Pasearse por el Huerto de Emerson de la mano de Luis Landero, es una de las experiencias más gratificantes que pueda tener un lector. Cada libro de Landero me deja con un hambre insaciable, como si mi famélico cerebro, para alcanzar su robustez y su carga de inteligencia, necesitara de esta exquisita literatura. Lo mío con Landero es adicción pura y dura, como lo ha sido (y sigue siendo) con García Márquez, Paul Auster, Almudena Grandes, Haruki Murakami, Onelio Jorge Cardoso, José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Leonardo Padura, Wendy Guerra, Pedro Juan Gutiérrez, Gavrí Akhenazi, Juan Marsé, Eliseo Alberto Diego, Jesús Díaz, Zoé Valdes, Abilio Estévez, Javier Marías o, lo está siendo ahora, con la narrativa de Alexis Díaz Pimienta.
Juegos
de la edad tardía fue la primera novela que leí, hace ya muchísimos años, de
Landero; fue ella la culpable, fue ella quién me hizo empezar a buscar más
libros de este autor que, hasta ese momento, había sido un total desconocido
para mí. Esta novela es de las que te marcan y te dejan huella, es de esas que
al leerlas dices: yo quiero escribir así, o, yo hubiera querido escribir este
libro. Con el Huerto de Emerson Landero
lo ha vuelto a hacer, me ha dejado con síndrome de abstinencia y rezumando
envidia sana, porque yo quiero ser Luis Landero, yo quiero ser como Luis
Landero. ¿Cómo se puede escribir tan bien? ¿Cómo se puede escribir con esa
profundidad, esa elegancia, esa simplicidad y a la vez con tanta grandeza?
El
huerto de Emerson no es una novela, es más bien un libro de relatos en los que
hay cierta continuidad y donde lo vivencial y autobiográfico (como ya lo había
hecho en Balcón de invierno) van de la mano
y se mezclan con sus reflexiones sobre
el oficio de escribir, sobre la creación y sobre la literatura: libros y
personajes literarios, donde estos últimos bien pudieran ser auténticos alter
egos de sus propios personajes . Y qué pasa, que empatizo inmediatamente, y la
sinergia entre mi yo lector de Landero con el propio autor Landero es
inevitable, porque yo, un don nadie, un alfeñique, un principiante, un
escritorcillo de medio pelo, descubro que pienso exactamente como él, que me
enfrento a la creación de la misma manera que este genio, y eso me llena de
regocijo, pero ahí acaba todo, porque él
es y seguirá siendo un dios de la narrativa y yo nunca le llegaré ni a la horma
del zapato; pero qué importa, con leerlo a él es ya suficiente, es un lujo, un
placer, y puedo sentir, mientras leo,
que la apoteosis en mí también se ha hecho realidad.
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Acabado
el Huerto de Emerson comencé La carne,
de Rosa Montero. Nunca había leído nada de Rosa, y me ha encantado. Desde ayer,
que acabé su novela, pasa a formar parte
de mis imprescindibles. Es una novela que juega muy bien con el tempo y con los
personajes para mantener la tensión narrativa.
Rosa se me ha descubierto como una escritora de innegable talento y con
una imaginación desbordante, y lo digo (y no creo que haga spoiler) entre otras
cosas por un personaje como Josefina Aznárez. Esta novela, escrita por otro,
hubiera podido ser un insulso melodrama, pero en manos de Rosa Montero se
convierte en una novela sólida, autentica, precisa y preciosa. Le robo a
Enrique Vila - Matas un comentario que aparece en el dorso del Libro; dice
Enrique: «Rosa Montero ama el riesgo […] y lo arriesga todo para que volvamos a
creer en las relaciones entre realidad y lenguaje, en el poder de las
palabras.»
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