Vivencias de un esclavo en la pirámide moderna de un Egipto existencial y fabulado. Palabras paridas sin apenas ser gestadas. Poesía de circunstancia y mucho más. Saco sin fondo donde todo cabe.
Usted se le queda mirando, y observa,
mientras ella se aleja, su bonito cuerpo y su andar elegante, parsimonioso,
aprendido a golpes en aquella academia de modelaje, y usted piensa que es una
camarera que camina con todo el fausto de una diosa, y que toda ella es una
existencial paradoja. En su mente aún está fresca la historia que ella le ha
narrado, y se percata de una cosa, algo que no sabe el por qué no había caído
en la cuenta hasta ahora, y que, a lo mejor, le hubiera pasado desapercibido:
durante esta última parte, cuando le narró la tragedia abortiva con bruja y
malvado del cuento incluídos, no utilizó ni una vez los diminutivos a los que
está acostumbrada ¿por qué?, y de aquí surge otra interrogante: ¿qué le hacía,
o mejor dicho, le hace aún a Margarita utilizarlos tanto? Para la primera tengo
una teoría, para la segunda un convencimiento. Respuesta a la primera
interrogante: cuando Margarita le ha contado toda esa situación dramática en la
que se vio envuelta, ha revivido el dolor y el trauma al mismo tiempo que lo
contaba, y ese dolor, que es la gran herida de Margarita, la que, como ya hemos
dicho otras veces, la mantiene en hemorragia continua, le hace hablar de otro
modo, plantearse la vida de otra manera, expresarse y comunicarse sin esa,
podríamos decir, ñoñería o niñería, porque es un dolor de adulto el que brota
de sus entrañas vacías, y ese dolor provocado por esta traumática experiencia
es más fuerte y más desgarrador que el provocado y sufrido con su madre, el
cual ella relaciona con su adolescencia y no con su adultez. Por eso creo yo que Margarita expresa su
sufrimiento con un lenguaje a tono con la intensidad de ese sufrimiento y, a la
vez, con la etapa de la vida en la que el trauma tuvo lugar. Respuesta a la
segunda interrogante: Margarita utiliza los diminutivos porque es la vapuleada
(por las veces aquí repetida) carencia la que se los provoca, la carencia de
ese hijo que le fue arrancado. Esto que voy a narrar ahora ella no lo ha
contado, pero fue así: Cuando Margarita se quedó embarazada, que lo supo desde el primer momento, aunque
se obcecó en demostrárselo a sí misma para que no le quedara duda alguna,
Margarita se imaginó delante de esa pequeñita criatura, cientos de veces,
prodigándole arrumacos y hablándole como le hablan todos los adultos a un bebé,
en diminutivos. Durante esos dos meses
que esperó para demostrar lo que ya era una certeza, se sorprendía a si misma
evocando ese futuro de madre, se veía con el bebé en brazos acariciándole, amamantándole
o arrullándole y, por supuesto, como ya
hemos dicho, hablándole, diciéndole cosas tales como: ¡Ay, mi bebecito, mi
cosita gordita, mi cariñito…! ¿De quién son estos piececitos…, y esta
naricita…, y estas manitas? ¡Ay, que me como esta orejita! Tras… tras… ¿Dónde
está el bebito de mamacita? ¿Dónde? ¡Ay, pero qué cosita tan rica, ay, ay, ay,
mi bomboncito, mi melocotoncito en almíbar…!
No hubo bebé, ya lo sabemos, pero el
anhelo sigue estando ahí, pervive en ese interior estéril, sigue aferrado a
esos ovarios inexistentes, como cuando un miembro es amputado (una mano, una
pierna, un dedo) y la persona aún continúa sintiéndolo como parte suya, como si
físicamente siguiera formando parte de su anatomía. ¿Lo entiende usted ahora?
Por eso es que a Margarita se le ha quedado esa, vamos a llamarle, manía, de
abusar de los diminutivos, porque es el resultado de su carencia, es una tara
adquirida que quizás algún día desaparezca. Margarita no es ni nunca podrá
volver a ser aquella Margarita que se enamoró de Brunno bajo la mole de hierro
de la torre Eiffel, una muchacha inocente que había huido de la garras crueles
de su madre, porque Margarita, como bien dijimos en el prefacio de esta
historia, ahora es otra Yerma, con todas las consecuencias dramáticas que
Federico le atribuyó a su personaje.
Margarita llega donde Elena y Roger, Elena le
pide otro cortado y Roger, por fin, decide comer algo, le encarga un bocadillo
de tortilla a la francesa y un café con leche. Antes de volver a la barra y
preparar el pedido, pasa por la mesa de Arturo, que ya ha acabado el crucigrama
y ahora escribe en un cuaderno un larguísimo poema. Margarita le pregunta si
está más calmado y si desea alguna otra cosa. Él le dedica una sonrisa sincera
y le dice: “Bien, estoy bien… y sí, no me importaría otro café, solo, un café
solo, por fa...”
Margarita vuelve a la barra, usted no
ha dejado de seguirla con la mirada. “¡Pero, hombre, aún no ha comenzado con el
bocadillo!” Le dice ella al llegar, usted coge el bocadillo y la da un primer
mordisco. “¿Bueno, verdad?” Pregunta ella, aunque suena más a una afirmación
que una pregunta. Usted asiente con la cabeza. Ahora mire hacia la puerta, ve a
esa hermosa muchacha que está a punto de entrar, esa es Anaïs, la novia de
Arturo, la que podríamos decir es la tabla de salvación de este joven naufrago
de la vida. Anaïs entra, saluda a Margarita con un sonoro: “Hola Marga,
guapísima…, me pones lo de siempre”. Margarita se gira, le corresponde con una
hermosísima sonrisa y le dice: “Buenos días, preciosa, enseguida.” Anaïs se
dirige hacia la mesa de Arturo y al llegar donde el muchacho le rodea con los
brazos por la espalda y le llena de besos en la nuca. Él se deja hacer mientras
se encoge y ríe por las cosquillas que le provocan los besos. Luego ella le
suelta y se sienta frente a él. Se toman de las manos y se escrutan el uno al
otro, y sus rostros obtienen la apariencia de dos adolescentes que acaban de
descubrir el amor por primera vez, y en sus ojos se puede ver claramente esa
pasión del amante hacia el amado, toda esa intensidad les embarga como si
estuvieran siendo escritos ahora mismo por Carson McCullers, y Miss Amelia
estuviera observando al jorobado primo Lymon y el jorobado observando a Marvin Macy, como si esto fuera La balada del café triste, no porque
esta historia tenga nada que ver con aquella, no hay ni asomo de semejanza,
sino por querer hacer un paralelismo entre aquel Café improvisado
en un pueblo casi muerto (como este pueblo del lago) y nuestro Bar de
Neón Azul, y por una reflexión hermosa y
aguda sobre el amor y el papel de los amantes que, en esta historia singular,
vierte la autora refiriéndose al doble papel de amantes y amados, y que le
viene ni que pintada a nuestros dos tortolitos. Decía Carson que todos queremos
desempeñar el primer rol, el de amantes, y no el de amados. Y eso es lo que se
lee en estas arrobadas miradas, cada uno quiere ser el amante, el amador, el
dador del otro, el que desnuda, el que prodiga, el activo, el que da y ofrece
más. Y ahí les dejamos, en esta “carsoniana” escena de amor, porque ya sabemos
que este romance es y será sólido y duradero, al contrario de el del trío
protagonista de La balada del café
triste, y que en unos años Anaïs y Arturo se casarán, que Arturo encontrará
un trabajo en una obra como albañil, y que luego estudiará por las noches y
accederá a la universidad, y que con treinta
y seis años logrará publicar su primer libro de poemas, gracias a que
ganará el primer premio en un concurso de poesía, que el libro llevará por
título Neón Azul, que no tendrá mucha resonancia, pero que le dará la
oportunidad de acceder a una beca (que también formaba parte del premio) y se
dedicará a escribir por un tiempo. Que tendrán una niña, a la que le pondrán el
nombre de quién han escogido como madrina: Margarita. Y que envejecerán el uno
al lado de la otra. Que Arturo por fin superará su rencor hacia Doña Berta y
Soraya. Que Doña Berta morirá de un infarto del miocardio en unos cinco años, y
que Soraya se hará aún más rica, que se casará con uno de sus clientes, un
constructor y promotor inmobiliario metido a político que, poco a poco, y sin
escrúpulos, irá ganando peldaños y status, y que se irán del pueblo cuando
éste es nombrado ministro al llegar su
partido al poder.
Ahora volvamos a Roger y Elena. Él
desayuna tranquilamente bajo la mirada atenta de su hija. Luego, pasado unos minutos,
se irán, y Roger conocerá a Joan, ese
joven músico que le ha devuelto la alegría de vivir a Elena. Con ellos pasará
una semana estupenda, que será la mejor que tendrá en lo que le queda de
existencia. Hará su maleta y, después de tanto tiempo, regresará a Cádiz y se
despedirá de su amada Carmen para siempre, aunque él no lo sabe, porque él le
ha prometido volver a su lado para cuidarla y sacarla de ese estado vegetativo,
porque él tiene fe en los milagros que hace el amor. Le promete a ella que la
cuidará con mimo hasta que despierte de su viaje por la inconsciencia, y está
convencido de que Carmen le escucha, aunque no haya un mínimo reflejo, en todo
el cuerpo de ella, que así lo confirme: ni un parpadeo ni el simple movimiento
del dedo meñique. Regresará a Nueva York lleno de proyectos y de confianza en la vida que está por venir, pero que no
tendrá, porque al querer plantearle todo esto a Susan, arrancándose la piel a
tiras para desnudar su alma ante ella y así tratar de convencerla de que la
historia de amor que había entre los dos ya sólo es ceniza; ella, presa de la
furia y de los celos, le clavará un cuchillo es el corazón, en ese corazón que
usted y yo hemos visto por dentro y desde dentro, y entonces se apagara para
siempre, dejará de funcionar a la vez que dejará escapar toda su savia a
borbotones y, con ella, todos estos propósitos de futuro escaparán también y
serán enterrados en un negro ataúd. Y aunque él nunca lo hubiera querido ni
hubiera dado su consentimiento, Roger Donovan, será velado en su pueblo natal
con honores militares y allí reposarán sus huesos por los siglos de los siglos.
Y será su cicatriz la única que quedará de nuevo abierta, y sin cicatrizar por nunca
jamás, en esta historia.
Y tal como entramos nos marchamos.
Retrocedamos a pasos lentos para que se nos quede en la retina la vista
panorámica del salón de este bar, pero, para ello, hemos de llegar primero
hasta la puerta. Ya, desde aquí, observamos a Margarita acercarse a la mesa
número tres, la de Arturo y Anaïs, con un zumo de naranjas y un bocadillo de
queso para esta última, y luego sentarse junto a ellos y entablar una animada
plática; vemos a Roger limpiarse la boca
con la servilleta y a Elena dispuesta
para marcharse. Vemos el sol que entra abundante por los ventanales y
tiñe el suelo con los arabescos de los encajes de las cortinillas. Oímos el
leve zumbido del ventilador del techo y la música muy baja, de un viejo radiocasete, que Margarita
seguramente encendió antes de irse donde Arturo y Anaïs, pero, a pesar del bajo
volumen, identificamos la voz de Annia
Linares, la conocida intérprete cubana, desgarrándose el alma en ese bolero
llamado Heridas:
“…heridas de verdad,
cada vez que me miras, y no quiero mirar…”
Salimos fuera, nos alejamos
prudencialmente, hasta calcular que podemos abarcar con la vista todo el
recinto, incluyendo el gran letrero de Neón Azul, que permanece encendido las
veinticuatro horas del día; y cuando
llegamos a la distancia requerida no giramos y contemplamos el paisaje, como en
una gran pantalla de cine, para también dejar grabada en nuestra retina esa
imagen del bar con el lago refulgiendo detrás, destellado con los rayos
matutinos del sol, llenando todo el espacio de luz y de vida.
FIN
Nota del Autor:
Gracias a todos aquellos que me han seguido en esta peripecia, en este reto de escribir sin rumbo fijo, esperando que la propia historia surgiera en el mismo momento en que tecleaba. Todo lo aquí narrado, excepto el primer capítulo, ha sido escrito una o dos horas antes de ser publicado, por lo que soy consciente de la calidad literaria de esta historia folletinesca. No hay ni ha habido pretensión ninguna al escribir las tragedias aquí contadas, no busque mensajes ni otros transcendentalismos literarios o filosóficos. Dios me libre confesado, sé de mis limitaciones: vocación para escribir no es sinónimo de talento. Sólo he tratado de entretener utilizando los trucos que he aprendido de tanto leer y de visionar mucho cine y mucha telenovela.
Como bien he dicho, ha sido un reto para mantenerme escribiendo y en el que me parecía emulaba a aquellos escritores que en tiempos pasados se ganaban el pan publicando por entregas en periódicos y revistas.
Solo espero que, además de haberos entretenido, hayáis disfrutado de las obras plásticas que acompañaron cada fragmento, y que hayáis buscado o leído a muchos de los autores literarios que se mencionan a lo largo de toda la narración.
Gracias de nuevo:
O. Moré.
Annia Linares es una de las cantantes y actrices más versátiles del panorama musical cubano. Incursiona en todos los géneros y lo hace con una calidad impresionante, dada su potente voz y su manera de interpretar, en desgarro continuo. Aquí, en esta canción ligera a ritmo de bolero, que fue y sigue siendo uno de sus grandes éxitos, lo demuestra. Es esta una letra sencilla pero que su voz y su temperamento la hacen grande.