The Blinding of Polyphemus, by Pellegrino Tibaldi |
Todo acto es un disparo de
revólver cerebral -el gesto insignificante o el movimiento decisivo son ataques
(abro el abanico de nockouts para la destilación del aire que nos separa)- y
con las palabras depositadas en el papel entro, solemnemente hacia mí
mismo.
Tristan
Tzara.
¿Ahora,
que la noche acaba
con
su cíclico delito de puta de salón
y
contonea su negra fragilidad
sobre
la ciudad dormida…,
acaso,
ahora, he de cortarme la mano
como
el soldado de Kirchner,
uniformado
soldado de Ernst Ludwig Kirchner,
y ser
otro manco de Lepanto,
extrapolar
mi verbo,
desentrañar
sus vísceras
y ser
un antropófago vulgar,
un
caníbal de mí mismo…?
Creo
que te equivocas,
sólo
he de esperar el rayo,
y mezclarme
en las circunvalaciones de Delaunay,
y ser
el aeroplano
mitad
máquina, mitad ángel,
que
se eleva al infinito
tras
esa eclosión de colores
y como
Blériot, nunca Ícaro,
saltar,
haciendo realidad mi antiguo verso,
de la nube al cielo.
Quizás
no sepas que fui,
hace
mucho tiempo,
una figura
egipcia,
ridículamente
pintada,
a la
espera del escorzo,
pero
que, por esos misterios
de la
vida,
pude
escapar del muro
y
cincelarme los músculos de David,
ser
hombre de Vitrubio,
y, en
otro sueño,
entre
una máquina de coser y algún paraguas,
en un
aséptico quirófano,
llegar
a ser un cálido “cadáver exquisito.”
Porque
sí, sólo el que vive lo irreal,
en la
irrealidad de un espejo de agua
que
te apresa,
es
irreal en sí mismo; sólo un isleño de Nubia
es
tan surrealista como un tigre de Dalí,
como
un pájaro bicéfalo de Max Ernst…
Y ese
soy yo,
aunque,
la verdad, no sólo de Lautreámont vive
el hombre
(o
debería decir del sueño, que rima con isleño).
También,
con una túnica Dadá,
negando
la mímesis ha vivido, he vivido,
burlando
la acuífera circunstancia,
el
isleño y yo, que fuimos uno
en el
pasado,
que fuimos
y somos y soy, el hijo, así, en singular,
de la
jungla lamiana*,
y hemos
saltado, salté, y salido, salí, del paréntesis,
y
pude, pudimos, mostrar
el
colorido del gallo de Mariano
sacando
las espuelas.
Y
quizás por ello seamos,
o soy,
un animal disparatado,
como el
gamo azul que clama su dolor
hacia
las alturas, al filo de la destrucción,
saeteado
como un San Sebastián
por los
planos superpuestos
y
sesgados, entre el rojo sangre
y el
azul cadmio
en El destino de los animales, de Franz
Marc.
Pero
no por ello, óyelo bien,
he de
coartar el trazo, el ojo,
el
pecho, la rima, el albedrío libre
de
esta mente que junta
despojos
con joyas y lienzos con palabras…
Me lo
dijo Breton,
me lo
dijo Duchamp,
me lo
dijo Huidobro,
me lo
dijo Isadora,
me lo
dijo Debussy,
me lo
dijo Aristóteles,
me lo
dijo Lezama,
me lo
dijo Silvio,
me lo
dijo Pablo,
me lo
dijo Mama Inés,
me lo
dijo Virgilio,
me lo
dijo Lope,
me lo
dijo Ovidio
me lo
dijo Ma’Teodora,
me lo
dijo Gide,
me lo
dijo Benny,
me lo
dijo Adela,
que
creara, y creo.
Creo
desde el instinto,
desde
el arrebato y el desgarro,
desde
la sangre,
más
con el corazón que con el cerebro.
Al
final de cuentas, la verdad absoluta no existe,
todos
los ismos se negaron los unos a los otros,
cada
uno asesinó a su antecesor
en
pro de la vanguardia…y del ego.
Y qué
lograron. Nada. El mundo sigue a la deriva,
el
hombre sin fe busca la fe
y la
fe busca a dioses que nunca
están
cuando se les necesita.
Entonces,
ahora, acaso ahora,
que
noctívago presumo de la letra,
que
nazco en cada sustantivo,
que
me rompo la crisma entre los libros,
que
dibujo a tinta cada uno
de
los pedazos rotos del espejo
y
articulo de nuevo la figura,
la
mía, mi reflejo de ente resurrecto,
yo,
cronopio imberbe de Cortázar,
yo, degradado
en rojo por Marc Rotkho,
yo, carne
de diáspora absoluta,
yo,
pez fusiforme y abisal,
yo,
retratado por Magritte,
yo,
primero padre que poeta,
yo,
primero hijo que poeta,
yo,
primero esposo que poeta,
yo,
primero amigo que poeta,
yo,
primero hombre que poeta,
pero
no macho, varón,
que
también,
sino
hombre según Nietzsche:
humano demasiado humano…
¿he
de morir en blanco y negro,
he de
ser gris por tus santos cojones,
he de
ser río y nunca ser la mar,
he de
ser mulo y nunca ser corcel,
he de
ser manso y nunca ser la fiera…?
Ah,
no, te equivocas, te lo repito,
todo
eso lo soy, cada uno de los antónimos,
simplemente,
siendo persona…
Sí,
con
ser persona me conformo,
con
escribir mi mierda me conformo,
con
dibujarme a tinta me conformo,
y si
la puta noche me cobija para siempre
y me
seduce con su grupa
de
insomne negra
y me
hace oscuro en el azul
y se
ríe de mi verbo
y mi
acuarela
y se
viene sobre mí
desnuda
y muerta
y se
apaga sobre mí como un tizón
y me
muestra sin piedad
que
la Piedad sólo vive en el mármol de Carrara
y me
mata y me incinera y me sepulta,
pues
mejor
para ti y tu túnica impoluta,
mejor
para ti y tus fastos y laureles,
mejor
para ti…
porque a mí, cíclope que me observas
desde
la altura milenaria de tu estirpe,
desde
la cariátide y la jónica columna,
desde
el flamígero cielo de otro Prometeo,
a mí,
me importa un rábano.
Y si
mediocre me hace y hago a Plauto
y si
Tristán y Margarita se esfumaran
y si
la décima dejara de cubrirme
y si
la piel y el craquelado se fundieran
y si
el lagarto fuera mi unicornio
y las
mareas mis sístoles y diástoles
y el
patakín dejara de erigirme
y en
el teatro mi máscara perdiera
y si
la lluvia dejara de mojarme
y la
pulsión se fuera por mi orina
y la
ventana cerrara sus vitrales
y la
ínsula fuera un desarraigo
y la
abeja se olvidara de mi rojo
y los
cocuyos del valle que pinté
apagaran
sus faros de repente
y la
urgencia se fuera de mis manos
y la
gaviota de Chejov se muriera
en mi
blanco papel de buen soldado
y las
viejas el hilo me cortaran
y
cual Kratos cubierto de ceniza
por
los muertos muertos por mis muertos
se
ahogaran en el grito que pedí,
me
importa igualmente
un
comino.
me
importa igualmente
un
pepino,
Me
importa una mierda
toda
la horti-cultura…
(fíjate que no he puesto ni una coma)
porque,
paradójicamente
sólo
creo en E. H. Gombrich
y la
ciclogénesis
del
viento que vino de Altamira
y se
posó, discreta como un ave,
en un
difuminado de Sandorfi.
Sólo
creo en Enheduanna
y en
sus cantos, en su disco de piedra,
en la
mágicas galas de Ur
vistiendo
a Safo y a Carilda;
Sólo
creo en Netzahualcóyotl
susurrándole
al aire:
Como una pintura nos iremos
borrando,
como una flor
hemos de secarnos
sobre la tierra,
cual ropaje de plumas
del quetzal, del zacuán,
del azulejo, iremos pereciendo.
como una flor
hemos de secarnos
sobre la tierra,
cual ropaje de plumas
del quetzal, del zacuán,
del azulejo, iremos pereciendo.
Y creo
en ese aire inoculando las venas
de Darío,
de Neruda y de Martí…
Sólo
creo (de creer) en el libro que yo mismo
he de
escribirme cuando
en
agua me conviertan los recuerdos
y
escape por otro sumidero
y
alimente la tierra de mi isla.
Sólo
creo (de crear) en ese mismo libro
y la
pulsión, en el arrebato, en el instinto
y el
relámpago.
Y no
me hables de Dios
ni de
eternidades; vivo el ahora.
Y si
Dios, tal como dices, habita en mi interior,
entonces
él soy yo,
y yo
soy el isleño,
por
lo tanto el isleño es Dios.
¿Premisa
o falacia?
¿Conclusión
lógica?
¿Aporía?
¿Silogismo
cogido por los pelos?
Ya me
dirás tú, amigo Polifemo.
Mira,
para
eternidades e inmortalidades:
los
genios; para religiosidades:
los
acólitos y hasta los beatos.
A mí
con la finitud me basta…
Yo creo
en lo ocasos y en lo albures,
en
los soles que se apagan,
ya lo
dije en otro poema,
de un
sólo gesto.
Para Dios o Diosa, también lo dije,
en
otro poema: La Poesía.
Para
Deidades: mis manos.
Y
sabes qué he descubierto:
que
cuando no había leído a Kant
ya
pensaba como Kant;
que
cuando leí, hace mucho,
La
Poética de Aristóteles,
ya
creía en Aristóteles;
que
Arthur Danton tenía razón,
que
Tzvetan Todorov tenía razón,
que
Tristan Tzara tenía razón,
que
Isidore Ducasse tenía razón,
que
Lezama Lima tenía razón,
que
Severo Sarduy tenía razón,
que
Borges tenía Razón,
que
Vallejo tenía razón
que
Ray Bradbury tenía razón,
que
Sabina, el canalla de Sabina,
tenía
razón,
pero
no por ello la razón era pura,
no
por ello la razón era lógica,
no
por ello la razón era verdadera,
ni la
verdadera razón
era
la única razón…
Por
lo tanto, ¿quién te ha dicho
que
tú tienes la razón?
¿Quién,
para que me digas que ahora…?
No,
primero he de cantar a tono con Chanito,
cazar
algún color de Amelia…,
quizás
el amarillo, y embadurnar
todo
lo que me plazca y se me antoje,
bajar
intuitivo por el verbo,
acuchillar
un poema hasta la muerte,
vampirizarme
con su sangre dulce,
vestirme
alguna vez los lentes de Quevedo,
seguir
los disparates de Bergamín;
cromático
y erótico
dibujarme
esdrújulo y sólido
de un
brochazo único,
sin
un solo claroscuro trágico,
sin
relieve en la carne erógena,
fálico,como el dios Príapo
(Diluvio Nyakuni),
en un
desnudo americano de Tom Wesselmann,
aunque
yo sea más corto que febrero,
y
comprobar que si pinto: amo;
que
si amo: pinto; que si pinto y amo:
escribo;
que si escribo: pinto y amo;
que
si pinto: muero; que si muero: me vengo;
que
si me vengo: me voy;
que
si me voy: escribo, pinto y amo y follo,
porque
todo es lo mismo:
un
gran orgasmo físico y cerebral.
Y ahí está, cíclope que me observas,
el
placer, mi verdadero placer,
ahí
reside mi punto G.
Ahí y
sólo ahí: en una mujer rosada,
en mi
pluma y en mi pincel.
Y
cuando todo acabe, ya te lo dije,
cuando
venga esa otra noche, la metafórica,
no ésta
que me nombras,
seré
un ente raro entre los peces
del
viejo Pieter Brueghel,
saliendo
del vientre de otro pez mayor
en
busca de mis peces voladores;
o
quizás Goya, en apoteosis,
me
deje toda su negrura
y
pueda fornicar, en aquelarre, con su Maja,
y, si
Cervantes lo permite,
con
Dulcinea del Toboso,
porque
ya habré vencido a todos los molinos
y a
todos los gigantes;
habré,
habremos, el isleño y yo,
Odiseos
de Ítaca aborigen,
clavado
nuestra paja en el ojo ajeno,
en tu
ojo, cíclope de ayer,
y tu
mirada cegada por la furia
será
líquida llovizna
que
moja pero no empapa,
que
humedece pero no cala,
que
molesta pero no jode.
Y el
isleño y yo, libres al fin de tus cadenas,
volveremos,
volveré, a la catedral de Portocarrero,
a las
trasparencias de Carlos Enríquez,
a sus
sinuosas palmas,
en
una taza o un caldero de Fabelo,
porque
no hay más rítmica
ni más
bella asonancia
que
cuando consuenan los pinceles
con sus
nombres,
en un
inigualable delirio tropical.
Y
ahora ya termino, no sufras;
ahora
ya me acabo y acabo, no te alteres;
ahora
te lo digo,
calla
y oye:
en el
arte de la vida
sólo
el arte es la vida,
y yo,
mediocre o no,
iluso
o no,
ignaro
o no,
escéptico
o no,
confiado
o no,
nací
para vivirla,
nací
para contarla,
como
Gabriel, arcángel mío de Macondo,
y
donde dije digo, digo Diego:
Diego
Velázquez,
hilando
el tapiz de Aracne
en
esa rueca que corre y nunca se detiene:
el
tiempo. Y donde dije Diego
vuelvo
a decir Diego: Eliseo Diego,
déjame el tiempo todo el tiempo
que
yo te dejo este poema,
porque
él lo dijo, lo dijo Diego
y yo
lo repito:
Un
poema no es más
que
una conversación en la penumbra
del
horno viejo, cuando ya
todos
se han ido, y cruje
afuera
el hondo bosque.
Él
dijo, yo he dicho,
nosotros
lo dijimos:
el
isleño y yo. Y,
Para
que así conste,
lo
firmamos, lo firmo:
El
isleño aborigen y O. Moré
Diciembre / 2017
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