A pesar de la extrapolación, esta historia nació en una isla aislada y aislante y halló su término en Roma, para ser precisos, en La Ciudad del Vaticano, en la estancia de la signatura. Y aunque yo sufría el síndrome de Stendhal, la idea terminó de cuajar, estoy casi seguro, delante de los magníficos frescos de Rafael en el citado recinto. En ese momento no fui consciente de ello. Sería más tarde, cuando me vi en la foto que me había hecho mi hijo delante de " La escuela de Atenas", que caí en la cuenta.
Nunca he quedado muy convencido de esta especie de "fábula" que escribí influenciado, además, por la lectura de algunos filósofos y narradores de mi preferencia. Lo dejo a vuestra consideración.
De antemano gracias por la lectura.
Nunca he quedado muy convencido de esta especie de "fábula" que escribí influenciado, además, por la lectura de algunos filósofos y narradores de mi preferencia. Lo dejo a vuestra consideración.
De antemano gracias por la lectura.
La Escuela de Atenas / Rafael / ITALIA |
El sueño de Plauto
“Debe de haber sueños piadosos, amigo, sueños que afortunadamente se olvidan al despertar, pero aquello era una obsesión torturante, como el cangrejo vivo en el estómago del pez, vengándose de dentro afuera.
Julio Cortázar
En “Relato con fondo de agua”
De “Papeles Inesperados”
Aquella mañana Plauto no despertó, su mente se quedó vagando en esas regiones oníricas que Morfeo guarda bajo siete llaves. Si usted hubiera estado allí, contemplándole a la vera de su camastro, se hubiera percatado de esos arrítmicos movimientos de los globos oculares bajo sus párpados cerrados que, según los estudiosos del sueño, pertenecen a la fase REM. Plauto no despertó ni volvería a despertar jamás. Para qué volver a la vida real si en su sueño, ese sueño recurrente que tenía desde hacía varias semanas, siempre sabía como actuar y qué decir, pero sobre todo, se mostraba ante los demás completamente vestido, lo que en la “cruda realidad” le era imposible, pues tenía, por mandato divino y como miembro del grupo en el que había sido clasificado en su niñez, que ir desnudo mostrando sus carnes y sus vergüenzas.
El grupo de Plauto no era, ni
había sido nunca, consciente de su nudismo, tampoco proclive a tener
revelaciones, no obstante, por no se sabe que extraordinario capricho que
rompía con la ley divina, Plauto sí, y esto fue algo insólito y un claro
ejemplo de que era diferente al resto de su congregación. Él, desde muy pequeño,
tomó conciencia de su desnudez, pero sabiendo a lo que se exponía, si revelaba
su descubrimiento, mantuvo la boca cerrada, cosa que más tarde, al alcanzar la
mayoría de edad, obvió.
Plauto, durante mucho tiempo, había
tratado de encontrar una solución al inconveniente
de tener que llevar las partes pudendas a la intemperie. Para decirlo de manera
coloquial: tener que ir con el culo al aire. Pero no lo logró. Incluso había llegado
a estudiar las características miméticas de algunos animales sin hallar resultados
que fueran aplicables a la raza humana. También, en alguna ocasión, había tratado
de utilizar el viejo truco de pasar gato por liebre, pero, por más que lo
intentó, siempre le salía gato y, para más inri, gato escaldado (sirva esto
como metáfora de querer introducirse, como quien no quiere la cosa, en alguno
de los grupos llamados “superiores”).
En cambio en su sueño iba vestido
de cabeza a pies de riguroso blanco, con
túnica de lino y sandalias de piel de becerro, la indumentaria correspondiente
al grupo de los Genios.
Cada día adelantaba más la hora
de irse a la cama, y cada día tardaba más en despertarse. Para qué despertar si
vestido así, allí, en la región de la “inconsciencia consciente” (bendito
oxímoron) tenía muchísimas más armas para defenderse en el ágora cual si fuera
un nuevo Sócrates. Era como si aquella ropa le proporcionara el intelecto y la
seguridad necesaria. Cuando estaba vestido el don de la oratoria y la sapiencia corría por
su venas como la mismísima sangre, además de la
poliglotía, que le daba la capacidad de “ripostar” (le gustaba el uso de este término,
muy usado en su lugar de origen y que es proveniente de un galicismo) con rapidez,
contundencia y sólidos argumentos a sus oponentes en el idioma en que fuera
preciso. En estas batallas, que podían ser sobre dialéctica, metafísica,
literatura, retórica o ciencias, su verbo se tornaba fluido y su voz potente y
viril, tan viril, que era capaz de hacerle el amor a cualquiera de las once
mil vírgenes, congregadas en el ágora, con su fálica palabra. Ellas,
enternecidas, se ponían “ruinas” como perras,
mojando a chorros las entrepiernas de sus túnicas.
La vestimenta a Plauto le incentivaba,
además, el instinto y los reflejos. Vestido
podía abordar las más disímiles tareas por complicadas que estas pudieran ser.
En resumidas cuentas, desnudo no era nadie y vestido era alguien. Pero,
recuerde, esto sólo ocurría en sus sueños, o, mejor dicho, en ese sueño repetitivo
en el que, más de una vez, además de ir
vestido, lograba verse como un personaje más de La Escuela de Atenas, el
famoso fresco de Rafael en la estancia de la signatura del Vaticano.
Precisamente ahí se estaba soñando Plauto esa mañana en la que decidió no
despertar jamás para seguir en estado onírico perpetuo. Sentado en uno de los
peldaños de la gran escalinata, justo al lado de Diógenes, sentía su corazón
desbocado y a punto de salirse por el primer orificio del cuerpo al que lograse
llegar, ya que Platón y Aristóteles, en animada plática, se acercaban hacia él.
Quizás, antes de proseguir con
sus avatares, deba explicar primero el origen de Plauto y de su mundo.
En el principio Dios creó a los
hombres y luego los clasificó en disímiles grupos, y cada grupo vivía apartado
del resto en zonas exclusivas adaptadas según las características y necesidades
de cada uno. Los Genios, por ejemplo, ocupaban los montes y colinas; los Guerreros
las cuevas; los Normales la planicie, y así sucesivamente. Sólo había un lugar
en el que cada noche podían reunirse todos los miembros de los distintos grupos, interactuar socialmente y ser testigos de los debates de los Sabios, un
subgrupo perteneciente a los Genios. Los Genios estaba a la cabeza de la
pirámide evolutiva y Dios les obsequió, además, con un don excepcional, la
inmortalidad, pero no como la suya, que es esa capacidad de vivir eternamente, sino
la inmortalidad después de la muerte física, o sea, perdurar en el tiempo a
través del legado que pudieran haber dejado (llámense obras, ideario o grandes
descubrimientos científicos, etc.). Llegado un tiempo Dios comprobó que la proporción de los Genios con respecto a los
demás grupos era mínima. Si los comparaba, por ejemplo, con el grupo de los Normales,
éste último era extremadamente superior. Así que Dios, una vez más, tomó cartas
en el asunto y decidió mezclar a Genios con Normales.
Los Normales eran gente sencilla
y trabajadora, disfrutaban de los placeres de la vida como todo el mundo y, a
su manera, eran felices. Su gran virtud, además de trabajar de sol a sol para
mantener al resto de los grupos, era que procreaban como conejos. La simbiosis
de Genios y Normales fue un éxito. Los
mestizos, aquellos seres híbridos, consecuencia de la unión entre ambos grupos,
resultaron ser unos trabajadores infatigables dotados de una inteligencia fuera
de lo común, y a estos los llamaron los Ingeniosos. Pero no siempre era así,
había veces que el mestizo no heredaba absolutamente nada de sus progenitores y
pasaba a ser denominado y a formar parte del grupo de los Mediocres. Algunos
estudios antropológicos revelan que de este grupo descienden una gran parte de a
los que, hoy en día, llaman Políticos.
Como todos los seres eran
exactamente iguales Dios, para diferenciarlos, les procuró varios atuendos.
Los Genios, como ya ha leído usted, llevaban una túnica larga de color blanco y
sandalias de piel de becerro; los Ingeniosos, por su parte, una túnica azul por
encima de la rodilla; los Normales, una túnica marrón bastante corta;
los Guerreros, un simple taparrabo amarillo; y los Mediocres, como ya también he
dicho, iban completamente desnudos. Dios consideraba que como eran criaturas algo
grises y no tenían ninguna característica ni talento que revelar, al menos que
mostraran la belleza del cuerpo humano.
Pues bien, Plauto nació Mediocre,
pero se resistía a la idea de serlo. Desde muy joven comenzó a cuestionarse el
mundo y se dio a la tarea de encontrar vestimenta. No tenía el don con el que
habían nacido los Genios, pero creyó firmemente que si se esforzaba y cada día
aprendía algo nuevo llegaría a lograrlo. Su objetivo final, además de ser una
fuente inagotable de sabiduría, era dejar al mundo un importante legado y que
Dios le concediera la inmortalidad.
Fue así que, a medida que iba
aprendiendo e investigando, era cada vez más consciente de su desnudez, y cuando
fue consciente del todo, comenzó la búsqueda del camuflaje adecuado para
mimetizarse con el entorno hasta que fuera lo suficientemente erudito para que
Dios le otorgara la túnica blanca. Y esa fue la época en que Plauto comenzó el
estudio riguroso de determinados reptiles como los camaleones, de algunos insectos como la mantis hoja, o de
varios peces como el gobio, expertos todos ellos en el camuflaje. Pero, por más
que se esforzó, no fue capaz de encontrar la manera de hacer viable esa capacidad
mimética de los animales en la piel humana. Así que Plauto decidió que la única
forma de no presentarse desnudo ante sus semejantes, era quedándose encerrado
en la covacha que sus padres habían edificado para él en la parte trasera de la
casa familiar y, desde allí, continuar estudiando. Y cuando su sapiencia fuera superior a la de
su madre, que era Genio, a la de su hermano gemelo, que era Ingenioso, y a la
de su padre, que era Normal, su adquirida erudición le otorgaría, por fin, la
ansiada túnica, pues como Dios estaba en todas partes, hasta en la cabeza de
uno mismo, y lo veía todo, si él, Plauto, se convencía de que ya estaba listo
para ir vestido, Dios se lo concedería, y con el tiempo, cuando hubiera
cumplido su ciclo de senectud y la parca le hubiera dejado lívido, le daría el
boleto directo para transitar a la posteridad.
Y así pasaron los años, y Plauto
llegó a la mayoría de edad. El día que cumplió los dieciocho decidió que ya
estaba preparado para demostrar a sus congéneres que podía ascender en la
escala social y pasar de ser un Mediocre a ser un Sabio o un Genio.
Y, como aquel rey del conocido
cuento, se convenció de que iba vestido, porque creyó, a pies juntillas, que su
desarrollado intelecto sería la túnica que le cubriría a los ojos del mundo y
le abriría las puertas hacia la ansiada inmortalidad. Plauto se presentó en el
ágora y pidió a los sabios que le examinaran. Aquella provocación fue como si él mismo se hubiera
subido al cadalso y luego hubiera cavado su propia tumba. Apenas le dieron
opción para exponer nada de lo aprendido, ni disentir en amigable batalla con
aquellos hombres y mujeres de largos ropajes blancos. Plauto no tuvo en cuenta que el querer romper con el orden establecido y con el mandato divino, no es una
guerra que se gane a la primera de cambio. Por el simple hecho de lanzar su "reto" contra aquella casta superior fue apedreado y vilipendiado, no ya sólo por
algunos Sabios y Genios, sino, también, por su propio grupo que, tachándolo de
traidor a sus iguales, lo condenó a la cárcel y, con ello, al ostracismo. Plauto
no entendió nunca por qué los Mediocres se comportaron así con él y preferían
seguir viviendo como borregos en aquel mundo tan milimétricamente cuadriculado.
De ahí que se convenciera, por fin, de que el “hábito no hace al monje”. Por supuesto que no fueron todos los Genios,
ni todos los Sabios, ni todos los Mediocres los que le vetaron, fue un grupo
minoritario, pero el resto de los allí presentes en el ágora, aquel día, se comportaron
de manera apática y miraron para otro lado, dando a entender una falta de
humanidad que sorprendió a Plauto, a pesar de que sabía que esto podía ocurrir.
Pero Plauto era un soñador, creyó que su pequeño acto de rebeldía podría ser el
primer paso para el cambio. Y aunque sabemos que él estaba actuando también de
manera egoísta, porque lo que perseguía era su propia gloria, también es verdad
que esa rebeldía hubiera podido ser el pistoletazo de salida para que la
sociedad aceptara y premiara el esfuerzo de los de abajo, y que esto, a su vez,
abriera las puertas a otros que vinieran detrás, y que, poco a poco, el cambio
se hiciera tangible.
Sí, era verdad, el hábito no
hacía al monje. Aquella minoría que lo vilipendió llevaba la túnica de blanco
impoluto que, según se decía, representaba la pureza, pero él comprobó que
tenían, a causa de su excesivo ego y su afán de poder, el corazón impuro. De la
misma manera evidenció que esa otra minoría de sus iguales, aunque fueran
completamente desnudos, eran dueños, también, de un corazón malsano.
Después de agotar parte de su
juventud en la cárcel, Plauto dejó de ser un soñador despierto para convertirse
en un soñador dormido. “Los sueños no siempre se hacen realidad”, dicen que
dijo a su carcelero, y que éste, que era un Normal, le contesto: “Cierto, donde
único los sueños tienen el ciento por ciento de probabilidad de hacerse reales es en el propio sueño, en el arte de
soñar dormidos.”
Y allí, en su lecho de la cárcel, fue que su
sueño, el que hemos contado, comenzó a ser recurrente. Y allí, entre rejas y
paredes de piedra rugosa (realidad) y sobre la escalinata de La Escuela de Atenas
(ensoñación) se quedó, Plauto, dormido para la eternidad. Como bien dice el conocido refrán: Camarón que se duerme se lo lleva la corriente.
A propósito del sueño de Plauto:
"En los tiempos primitivos el hombre creía que cuando soñaba entraba en un segundo mundo real. En esto estriba el origen de toda la metafísica. Sin los sueños no hubiera habido justificación para un mundo dualístico."
"Uno tiene que pagar por la inmortalidad, y tiene que morir varias veces mientras sigue vivo."
Friedrich
Nietzsche
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Entrevemos cuán acertadas son las palabras de Nietzsche: en el sueño sigue actuándose una atiquísima veta de lo humano que ya no puede alcanzarse; ello nos mueve a esperar que mediante el análisis de los sueños habremos de obtener el conocimiento de la herencia arcaica del hombre, lo que hay de innato en su alma."
Sigmund Freud
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Las sociedades modernas, al igual que la naturaleza, tienen su propio sistema de selección natural. Las frases trilladas de: “Esto es la ley de la selva” y “El pez grande se come al pequeño”, no son analogías banales, son contundentes certezas.
Mientras existan teocracias y dictaduras,
habrá muchos sueños rotos. Mientras existan clases sociales, habrá lucha entre
ellas y más sueños rotos.
Waldo Moore Table
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“Ya Schopenhauer escribió que la vida y los sueños eran hojas de un mismo libro, y que leerlas en orden es vivir; hojearlas, soñar.
Jorge
Luis Borges
en “El tiempo y J. W. Dunne”
de “Otras inquisiciones”
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Yo sólo sé que no sé nada.
Sócrates.
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En Grecia, la muerte y el sueño son hermanos. Nyx, la
personificación de la noche, surgida por sus propios medios de Caos, engendra
también por sí misma a Hipnos, el sueño, y a Tánatos, el genio alado de la
muerte. Este último no nace solo, sino acompañado de las Keres, que representan
el destino de los mortales, y de Moro, la suerte. Además, las Moiras, las
diosas que hilan la hebra de la vida de cada persona en su rueca, también son
hijas de Nyx, como lo son el propio Día y el Éter.
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Otro refrán popular aplicable:
El que nace para tamal, del cielo le caen las hojas.
Otro refrán popular aplicable:
El que nace para tamal, del cielo le caen las hojas.
O. Moré
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