modo
en el lienzo pintó todo:
un lucero, sus fulgores,
y estrellas con sus temblores
reflejándose en el lodo.
Pintó además la silueta
de la palma a contra luz
y al cielo, cual un capuz,
pintó el pintor de violeta.
Dejó el pincel una veta
de azul en alguna nube.
Sube el pincel, sube y sube
y pinta en lo alto del cielo
a la luna con un velo
en su rostro de querube.
transparentes y viriles
con ademanes gentiles
cual flores y corazones.
Por esas simples razones
de querer ser natural
me muestro como un cristal
y brindo siempre mi diestra
como la llave maestra
que abrirá mi ventanal.
En mí verás la tristeza
jugando con la alegría,
y verás la simpatía
como una niña traviesa.
Compartiendo una cerveza
al miedo junto al valor,
también quizás al dolor
amigo de la sonrisa,
y un soplo de suave brisa
cortejando alguna flor.
Soy así, simple, sincero,
romántico, enamorado.
Soy un lucero apagado
pero con cuerpo de acero.
Ser un verso es lo que quiero
y dar hijos soñadores,
beberme siete colores
y ser arco iris en ti,
y que regreses a mí
preñada de mis amores.
V
Navego en blanco velero
por la arena movediza.
El fuego que allí se atiza
es de forjar el acero.
Incrustado en el madero
de tan exótica nave
está mi cuerpo de ave
cual un signo de la muerte,
mientras juega con mi suerte
el viento que nada sabe.
por la arena movediza.
El fuego que allí se atiza
es de forjar el acero.
Incrustado en el madero
de tan exótica nave
está mi cuerpo de ave
cual un signo de la muerte,
mientras juega con mi suerte
el viento que nada sabe.
VI
Cuando voy con ese modo
de fiero y joven David
en la vida soy el Cid
Campeador que vence todo,
pero si en algún recodo
el destino me hace trampa
allí soy la viva estampa
de Jesús crucificado.
Soy como un niño asustado
entre las garras del hampa.
VII
Eres nube pasajera
que el viento mece a su antojo.
O tal vez seas tú el rojo
fulgor de un sol de madera.
Vives en una quimera
que alimentas con cuidado,
mientras cierras con candado
el precio de la virtud,
y con esa esclavitud
a tu cuerpo lo has matado.
VIII
Solo estoy, solo, inconfeso.
Solo estoy, amordazado
entre dolores, callado
entre la pasión y el beso.
En mi espalda llevo preso
un violín de triste pena.
Sobre el mar, sobre la arena,
sobre algún monte dormido
solo estoy. Junto al olvido
arrastro yo mi condena.
Solo me acuesto en mi cama
cual un cadáver de humo,
como fruta sin su zumo
o ceniza sin su llama.
Sólo el verso es quien me ama
y soy del verso aprendiz.
Me cubro con su tapiz
en las noches de quebrantos
para que seque mis llantos
y cierre mi cicatriz.
IX
Era la noche incompleta
con su aroma de azafrán,
las negras nubes se van
con sus trajes de etiqueta.
Tomó el pintor la paleta
y con exquisito modo
en el lienzo pintó todo:
un lucero, sus fulgores,
y estrellas con sus temblores
reflejándose en el lodo.
Pintó además la silueta
de la palma a contra luz
y al cielo, cual un capuz,
pintó el pintor de violeta.
Dejó el pincel una veta
de azul en alguna nube.
Sube el pincel, sube y sube
y pinta en lo alto del cielo
a la luna con un velo
en su rostro de querube.
X
En ese rostro impoluto
que borda mi fantasía
hay un sol de mediodía
y un cortinaje de luto.
En ese rostro absoluto
como un lucero fugaz
puedo descubrir el haz
de un rayo lleno de miedo
y puedo ver el enredo
que transparenta detrás.
XI
Está mi cuerpo sepulto
bajo las llamas voraces,
y llevan los alcatraces
en su bolsa el negro bulto
de mi vida y el insulto
que emanando iba de ella
cuando la regia centella
matábame la simiente,
en el mar incandescente
de una maléfica estrella.
XII
Eres un verso dormido
y un abanico de seda.
Eres la impúdica Leda
y yo tu cisne rendido.
Eres el sol atrevido
que se cuela en la ventana.
Eres la estrella Kafkiana
que traza mi directriz.
Eres la fuerte raíz,
eres mi tierra cubana.