sábado, 22 de septiembre de 2018

Triunvirato de la diáspora / variaciones sobre un mismo tema.


Pez diaspórico / O. Moré  2018 / CUBA



Triunvirato de la diáspora  (variaciones sobre un mismo tema).



I (poema)

Nadé en ese mar ignoto
como un pez de escamas densas y aceradas,
como un errabundo pez
que todo observa, pero nunca fui quelonio
a merced de las corrientes…

Nadé hacía allá, hacia el más allá,
yo, güije que eyaculó sus últimas cenizas
bajo la ceiba de tronco amable
y, paradójicamente, cubierta de púas,
huyendo de ese día que siempre se apagaba
aunque el sol estuviera rajando las piedras.
Ahora el desarraigo me seduce
con sus féminas carnes para perpetrar su orgía,
pero yo sigo nadando y nadando
y, cada cierto tiempo,
regreso al amparo de la ceiba, y de la palma,
a pesar de que el día sigue siendo oscuro.
Aunque me di cuenta que ya no tengo vocación
por ser criatura abisal de tímida luz
entre tanta oscuridad,
que hace mucho cambié la bombilla,
que mi luz ahora es diferente y que le hago sombra
a mi propia sombra,
aquella que dejé colgada,
en un rincón, en la vieja casa que me vio crecer.
Me di cuenta que el tiempo sigue con su rutinaria salmodia,
imperturbable, que el horizonte sigue tan lejano,
que el agua seguirá cercándonos, impertérrita a veces,
huracanada otras, pero en su maldita circunstancia virgiliana
de estar por todas partes.
Que el acervo me alimenta,
que soy guajiro nubio con los genes de Ulises,
que soy una criatura de universos duales,
y que sigo siendo el niño iluso
que dibujaba flores de otro mundo,
mujeres gráciles con cuellos Modigliani
y peces conectados a corazones y cerebros.


II (espinelas)

Nadé por el mar ignoto
con mis escamas de acero
y atrás dejé mi sombrero
de guajirito devoto.
No obstante, sembrado  broto
como una semilla arcana
en otra tierra lejana
para perpetuar mis genes,
aunque el mar, en sus vaivenes,
me regrese a la sabana.

En un círculo vicioso
(ouróburos infinito)
yo me dibujo a grafito
en un palmar silencioso.
Soy un güije prodigioso
que no teme a la marea
e igual que la jicotea
soy endémico y global,
un hijo del platanal,
de la urbe y de la aldea.

III (romance)

Soy ese pez que dibuja
a tinta y con arabescos
mujeres de cuello largo,
corazones y cerebros;
máscaras para derrotas
de un rufián llamado tiempo;
extrañas flores de ámbar
y rostros de terciopelo;
sangrantes venas y soles
deshinchados y violentos;
caracolas habitables
del color del limonero;
alas libres y otras truncas,
y metáforas del miedo;
azules cielos prohibidos
y puertas hacia el infierno;
algunos amantes rojos
y otros de inocuos besos;
telarañas para ilusos
(laberintos) y burlescos
niños que orinan con saña
sobre el poder usurero.

Soy ese pez que en sus genes,
en su taíno esqueleto,
tiene algo de mambí,
de campesino insurrecto;
que fue un duende con carencias
y ansias de aventurero,
al que le faltaba el pan
y le crecían los sueños.

Soy ese pez argonauta
que navega lisonjero
entre vitrales de Amelia,
como sacados de un cuento,
y entre las mestizas Floras
de René Portocarrero.

Soy ese pez anodino
que describe a fuego lento
su catarsis octosílaba,
como otrora algún aedo;
que es carne de poesía
que heredó de sus ancestros;
que se refracta en Lezama
y en sus cóncavos espejos,
en sus múltiples imágenes,
y en virgilianos conceptos,
en el Niágara de Heredia,
y en los más “sencillos versos”
de aquel  de la frente ancha,
siempre vestido de negro.

Soy ese pez del Caribe
que disecciona momentos,
como un biólogo curioso
desentrañando el misterio
de la ausencia que me araña,
por ser doble de Odiseo.

Soy ese  pez de vigilia,
que se concede el regreso,
al cocodrilo varado,
en un insomne velero,
para recordar al niño
guajiro que llevo dentro,
ese que pintaba nubes,
estando atado en el suelo.
Y así, cuando el desarraigo
quiera lanzarme el anzuelo,
no pueda pescar mi alma,
porque sigo siendo isleño.

Soy ese pez en simbiosis
de raíz y sentimiento.
Al que el mar le da y le quita,
y le sirve de escudero
cuando tiene que enfrentarse
a los molinos de viento.
Al que la tierra le ofrece
sus carnes y sus secretos,
para sembrar los ocujes
y palmares en el pueblo
que, entre nieves y amapolas,
habrán de guardar mi cuerpo.
Y llegado ese gran día,
habrá acabado mi éxodo.

O. Moré ® / 2018






domingo, 16 de septiembre de 2018

Breve compendio de virtudes perdidas




Breve compendio de virtudes perdidas.


Hace tiempo que he perdido
las virtudes del fuego,
aunque hay días en que crepito
y caliento alguna que otra arteria.

También he perdido las virtudes del agua,
por ejemplo:
la capacidad de adaptarme a la forma
de mi propio encierro, del frasco transparente
donde habito… Aunque, es cierto,
algunos días soy proclive a otras humedades
y adopto caprichosas formas líquidas.

He perdido, muy a mi pesar, la visión periscópica
de submarino, de hombre con escafandra,
de lobo de mar; la visión que me mostraba
los horizontes ocultos,
las tormentas y presagios,
y la increíble destreza
de ver más allá y más acá
de otras epidermis.

Mi boca se deforma, mi cuerpo se deforma,
mis manos se deforman…
Mi memoria grita porque olvida,
y el olvido corta las raíces
mientras murmura palabras inteligibles
que nunca dije, al menos, mientras estuve vivo.

Hace tiempo que perdí las virtudes del árbol,
su dureza, su capacidad de ramificarse
florecer y dar frutos,
frutos tangibles, hechos de pura pulpa,
de sabrosa sapiencia agridulce.
Bueno, no todas las virtudes del árbol he perdido,
aún la cáscara guarda al palo,
o, lo que es lo mismo, mi corteza
me mantiene a salvo
de erosiones antiguas, aunque no sé yo
si me salvará de las erosiones futuras.

Hace tiempo que perdí las virtudes del escualo,
su sigilo y su mudez en las corrientes,
en las regiones donde el hombre muestra sus colmillos.
Y, además, perdí la mímesis, que heredé
de otras criaturas, con la arena,
con las rocas y los antropomorfos corales.

Ahora soy viento que gira en torno a sí mismo,
viento inocente, no ráfaga,
solo viento que sopla y espera,
que sólo espera, mientras
en una onírica clepsidra
mi cerebro va criando un nuevo corazón
y se debate entre dos aguas.

Texto e ilustración:
O. Moré ® / 2018




viernes, 14 de septiembre de 2018

Náyade

Mi querida hermana, la cantautora cubana de música infantil, Tania Moreno, ha llegado al medio siglo de edad. Hoy, entre otros agasajos, quiero dedicarle este dibujo hecho expresamente para ella, que va acompañado de un pequeño poema en décimas. Ambos, dibujo y poema, llevan por título: Náyade, ya que cuando éramos adolescentes, y ella había entrado a estudiar a la escuela de arte, yo le puse este apelativo al que le sumé el apellido Mozart, porque mi hermana rezumaba (y aún rezuma) gracia y talento musical por los cuatro costados; ella a mí, por su parte, me puso el de Ovidio, como el poeta latino; porque para ese entonces yo ya le había cogido demasiado el gusto a lo de poetizar.

Felicidades, mi herma. Va por ti.




Náyade / rotuladores de pintura acrílica sobre cartulina negra/ O. Moré 2018

Náyade peces libera
cuando mira al infinito
y en el oleaje fortuito
la canción se desespera.
Náyade es la sementera
de una música marina
que cual versos de Alfonsina
visten el mar con la espuma
de allá donde la Yagruma
su identidad difumina.

Náyade, cabello al viento
se trasviste de coral
y su canto es vendaval
que aflora del sentimiento.
Luego en un arpegio lento
con una guitarra alada
se torna ninfa encantada
para al silencio dormido
arrancarle algún gemido
que ahuyente el frío y la nada.

Texto e ilustración:
O. Moré ® 2018
(Especial para Tania Moreno)