sábado, 5 de noviembre de 2016

Istvan Sandorfi, la pintura nunca muere, en el MEAM.

Entrada a la exposición / Palacio Gomis / MEAM / BCN
De antemano pido perdón por  las fotos, están hechas con un teléfono móvil y no se puede captar toda la grandeza, la riqueza y la calidad pictórica de cada lienzo. Espero, al menos, se hagan una idea con el vídeo que he montado al final.

Sandorfi posando con dos de sus autorretratos.

No hace mucho, medio año a la sumo, que conocí de la obra de Sandorfi, fue a través de una amiga, la ilustradora Lola Rodríguez, inmediatamente quedé prendado, y, cuando ella misma, Lola, me dijo que el MEAM (Museo Europeo de Arte Moderno) de Barcelona, hacía una exposición retrospectiva con más de 140 obras de sus períodos más representativos, ni corto ni perezoso, allí que me fui.
Yo, imitando a Sandorfi

Catálogo y entradas a la exposición
Poder catar de cerca la obra de un genio es una experiencia imposible de describir, mas cuando un servidor es un entusiasta de las artes plásticas, es por ello que  esto no pretende ser una reseña al uso ni pretende ser la visión de un crítico de arte (Dios me libre), es, simplemente, una pincelada, una veladura, sobre las fabulación que mi psiquis desarrolló ante tanta maravilla.




Enfrentarse a la obra de IstvanSandorfi (Budapest 1948- París 2007), la de sus primeras etapas, en la que estuvo  casi 15 años pintándose a sí mismo, que es la que, desde que me fue descubierto, me ha gustado más,  la que más asombro me provocó en el cara a cara en esta exposición y de la que va mayormente esta pincelada, es enfrentarse a la visceralidad en estado puro. Estos  autorretratos, enmarcados en sus períodos rosa y azul,  son crudos, violentos, provocadores, impúdicos, son difíciles de digerir por el ojo no acostumbrado al hacer  de este artista, y no hablo de mí, claro está, me refiero a ese espectador novicio que espera encontrar en una  exposición de arte sólo belleza y complacencia. Su hija Ange, comisaria de la exposición, considera que estos autorretratos no significaban nada, que  sólo eran un ejercicio técnico y de introspección, y seguro que razón no le falta, pero yo, que soy un simple espectador bajo el poder hechicero y heresiarca de su pintura, subyugado completamente por la fuerza expresiva que ella emana (y aquí es donde viene mi fabulación), veo, o quiero ver, o quiero creer, porque cada unos es libre de interpretar lo que le venga en gana delante de una obra de arte, concuerde o no su interpretación con el mensaje que el autor haya querido transmitir, que son catárticos, que reflejan la catarsis de Itsvan y, a través de él, la catarsis de la sociedad en su conjunto, la catarsis del género humano. Quiero y necesito convencerme que es una especie de purga  que el artista libra consigo mismo, dónde “él” somos “nosotros” y viceversa, y, en esta  paranoia metafísica mía, encuentro una analogía con la redención de Cristo en la cruz. Pero no sólo es eso que yo quiero ver, es, además, la soledad del artista ante la creación, y, como se hace constar en el catálogo de la exposición, “la máxima expresión del protagonismo del yo llevado al paroxismo”. Decía Istvan: “no hablo de la soledad física, sino de la soledad de la concepción, la soledad de la creación. El arte es de esencia individual, puesto que el arte es la ciencia de los sentimientos, y sólo el individuo es capaz de experimentar sentimientos. Se puede copiar un cuadro o imitar un estilo, pero no se puede copiar un sentimiento.” Para ello Sandorfi utiliza su imagen como el instrumento idóneo con que articular un discurso pictórico sumamente obsesivo, casi demente, pero de una hondura sentimental y emocional tal que no  deja  impasible al espectador. Me sirvo de nuevo de las palabras del catálogo: Es el triunfo desbocado del propio yo, cabalgando sin freno por la inmensidad de un universo absolutamente personal; es el artista completamente desnudo, sólo ante el espejo, analizando sus posiciones más informales; es la explosión de todos los sentimientos más íntimos del ser humano, sin la cortapisa de lo moralmente correcto. Lo prohibido transformado en normal, lo inmoral convertido en cotidiano.
Con la misma intensidad retrató también, enmarcado en estos períodos cromáticos a los que he hecho referencia antes, a su mujer y a sus hijas.

Enfrentarse a estos autorretratos, repito, es adentrase en un mundo opresivo, estrafalario, atípico, desconcertante, fantasmagórico, sobrecogedor. Sin embargo, cada lienzo, desde el más grande al más pequeño (la inmensa mayoría son de gran formato), es portador de una belleza intrínseca; perturbadora, sí, pero belleza al fin y al cabo, una belleza que sólo los genios saben transmitir. Aunque el propio Sandorfi decía: “siempre he querido pintar lo que me molestaba, y  no lo que me parecía bello”,  la belleza en su pintura, desde mi modesta apreciación, es innegable. Lo que nunca encontrará el espectador neófito, tal como decía más arriba, es la complacencia. Estos cuadros son irreverentes, y es que para que transmitan toda esa fuerza emotiva no pueden ser de otra forma.

Sandorfi es un autor inclasificable. Él mismo no aceptaba clasificación alguna, porque era un ente libre que no creía  en “ismos” ni en escuelas, de hecho, aunque se graduó de bellas artes, nunca asistió a clases, por lo que podemos decir que fue, sin temor a equivocarnos, un pintor autodidacta. Pero si tuviéramos que catalogarlo de alguna forma podríamos hacerlo dentro del hiperrealismo (él nunca se consideró parte de este grupo, bueno, de éste ni de ninguno), un hiperrealismo completamente diferente, ya que él no intentaba reproducir imágenes para mostrar un virtuosismo técnico, sus cuadros van más allá de la representación fotográfica perfecta, sus óleos gritan, denuncian, hablan por sí solos. Sus figuras parecen reales, casi se pueden tocar, sí, es cierto, pero posan sobre fondos irreales, se abocan hacia el espectador desde entornos difuminados, como envueltas en una neblina onírica donde la paleta de colores transita entre los rosas, azules, violetas, grises y negros de una nada metafórica. En etapas posteriores sus figuras, para este entonces sólo mujeres,  conviven en el mismo hábitat que el pintor: su estudio, y otras lo hacen en habitaciones vacías, sucias, de paredes descorchadas, donde la nada, el silencio y el abandono, se pueden palpar, se hacen reales, tangibles como las propias figuras femeninas que habitan el cuadro, y, como éstas, toman relieve ante nuestros ojos.

No se puede comprender la magnitud ni la obra de este pintor, que se encerraba en su estudio durante casi 10 meses para pintar casi sin mantener contacto con su propia familia, sin conocer antes sus circunstancias: la traumática niñez en su Hungría natal, la encarcelación  de su padre, la huida de Hungría, el éxodo por Alemania y su asentamiento por fin en Francia, en  París, donde alcanzaría la madurez artística y crearía toda su obra, esa que nos ha legado y que nos invita ver al hombre que somos desde sus ojos, lo de Itsvan, y ver al hombre que era él desde los nuestros.

Aunque me guste la pintura yo no entiendo de pintura, pinto y dibujo, pero no tengo conocimiento académico ninguno, lo que hago lo hago por puro empirismo, por gusto, por intuición,  y así quiero que siga siendo; no busco reconocimiento ni que el producto que salga de mi mente y de mis manos tenga una calidad perfecta, si así lo hubiera querido ya hace mucho tiempo que hubiera estudiado. Por qué cuento esto, porque Sandorfi transitaba más o menos por los mismos caminos, no quería contaminarse. Aprendió a pintar solo y se alejó de clasificaciones y escuelas, su obra era individualista y solitaria. Él solo perfeccionó su estilo y encontró su propio lenguaje sin importarle nuca el mercado ni el “mundanal ruido”.

“Yo hago una pintura individualista, solitaria, la que retrata mi forma de ser, porque brota naturalmente de mí mismo, y no he de hacer esfuerzo alguno para adaptarme, ni para alinearme con las tendencias en curso. En realidad hago una pintura de perezoso frente a las condicionantes del gregarismo cultural. No me fijo en las pinturas de otros, en todo caso, por supuesto, no para inspirarme. No tengo el menor interés por las clasificaciones que intentan meter a los artistas en comportamientos o, mejor, en ataúdes, para enterrarlos en un cementerio de referencias, de forma que la gente tenga la impresión de que así se conoce la historia de la pintura. La pintura nos es una cuestión de conocimientos, sino de sensibilidad, y eso no se enseña, no se aprende.” Dijo.

Toda la exposición es un regalo, un banquete pantagruélico para aquel que, como yo, ame la pintura, sobre toda esa pintura desgarradora emocionalmente, que se te cuela por los ojos y se queda gravitando en tu interior y luego pasa a formar parte de ti como tus propias vísceras. 140 obras que te sumergen en la genialidad de un artista inclasificable, que te hacen transitar desde su etapa irreverente hasta su etapa más dulce, pero igual de virtuosa, esa plagada de desnudos femeninos y de mujeres de raza negra que dicen muchísimo al espectador desde el mutismo de sus retratos.

Aquellos que vivan por estos lares y quieran disfrutarla, hasta el próximo día 29 están aún a tiempo.
Aquí les dejo con una muestra:


¡OJO!

 Visionarlo así, en formato mini, ya que el sistema no me ha dejado subirlo en MPG4 y con calidad 2K, por lo que he tenido que reducirlo y cambiarle la calidad de imagen, lo que lleva al traste que, al ampliar el vídeo para verlo en grande, se vea borroso. ¡Con lo bien que se veía en 2K! Lo siento mucho. Gracias.


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