Roger Donovan es un personaje de una novela corta llamada Cicatrices, la cual escribí, a modo de folletín, durante varias semanas en este blog, en un reto en el que trataba de emular a aquellos escritores de ese género que, en tiempos pasados, publicaban en periódicos y revistas para ganarse el pan. Para mi sorpresa, el relato tuvo bastante aceptación y lo siguieron muchas personas. Hoy rescato y vuelvo a publicar este fragmento (al que le he hecho unas leves correcciones, aunque creo que todavía se puede mejorar más) en homenaje a mi tío Juanito, que conoció, con apenas 16 años, los horrores de la guerra, y allí, para sobrellevarla, se aficionó al tabaco y al alcohol, privándonos este último de su presencia hace dos años, cuando el contaba con sólo 48. Va por ti, Juani.
Espero os guste. Como es habitual, gracias de antemano por la visita y la lectura.
Espero os guste. Como es habitual, gracias de antemano por la visita y la lectura.
Roger Donovan, fundido en negro.
(fragmento)
(...)
Ahora ya no son lágrimas las que
vierte el corazón de Roger, véalo usted bien, es el propio órgano el
que se lanza al vacío y se deja devorar por el lago ácido del estómago.
Roger siente que es víctima, no que fue, que sigue siendo, de una tragedia. La
tinta de Shakespeare lo perfila, lo dibuja en letras vivas, cobrando relieve en la
hoja áspera de la existencia. Porque la guerra es dura, más aún si dejas
atrás el amor, aunque ese mismo amor sea el que luego te de fuerzas para seguir
en la trinchera.
El monstruo de la guerra lo siega todo,
pero nunca podrá segar los sentimientos, esos perviven aferrados, prendidos,
clavados en cada ondulación de tu carne, tatuados en cada entraña. Gracias a
ellos sobrevivió a su propio Apocalipsis, sobrevivió a la tortura, al
secuestro, a la explosión de la granada que le marcó el torso y el abdomen
para siempre, que le dejó en medio de la arena a merced de la carroña.
Hagamos de nuevo un ejercicio de
inmersión, entremos en su cabeza, busquemos ese aciago día en los pliegues de
su cerebro. Accedamos, en el hipocampo, a su memoria a largo plazo,
veamos como las neuronas, en sus conexiones sinápticas, nos devuelven de manera
vívida aquel recuerdo. Aquí está... ¿lo ve, verdad? pues vivámoslo a la par
de él, como en una futurista pantalla de cine en la que, además de
apreciar los colores, podremos percibir los olores.
Veamos primeramente la paleta cromática
de este recuerdo: siena, ocre, amarillo, marrón, gris, negro y rojo. Ahora
percibamos los olores: sudor, pólvora, humo, miedo, sangre,
excrementos.
Presenciaremos en primera fila lo que
vieron sus ojos; es una proyección subjetiva, por lo tanto no veremos la imagen
de un convoy que se acerca por una sufrida carretera casi comida por la arena, veremos,
en el interior de la parte trasera de un camión, a soldados americanos con sus
ajados, sudados y malolientes uniformes, con sus cascos calados hasta casi
taparles los ojos, con sus modernos fusiles de asalto entre las manos y apoyados
en el suelo, o llevándolos en el regazo. Veremos sus caras sucias y
oiremos sus insulsas conversaciones. Veremos luego la cara de Eliot, un joven
de Pensilvania, que va a la vera de nuestro protagonista, cuando éste, con un
ligero toque en el hombro de Roger, reclama su atención y continúa narrándole
una anécdota de su infancia. No veremos que el camión, primero de la comitiva,
se va acercando a una zona de altas dunas, tampoco que tras ellas están los
iraquíes emboscados, ni que en los baches de esa estropeada carretera hay minas
sembradas. Sentiremos una explosión tremenda tras el camión, veremos
desestabilizarse la imagen, dar vueltas y, a pequeños intervalos, quedarse todo
negro, porque son los instantes en que Roger cierra los ojos y aprieta los
dientes. No veremos el camión volcado de un lado, veremos un amasijo de
hombres. No veremos a los iraquíes disparando contra el convoy, oiremos esos
disparos. Veremos la mano de Roger apartando a Eliot de encima de su abdomen,
veremos esa misma mano abofeteando la cara del muchacho para que vuelva en sí
de su ataque de pánico. No veremos la imagen completa de cómo Roger se pone en
pie y ayuda a Eliot a hacer lo mismo cuando éste último se ha recobrado un poco de su trance. Veremos barridos de imágenes, como flashes: torsos, manos, caras,
fundido en negro, fusil, hombros, Eliot, cuerpos, lona, fundido en negro, lona
que se levanta, luz amarilla, arena ocre, fundido en negro, suelo de arena, suelo de arena
que se acerca a la cara, sonido de un cuerpo que cae, bueno, mejor dicho, de
dos cuerpos que caen, fundido en negro, y luego arena y más arena. No veremos a
Roger reptando entre las dunas y poniéndose a cubierto, veremos esa arena ante
nosotros, que nos nubla la visión, que se pega a la cara y la sentimos en la
boca. Veremos a Eliot reptando de igual manera, con increíble destreza,
alejándose, y veremos una bala entrar en su cuello y a él quedarse inmóvil, y del cuello
comenzar a borbotear sangre y manchar el ocre de la arena de un rojo que
se irá volviendo marrón. Oiremos los disparos de los fusiles y las ráfagas de las ametralladoras; oleremos la
pólvora. Veremos humo negro y el sol opacado por el humo, de nuevo un fundido
en negro, y luego nos giraremos, y la imagen delante nuestro va ir apareciendo poco a
poco tras la duna. Ahora sí veremos el camión volcado y ardiendo, y a toda la
fila del convoy, y cuerpos a lo largo de la carretera y sobre las dunas;
algunos destrozados, otros sangrando, otros gritando de dolor, se repite el
fundido en negro y, después de éste, veremos la misma imagen pero a través de
una mirilla, y apuntaremos hacia la nada y dispararemos como unos locos, y gritaremos con rabia, y sentiremos raros y potentes silbidos que pasan cerca
de nuestra cabeza, entonces nos resguardaremos otra vez tras la duna, nos voltearemos sobre nuestras espaldas y volveremos a ver, sobre nuestras cabezas, ese cielo vestido de
humo gris y negro, y sentiremos el olor a quemado de la carne humana, el olor acre de la
pólvora, del caucho calcinado de los neumáticos; una mezcla de fuertes olores que se hará cada
vez más persistente y que se colará por nuestras narices sin cuidado alguno hasta provocarnos nauseas. Y oiremos caer un objeto, lo buscaremos con la vista y lo veremos
unos cuantos metros más allá, nos quedaremos paralizados, sentiremos que algo
caliente se desliza por nuestros muslos desde el ano y percibiremos el olor de nuestro propio excremento. Sentiremos la explosión y un dolor quemante que nos agujerea todo el torso y
el abdomen, y creeremos que ya todo está acabado, y nuestra última visión será el cuerpo desnudo de Carmen, y, de nuevo, fundido en negro.
(fin del fragmento)
O. Moré
Si le interesa conocer toda la historia de Cicatrices, la puede encontrar en diferentes entradas a partir de AQUÍ
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