Ella se vacía los bolsillos de la entrega
y los deposita suavemente en un rincón.
Allí se tuestan lombrices de deseos,
alacranes tan maléficos como un beso.
Cierra los párpados y sopla su elixir
de noctámbula y de libélula.
Delgadas nubecillas de amor
se escapan entre las rejas
de este jardín distante y silencioso.
Ella es una flor de ese jardín
también prohibido.
Yo la miro como un jardinero
que padece de amnesia.
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