Las palabras caen en abotagado silencio,
como naipes sin joker,
como hojas de otoño.
La muchedumbre las pisa
y ellas huyen hacia las alcantarillas.
La palabras caen, algunas se rompen,
se hacen añicos de letras
y cualquier ligero viento
se las puede llevar a deambular
por los callejones y parques,
por las aceras ennegrecidas.
Las palabras que no se escriben caen,
caen muertas, asesinadas por el vacío,
rotas en su alma y en su cuerpo,
sin que ningún poeta pueda darles sepultura.
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