lunes, 9 de junio de 2014

Cicatrices (cuarta parte, fragmento final)

Óleo de Atsushi Suwa / JAPÓN

Atsushi Suwa / Hokkaido / Japón
















Brunno, apenas entró por la puerta, me dijo: "Mi madre se ocupará de todo, así que quédate tranquilita." La señora Johana me miró con aversión, y en su mirada también había mucho de sarcástico. La sonrisita ofídica que dibujó con sus gruesos labios lo decía todo. Brunno le había servido en bandeja su venganza: si yo le había arrancado a su hijo de su lado ahora sería ella la que me arrancaría el mío de mis entrañas.
Ni siquiera me dirigió la palabra, se fue directa a la cocina y, como una bruja moderna, comenzó a sacar potes de una gran bolsa de plástico: unos con hierbas maceradas y otros con no sé qué mejunjes, y en una cacerola comenzó a preparar la  poción. No me podía creer que aquello estuviera pasando, era como si hubiera vuelto a mi niñez y estuviera viviendo dentro de un cuento de hadas y hubiera quedado a merced del villano y de la bruja. Yo le imploraba a Brunno, le pedía por favor que parase todo aquello, que le prometía que no tendría que hacerse cargo del niño, que me ocuparía yo sola, que me iría lejos de él, que nunca más no vería… “¿Te crees que soy imbécil, te imaginas que voy a dejar que tengas a ese crío para que un día, cuando se haga mayor, venga a pedirme cuentas de por qué le abandoné?” esto me dijo hecho un energúmeno. ¿Acaso lo has hecho tú con tu padre, le has pedido explicaciones? le riposté yo mientras un llanto espasmódico me sacudía  y apenas me dejaba expresarme con claridad. Para qué abrí la boca, volvió a pegarme una bofetada y caí al suelo. Me levantó con furia y me lanzó a la cama, se trepó encima de mí y comenzó a propinarme bofetadas a diestra y siniestra, “No vuelvas a mencionar a ese hijo de puta… ¿me entiendes?, ¿me escuchas?, nunca, nunca más. Tú no tienes ni puñetera idea…” me gritaba a la cara al tiempo que comenzó a llorar, aún así no me dejó libre, siguió aprisionándome con todo el peso de su cuerpo a horcajadas sobre el mío. Y lo supe, lo intuí como he intuido muchas cosas a largo de mi vida, eso era precisamente lo que había estado pensando siempre, pedirle cuentas a su padre, presentársele un día delante y recriminarle, echarle en cara el abandono, ese mismo abandono que, aunque él nunca ha querido reconocerlo, le había traumatizado, le había truncado, cercenado la infancia, y le había convertido en este despótico y atribulado ser que yo tenía encima. Cuando se hubo calmado un poco me levantó de la cama y me ató  y amordazó a una silla. Allí me tuvo hasta que su madre terminó el brebaje. Cuando estuvo preparado me susurró al oído: “Ahora te lo vas a tomar sin rechistar o te desprendo yo, lo que sea que lleves ahí dentro, a piñazo limpio”. Su madre me sujetó la barbilla obligándome a abrir la boca mientras Brunno me hacía tragar aquello. Aquel brebaje me hizo abortar, ya lo ha imaginado usted. Para qué contarle todo lo que pasé después, sólo  que acabé ingresada en el hospital con una infección tremenda, ya que no expulsé todo lo que tenía dentro, y en un estado de enajenación mental que me duró varias semanas, y que en todo aquel tiempo ellos estuvieron a mi lado, fuera por el motivo que fuera, por temor a que los denunciara o por temor a que muriera, no lo sé, pero allí estuvieron, y de allí me sacaron y me dejaron en el apartamento cuando ya mi vida no corría peligro y había pasado lo de la operación, que fue lo peor, porque me tuvieron que intervenir quirúrgicamente ¿sabe? ahora estoy vacía, completamente vacía y ya nunca podré ser madre, bueno, biológicamente hablando…

Margarita se deshoja de nuevo. Los ojos están completamente encharcados y los pétalos caen a borbotones. Ha abierto el grifo y ahora es imposible que usted o nadie le pare. Ella sola lo hará pasado unos minutos. Comprobará usted que volverá a dirigir la mirada hacia las grandes cristaleras y, si encuentra lo que busca, retorcerá la bayeta amarilla entre sus manos como si retorciera el pescuezo de Brunno, y en ese mismo acto ella no podrá discernir entre el amor y el odio. Y se preguntará otras mil veces por qué, a pesar de todo el daño que él le ha hecho, ella sigue sintiendo algo por él; se preguntará por qué no le denunció en aquella ocasión, por qué cada día sigue buscándole a través de los cristales, y no hallará respuestas, como no las ha hallado para el comportamiento de Brunno con respecto a su padre, o el de las mujeres maltratadas con respecto a su maltratador, o el de los secuestrados con respecto a su secuestrador. Y es que ni  Margarita ni usted ni yo sabemos nada de la psiquis humana. Qué lleva, por ejemplo, a una madre a quemarse viva y abrazarse a su hija para que se queme con ella por el simple hecho de que ésta última le ha dicho que se va a vivir con su pareja; qué lleva a una hija adolescente a ingerir un veneno y quitarse la vida para castigar a su madre porque no le dejó ir a una fiesta; qué lleva a un hombre rudo, trabajador, viril y padre de varios hijos a coger una soga y ahorcarse en medio del campo porque su mujer le confiesa que una vez le ha engañado. No, no exagero, son hechos verídicos de los que este narrador fue testigo allá, en su lejana tierra. Qué lleva a la psiquis humana a cometer tales despropósitos.  Qué lleva a la psiquis humana a la barbarie, al asesinato, al genocidio. Sin duda algún proceso bioquímico en el cerebro o algún cortocircuito (diciéndolo de una manera más coloquial, teniendo en cuenta que en el cerebro también se genera electricidad). Qué ocurre en esas conexiones sinápticas de las neuronas para que el Doctor Jekyll se transforme en Míster Hyde. Creo que ni nuestro querido Freud, con todo su psicoanálisis, llegó a entenderlo del todo. Así que qué quedará para nosotros que sólo somos simples observadores, y aunque hayamos viajado por el interior de alguno de estos personajes, no tenemos los medios ni lo conocimientos óptimos y necesarios para entenderlo ni explicarlo. No sabremos por qué Brunno actuó como actuó, ni por qué Margarita le odia y le ama al mismo tiempo, ni por qué se ha mantenido en ese estado de sumisión ante el sufrimiento, convirtiendo el bar en un consultorio para sesiones de psicoanálisis y a usted y a cada cliente en sus terapeutas.

_ Él volvió con su madre, y hasta el sol de hoy. _ dice ella después de reconfortarse enjugándose las lágrimas y sonándose la nariz.  Y cómo si no le hubiera contado nada, como si no acabara de deshacerse en llanto y vaciarse el alma delante suyo, se gira, se mira en el espejo tras la barra, se recompone el uniforme, se revisa el arquitectónico moño, saca un carmín del bolsillo del delantal, se retoca los labios de bermellón, se vuelve de  nuevo hacia usted y le dice con espantosa naturalidad: _ Pero hombre, si no ha probado el bocadillo… coma, coma… _ y con la misma le deja ahí, en la barra, y se dirige hacia Elena y Roger, que le hacen señas.

Continuará...









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