LECCIÓN de LENGUA
Sí, tengo la savia amarga
y tengo la mente corta,
pero eso a mí no me importa,
pues tengo la lengua larga.
Mi lengua es como una adarga
que fustiga y que penetra;
mi lengua es como un obstetra
que palpa la oralidad,
y allí, en esa otredad,
saborea letra a letra.
Mi lengua lame la piel
de una musa sensitiva
y luego con su saliva
la tiñe rojo buriel.
Mi lengua es la de Espinel
rimando las redondillas
cuando en las suaves rodillas,
de esa musa que te nombro,
las cata desde el asombro,
y “engendra la maravilla”*.
Mi lengua es fiera y es mansa
según sea necesario;
tiene un gen contestatario
que ni teme ni se cansa.
También alaba, descansa,
y luego vuelve al combate:
quizás en algún debate,
quizás para enamorar,
o para hablar por hablar
cuando es tonta de remate.
Mi lengua es siempre expedita
cuando el poema degusta,
y puede que sea augusta
si la ocasión lo amerita.
Es dúctil cuando se excita
como un pene de intelecto,
pues es el miembro perfecto
que a la ignorancia desflora.
Y a veces es muy traidora
tartamudeando en directo.
Mi lengua sabe callar
y no es proclive a la ofensa
a no ser que en mi defensa
la tenga que utilizar.
No es lengua de muladar
ni lengua de ringo rango,
mas bien de tingo talango
—instrumento muy sencillo—
aunque a veces saca brillo
hasta al mismísimo fango.
En fin, mi lengua me salva
y a veces también me hiere
cuando con furia me infiere
autocrítica a mansalva;
y es que es una lengua calva
no tiene ni un solo pelo.
Me hiere con su escarpelo
y después la herida lame.
Así es mi lengua de infame
a la vez que es mi consuelo.
O. Moré
2017
*Debes amar la hora que nunca brilla
y si no, no pretendas tocar lo yerto,
sólo el amor engendra la maravilla,
sólo el amor consigue encender lo muerto,
sólo el amor engendra la maravilla.
SILVIO RODRÍGUEZ
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