Los esclavos están dispuestos a revelarse, así lo han decidido, quieren sacudir las bases de la pirámide y crear algún movimiento telúrico que ponga a lo dioses la carne de gallina. Pero no todos creen en la efectividad de este leve terremoto, pues piensan que, quizás, sea peor el remedio que la enfermedad.
Aunque esta sea una lucha de David contra Goliat, en la que David, aún, no ha encontrado la honda apropiada y certera y tiene todas las de perder, es lógico y necesario que lance sus primeras piedras contra el gigante. Lo más probable es que no le haga mucho daño, pero, por lo menos, debe dejarle algún moretón, algún rasguño, alguna marca. Da igual que las piedras en la dura coraza del gigante sean como picadas de mosquitos, lo importante es que esos ataques piquen y que, Goliat, se rasque.
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Vuelven los doce, a cuenta gotas. Regresan a la pirámide en busca de las monedas de cobre con las que tendrán que subsistir a partir de ahora. Es duro verles. Los rostros desencajados, los ojos lluviosos, la tristeza a flor de piel. Fuera de la pirámide la subsistencia es difícil, muy difícil, y si es difícil ya para los jóvenes, lo es aún más para los que, como ellos, superan la barrera de los 45 años. Nadie quiere ya esclavos con estas edades.
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sábado, 17 de abril de 2010
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