Quizás
la única manera de verme obligado, algún día, a terminar este relato, es
publicando algunos fragmentos. Lo que comenzó como una farsa o un sainete
algo vernáculo para desterrar una tristeza corrosiva, después de varias
reescrituras se ha convertido en algo completamente diferente. La verdad es
que, también, me he metido en un verdadero berenjenal del que no logro
salir, ya que, a medida que voy escribiendo, se me ocurren diversas tramas y no
sé, aún, cual me agrada más y, menos, cuál es la más idónea.
Así que léase este relato como lo que es, un simple divertimento sin pretensiones literarias, al que me aboqué en su día para combatir la ya mencionada tristeza además de la abulia. Ambas llevaban, en aquella época, un tiempo rondándome y no veía mejor manera para poder asesinarlas poco a poco y lentamente que intentando escribir en clave de humor.
Gracias por la lectura. Aquí les dejo con el primer capítulo.
ABEJA ROJA
I
Pruebe, pruebe uno… ¿Jugosos, eh…? No encontrará otros como
los míos en toda la zona…
Bueno, sobre lo que me había
preguntado usted… Mire, yo nunca pensé
formar parte de la cátedra, ellos me invitaron. Todo fue por culpa de aquel
curso de entomología, específicamente sobre los himenópteros, que daba mi amigo Rigoberto Vasconcelos, y al
que me apunté más por complacerle que por otra cosa, porque, la verdad, a mí
las hormigas, abejas y avispas, no es que me interesaran mucho en aquella
época, mi especialidad eran los lepidópteros…, las mariposas, hablando en cristiano, a las que me había aficionado desde que
Helenita Troya, un amor imposible de mi adolescencia, nos había desvelado en clase de educación
física los sugerentes tatuajes que le había hecho, no recuerdo quién, de dos
hermosos especímenes. Uno lo llevaba bajo el ombligo: allí exhibía con
desfachatez la Danaus Plexippus, comúnmente llamada
mariposa monarca. El otro lo llevaba en
la rabadilla; aquí, con más descaro aún, la Morpho
Didius haciendo gala de su paleta cromática de azules. En ambos tatuajes el trabajo del artista había
sido exquisito, ya no sólo por la belleza de las especies seleccionadas, sino,
además, por el nivel de preciosismo y realismo conseguidos…
Coja otro, no se lo voy a cobrar….,
mire, éste, éste mismo… ¡Fíjese qué piel tan tersa, qué rojo tan bonito! Y el
sabor… ¿qué me dice del sabor…? ¡Muy bueno, eh! Nadie cuida los tomates como
yo; les trato con mucho mimo y les nutro con un abono especial…
¿Por dónde iba…? Ah, sí… Hasta
aquel momento las mariposas para mí eran sólo unos insectos a los que la naturaleza
había tenido la gentileza de dotar de cierta gracia entre tanto bicho
feo, pero, al contemplar las de Helenita, mi visión cambió radicalmente y, en
aquel preciso instante, pasaron a ser las criaturas más hermosas, sexys y
angelicales de toda Insectolandia. Si ya Helenita me erotizaba con su
exuberante cuerpo a lo “Criollita de
Wilson”*, el añadido de los tatuajes en sus carnes me transportó,
directamente, al éxtasis supremo. Me lancé como un poseso a leer cuanto libro
hallé de lepidópteros. Principalmente mi objetivo se ceñía a indagar
cuáles eran las especies que habitaban, coloreadas en tinta, su piel de
quinceañera, para luego, información en mano, poder entablar una
conversación con ella (la típica que
rompe el hielo), ya que, de otra forma, dada mi timidez y mi físico, yo era
consciente de que no sería capaz de comenzar. Aquellas mariposas eran el
pretexto idóneo. Pero, a medida que iba investigando y metiéndome en ese mundo, me quedé atrapado
en la red de los cazamariposas
como un lepidóptero más, y, a la par que fue creciendo mi libido por Helenita,
fue creciendo mi pasión por las mariposas…
Lo siento, me estoy alejando del
tema… Aunque por la expresión de su cara
creo entender que también le
interesa esta historia ¿Se la sigo contando…?
¿Sí? Muy bien. Sí, lo entiendo, todo puede serle útil…
Pues, mire usted, el día que creí
que ya estaba totalmente preparado: mi cerebro rebosante de toda la información
necesaria sobre las mariposas en
cuestión, decidí ir en busca de Helenita,
aunque Rigo me había advertido que no lo hiciera, que aquello iba a ser un
suicidio social… Sí, Rigo, Rigoberto, mi
mejor amigo en aquella época, el mismo del curso de entomología del que le he
hablado antes. Según como él lo veía, aquello iba a ser un desastre, y, para
argumentarlo, me enumeró toda una ristra de torpezas que yo había ido
coleccionando en lo referente al cortejo de las féminas. Yo no le hice caso,
porque pensé que estaba celoso: él también iba detrás de las mariposas de
Helenita. Así que, desoyendo el consejo de
Rigo, me presenté delante de ella en el recreo y, tartamudeando como un
imbécil, comencé a soltarle datos a diestra y siniestra sobre sus epidérmicos
insectos sin tan siquiera articular un simple “Hola”, así, tal cual, como un
androide al que aprietan una tecla y
suelta de golpe toda la cantinela que le ha sido programada. He de
decirle que para llegar a cometer tamaña ridiculez (no podría llamarle de otra
forma) y darme el valor necesario, me había tomado con anterioridad unos
cuantos vasos de tilo con cañasanta y otros tantos buches de ron Paticruzado,
que, por supuesto, me sentaron como una bomba, por lo que, al tiempo que
recitaba mi abrupta letanía lepidóptera, mi vejiga se levantó en pie de guerra
y dijo: “hasta aquí he llegado”, enviando al cerebro la orden inmediata de
miccionar, entonces, en un pírrico intento de aguantarme las ganas, crucé las
piernas, pero… qué va, no había modo de
contener aquello, el deseo se intensificó
y comencé a contorsionarme de una manera escandalosa, emulando al
mismísimo muñeco de la etiqueta de la botella de ron, lo que trajo al traste
que la chiquillada reparara en mí y que
la hilaridad, llevada a su máximo extremo (carcajadas sonoras y estruendosas),
se adueñara de todo el patio. Helenita fue la primera en comenzar a reír
desenfrenadamente y señalándome con el dedo me dijo: “Chico, eres tremendo, pero tremendo cacho de guanajo”, con la
misma se dio media vuelta y me dejó
allí, convertido en carne fresca para la jauría. Yo, en ese momento, hubiera
querido ser como la Greta Oto o la Haetera
Piera: transparente e invisible a la mirada de aquellos
carcajeantes depredadores. Salí disparado hacia los lavabos dejando una estela
de risotadas a mi paso. Aliviando la
vejiga, en el apestoso meadero, llegue al convencimiento de que Helenita nunca
más me miraría con buenos ojos y que cualquier atisbo de esperanza de una
relación con ella sólo sucedería en mis sueños. Durante mucho tiempo seguí
queriéndola en silencio, desde un visceral
platonismo, hasta que un día ella desapareció inexplicablemente y nunca más
volvimos a verla. Al poco alguien comentó que se había ido en una balsa para
Miami. Nunca la he olvidado. Cada vez que veo una mariposa mi mente me la
devuelve e intento imaginármela con la edad que tendría hoy.
¿Un poquito de agua? Sí, por
supuesto, sírvase usted misma… Coja la
de la tinaja, estará más fresca. ¿Sabe…? Hay algo en usted que me la recuerda…
Sí, sí, a Helenita Troya…
¿De verdad cree que ésta también
puede ser una buena historia para un
relato? Yo no le veo mucha carne literaria a mis fatalidades… Bueno, si usted
lo dice… Es usted la que sabe de estas cosas. ¿Qué…? Por supuesto, ahora
continúo con lo del curso y la cátedra.
Como le contaba al principio, antes
de que me fuera por las ramas con lo de las mariposas. Me apunté al curso de
entomología para complacer a Rigo, que
me había estado dando la tabarra durante casi un mes con una única y vacua
excusa, la de que le haría mucha, pero mucha ilusión, que yo asistiera. Rigo y
yo éramos amigos desde la primaria y, a pesar, como le he contado, de que ambos
estuvimos detrás de las mariposas de Helenita, llegando a existir una pequeña
rivalidad entre nosotros, lo cierto es que siempre nos habíamos llevado
estupendamente. A los dos nos gustaban las ciencias, la misma música y hasta
los mismos poetas; juntos nos fuimos a estudiar biología a la universidad de
Almácigo, en la capital de la isla. Él, al acabar la carrera, se especializó en
entomología, como ya ha podido suponer.
Yo no pude acabarla, a medio curso del segundo año contraje una rara y
contagiosa enfermedad que me dejó casi cadáver durante un trienio. Cuando me
recuperé ya no me veía con fuerzas para retomar los estudios de biología;
demasiados años perdidos y demasiados años por delante, así que me incorporé al
destacamento pedagógico y en poco tiempo me gradué de maestro.
Como ve, tras la universidad,
nuestros destinos tomaron diferentes derroteros. Pasado unos meses, después de
graduarse con honores en la especialización de entomología, Rigo fue
seleccionado para una misión de estudios en el Amazonas en la que estuvo cerca
dos años; allí conoció a la que es hoy su esposa: Guadalupe Saavedra; acabada
la misión ambos recalaron en la Universidad de Verdolaga, en nuestra provincia;
allí fue donde ocurrió todo…
Sí, sí, estoy bien, no se
preocupe, lo estoy superando. Ha pasado mucho tiempo, pero es difícil olvidar…
La muerte de Deméter me dejó seco, árido, perdido… Bueno, el pasado, pasado
está. Continúo.
Hacía más de un año que Rigo y
Guadalupe estaban allí, en Verdolaga, y allí era donde él impartiría el curso.
Yo, por mi parte, después de acabar el pedagógico, había hecho varios intentos
por acceder a una beca de maestro para un programa de intercambio en la antigua RDA, que no es que me
interesara mucho pero, si lograba hacerme con la plaza, tendría la posibilidad
de escapar una temporada de la mediocridad de nuestro pueblo. Cómo indica la lógica, para tal menester, era
imprescindible aprender alemán, pero resultó que la dichosa lengua no me
entraba ni rajándome la cabeza y
metiéndome todos los diccionarios dentro, por lo que tuve que desistir y, al final, optar por un puesto
vacante de profesor de ciencias, que nadie quería, en mi antigua escuela secundaria,
donde, para más inri, mi fama como el “meón paticruzado, amante de las mariposas” aún perduraba en la
memoria del profesorado. Y un buen día, cogiendo botella a las afueras de la escuela, cosa que hacía
diariamente para dirigirme a mi casa, Rigoberto apareció ante mí conduciendo un
Lada blanco, fruto del reconocimiento que le habían dado por su misión en el
Amazonas. Fue una agradabilísima sorpresa. Después de los abrazos de rigor, mi
amigo se ofreció para llevarme a casa. Monté en su carro de diseño soviético y,
durante el transcurso del viaje, nos contamos nuestras respectivas vivencias y
avatares desde que habíamos dejado de vernos. Fue en este viaje, precisamente,
donde me invitó a su curso por primera vez, porque, como ya le he dicho antes,
luego estuvo dándome la lata bastante tiempo, ya que lo de recogerme a la
salida de la escuela se convirtió en una rutina.
Llegado el momento, asistí al
curso. La verdad es que, sorprendentemente,
me resultó muy ameno; Rigo tenía un magnetismo especial, un don para
captar el interés de los oyentes que era algo fuera de lo común; sus clases
destilaban magia, lograban involucrarte del todo. Aprendí muchísimo y logró
contagiarme su pasión por los himenópteros.
Como trabajo final del susodicho
curso hice una pequeña ponencia sobre la
abeja roja Rhodanthidium Sticticum, e
intenté poner en ella toda esa pasión adquirida. A Rigo la ponencia le pareció
muy buena, “volaísima”, dijo, término
que no escuchaba yo desde nuestros años
de secundaria. Y le agradó tanto la ponencia (eso creí) que quiso incluirla en
su temario docente, previo consentimiento mío, claro está, pero no para
impartirla él en clase, sino para que lo hiciera yo mismo. Dos días después,
Guadalupe, que para ese entonces ya era la vicerrectora de la cátedra de
entomología, me llamó por teléfono para decirme que habían aprobado la
solicitud de Rigo y que me aceptaban como profesor invitado en la cátedra. Me
dijo, además, que mi ponencia sobre la abeja roja sería programada en breve,
que ya se pondrían de acuerdo conmigo para la fecha y la hora de mi exposición,
pues, aún, tenían que hacer los ajustes necesarios en el programa lectivo con
tal propósito. Imagínense mi asombro desde el momento mismo en que Rigo me hizo
la oferta. ¡Yo, que era un entomólogo aficionado, un profesorcillo de ciencias
naturales en una secundaria del tres al cuarto, iba a dar una clase en un recinto universitario! Cuando lo pensé
bien, me cagué en los pantalones, pero, en un segundo ataque de locura, me dije
con mucho optimismo: Venga, Diluvio, has
de coger el toro por los cuernos. Quizás hubiera sido más apropiado haber
dicho “al escarabajo por el cuerno”,
o, aún más, “a la abeja por el aguijón”,
pero, en fin, eso fue lo que me dije.
¿Qué de dónde viene mi nombre…? Cosas de mi madre, católica que renegó de todos los santos
cuando un aguacero descomunal, que duró varias horas, la sorprendió debajo de
una güira cimarrona al mismo tiempo que rompía aguas y ningún miembro del
santoral cristiano apareció por los alrededores, ni siquiera el mismísimo
Cristo, para auxiliarla, por lo que parió allí, sin ayuda de nadie, como
antiguamente hacían las indias taínas. Menos mal que, visto lo
visto, le dio por bautizarme Diluvio y no Güiro. Y ahora que lo pienso bien,
supongo que en ese momento mi madre no recordó que con el fruto de la Crescentia
Cujete, o sea, la güira, se fabricaban las maracas, porque, de haberlo
recordado, tenía todos los números para que me hubiese bautizado con el nombre
de Maraco, cuyo diminutivo sería Maraquito, y de ahí a mariquita, hay sólo una I
y una A de diferencia. ¡Jesús y la virgen! Ya bastante tuve con mi fealdad
durante mi niñez como para que, encima, me hubiera ganado tal apelativo.
Así empezó mi andadura por la
cátedra, con una ponencia sobre la abeja roja. Y aquí estoy ahora, yo, Diluvio
Nyakuni, un año después, fuera de la cátedra, cultivando tomates en Perdición,
mi pueblo natal, un pueblo perdido en los quintos infiernos, tal como su nombre
indica y usted ha podido comprobar. Aquí estoy, vuelto a mis orígenes guajiros,
convertido en un solitario hortelano y sin deseos de volver a pisar la
Universidad de Verdolaga en lo que me resta de vida.
*Criollita de Wilson: Así se les llama las mujeres cubanas exuberantes y con curvas, debido a las Criollitas, personajes creados por el caricaturista y humorista gráfico cubano Luis Felipe Wilson.
Danaus Plexippus (Mariposa Monarca) |
Morpho Didius |
Rhodanthidium Sticticum (Abeja Roja) |
Greta Oto |
Haetera Piera |
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