Acuarela de Olga Noes / USA |
Acto II
Elena
y Roger
(Remembranzas)
_ Seguramente tu
madre ya te lo habrá contado muchas veces…
_ Mamá no me
reconoce, no sabe quién soy…
De mi mano usted ha experimentado y ha visto cosas
que de otra manera no hubieran sido posibles. Ahora le propongo un
viaje más osado. Si hasta este momento habíamos accedido a la mente de nuestros
protagonistas, ahora accederemos también al interior de sus cuerpos. Entréguese
de nuevo a la sinergia, cierre los ojos y observemos otra realidad, la interna,
viajemos a través de órganos y vísceras. Por ejemplo, concentrémonos en el
cuerpo de Roger y tratemos de focalizar su corazón ¿Lo ve? ¿Sí? Es un corazón
como otro cualquiera, con el peso y el tamaño característico de un hombre de su
edad, con sus sístoles y sus diástoles,
pero que lleva marcas imborrables, observe cómo reacciona al oír estas
palabras:
_Mamá no me
reconoce, no sabe quién soy…
Ve, sufre una bradicardia, pareciese como si
se parara y se contrajese; y si ahora,
visualizamos además, la imagen que ha creado su mente, podemos ver una mano
estrujándoselo, arrancándoselo de cuajo. Había sabido de Carmen, de su
enfermedad, pero nunca imaginó que pudiera haber llegado a tal magnitud. Y
oiga, oiga lo que piensa: "Mi Carmen, mi amada Carmen" ; y
rememora:
"_ Hey, girl, pretty girl, come here…, chica, chica bonita… please…
_Que no, mi
alma, que no…, que no voy.
Qué hermosa
estaba aquel día, con su vestido estampado de vivos colores, el cabello
negrísimo cayendo sobre la espalda, sentada con aquellas otras dos amigas en la
terraza del bar. Los labios del mismo rojo que
los pendientes, que el collar y
que las pulseras, semejando, cada complemento, llamaradas sobre su carne. "
El recuerdo es nítido, casi lo puede palpar.
Era una tarde de domingo, Benny, Don y él, salieron temprano de la base para ir
a conocer el pueblo, paladear sus bares, respirar sus ambientes y beber como
cosacos en cada esquina. Después de tantos días en el océano era la primera vez
que bajaban a tierra firme y que salían de las instalaciones de la base. El
primer día, la primera vez… y la conoció ella.
Vuelve a prestar atención a su hija que no
ha concluido la frase y se ha quedado con la mirada perdida, quizás buscando
las palabras precisas, pero sabe que no hay otras, son esas, sólo esas.
" Elena no ha heredado la
belleza racial de mi Carmen, los genes anglosajones han ganado la batalla, es
la viva imagen de mi madre."" Por qué ha sido tan cruel el
destino conmigo, por qué he tenido que estar tanto tiempo ausente de la vida de
esta desvalida niña."
_… en realidad…,
no me ha conocido nunca. _termina de
decir Elena casi en un susurro.
Observemos de nuevo el corazón de Roger, veamos
ahora como esa mano imaginaria le aprieta de nuevo, y si miramos a su
alrededor, alrededor de ese sufrido órgano, veremos un inmenso vacío que necesita ser
colmado de inmediato. Ese vacío que se fue haciendo cada día mayor desde que
tuvo que dejarla a ella, a su Carmen, y volver a subirse al portaviones y salir
con destino a Irak, sin saber que su semilla estaba fructificando en el vientre
de esa hermosa mujer morena.
Pero volvamos al principio, no al germen de
esta historia de encuentros y abandonos, sino al inicio de este reencuentro
entre la hija y el padre. Él, directamente desde el Aeropuerto, ha tomado un
taxi hasta este pueblo, se ha dejado una pequeña fortuna en el trayecto y le importa un bledo, gastaría todo el dinero
del mundo y lo volvería a hacer cuantas veces fuera necesario.
Estamos fuera del bar, como al comienzo de
nuestra narración, vemos llegar el taxi que aparca cerca de la puerta, y un
hombre alto, rubio, aunque ya clarea en las sienes y la coronilla, fornido y
terriblemente emocionado, se baja del automóvil. Venga, sigamos sus pasos,
veámosle entrar, atravesar la puerta de cristal plomado, detenerse bruscamente
y buscar con la mirada, recorrer la estancia hasta dar con esa joven de cara
rubicunda y look roquero sentada en la mesa cerca de la entrada a los aseos,
dirigirse hacia allí con los ojos aguados, pero, antes, detenerse en la barra y
pedir un vaso de agua, aunque lo que le apetece, en verdad, es un buen escocés,
pero hace ya diez años que dejó el alcohol, y sabe que no puede recaer, menos
ahora. No nos separemos de él, acerquémonos más, vea como no deja de mirar
hacia la joven que aún no se ha percatado de su presencia, pues está atenta a
su teléfono móvil leyendo algo, al mismo tiempo que escucha música a través de
los auriculares que lleva conectados al teléfono. Coge el vaso y la pequeña
botella que le ofrece Margarita y, por fin, se dirige a su destino, ese destino
que es un pasado en forma de ángel negro, pero que él descubrirá, poco a poco,
a medida que platiquen, que atesora un ángel blanco, inmaculadamente blanco, a
pesar de las oscuridades en las que ha vivido y de sus viejas heridas. Ahora sentémonos a la vera, en esta
otra mesa. Desde aquí podremos escucharles sin dificultad alguna. Preste
atención a Roger, aguce el oído… ¿lo oye…, ese latir acelerado de su corazón que se desboca como un caballo de
carreras? Y vea, vea como se acelera, se inflama y crece, se hace enorme y
ocupa todo el vacío en derredor.
_Hola… _Dice él en perfecto castellano.
Ella levanta la vista. Sus miradas se
buscan, se encuentran; azul y azul en una mar que inmediatamente se desborda. Es
él, no hay lugar a dudas, son sus ojos, es su hoyuelo.
_Hola… _dice ella emocionada, y se levanta
con brusquedad. Los audífonos se desprenden de sus oídos y quedan colgando
junto al teléfono que cae sobre la mesa, entonces se abalanza hacia él y le
abraza. Roger le arropa entre sus enormes brazos y Elena es un tímido ovillo
sobre aquel torso fornido y enorme. Así se están unos minutos, ninguno quiere
ser el primero en soltar al otro, de deshacer estas amarras, porque temen
volver a quedarse a la deriva. Él, con la mano libre (todavía lleva sujeta en
la otra la botella de agua y el vaso sobre ésta a manera de sombrero) le acaricia la cabeza y dice:
_ My baby…
Ahora fíjese como Elena se separa poco a
poco, le busca la cara con la mirada y, aunque todo lo ve borroso, sonríe.
Deshacen el abrazo y se sientan la una frente al otro, a la par que enjugan sus
lágrimas.
_ ¿Has tenido
buen viaje?_ Pregunta ella con timidez.
_ Estupendo. _ contesta él. _ Aunque no he pegado ojo en todo el trayecto,
supongo que por los nervios o la ansiedad, no sé. De todas formas he viajado
cómodamente…_ se queda en silencio, esperando que ella diga algo, pero Elena le escucha expectante, le descifra
milimétricamente cada arruga, casa peca, busca más allá, en el fondo de los
ojos de su padre, que son los mismo suyos, que son los de sus abuela, aunque
ella no lo sabe aún. _Cuando salí
de allí hacía mal tiempo, en cambio aquí… _ continúa
diciendo Roger. Y ahora vea que él
hace exactamente lo mismo, la examina, pero de manera diferente, tratando de
imaginar la niña que fue.
_ Sí, _ dice ella sin dejar de escrutarle_
llevamos muchos días de sol…
Entonces ambos
comienzan a reírse, se han percatado de que han caído en el clásico tópico con
que se rompe el hielo, esa insípida
conversación que acaba derivando en el estado del tiempo cuando no se tiene
nada que decir, pero no es el caso, ellos tienen muchísimas cosas que desvelarse.
Y sin dejar de mirarse directamente a los ojos y sin dejar de sonreír, presienten
que hay una fuerza, una conexión, que les empuja a actuar de igual manera.
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