El segundo Dios ha descendido. En un carro negro y amarillo ha llegado hasta la Pirámide. Viene a reunirse con los usureros, con los dueños del oro.
Los usureros llegan: Hembra y Hombre. Mientras esperan juegan con sus aparatos comunicadores. Están la una al lado del otro, pero no se comunican entre ellos, siguen aferrados al dichoso aparatito del otro mundo. Sí, Hembra y Hombre, sólo falta el Hambre (plagiando a la isleña escritora de papiros). Y me refiero al Hambre como persona física, con cuerpo de carne y hueso, con túnica harapienta y cabellos ralos, no a la sensación de vacío en el estómago; esa, la conocí en la isla (para seguir parafraseando a la escritora de papiros) de los amores infinitos, pero por suerte un día la dejé con Caronte, navegando en las oscuras aguas del inframundo.
El segundo Dios es chaparro. Pelo blanco y tez morena. Gran cabeza anatómica, y seguramente gran cabeza intelectual. La lógica indica que debe saber mucho de números y debe ser por eso que trata a todos como los números de una única operación matemática: la resta. Sí, este Dios siempre resta, nunca suma ni multiplica, siempre resta. Los esclavos somos sus números y sus números son los esclavos. La suma la deja, única y exclusivamente, para el oro que ha de recalar en sus bolsillos.
El segundo Dios debe de ser parco en palabras o mudo, quizás le cortaron la lengua de pequeño o se la comió el gato, pues le cuesta horrores saludar. El Buenos Días está prohibido para con los esclavos. También el Hola, el simple Hola.
Creo que nunca podría ser Dios, me refiero a mí. No estoy hecho para esa sangre de origen tan exquisito. Ya sólo de pensarlo me provoca nauseas.