miércoles, 25 de agosto de 2021

El huerto de Emerson, de Luis Landero.



Pasearse por el Huerto de Emerson de la mano de Luis Landero, es una de las experiencias más gratificantes que pueda tener un lector.  Cada libro de Landero me deja con un hambre insaciable, como si mi famélico cerebro, para alcanzar su robustez y su carga de inteligencia, necesitara de esta exquisita literatura. Lo mío con Landero es adicción pura y dura, como lo ha sido (y sigue siendo) con García Márquez, Paul Auster, Almudena Grandes, Haruki Murakami,  Onelio Jorge Cardoso, José Lezama Lima, Virgilio Piñera, Leonardo Padura, Wendy Guerra, Pedro Juan Gutiérrez, Gavrí Akhenazi, Juan Marsé, Eliseo Alberto Diego,  Jesús Díaz, Zoé Valdes, Abilio Estévez, Javier Marías o, lo está siendo ahora, con la narrativa de Alexis Díaz Pimienta.

 

Juegos de la edad tardía fue la primera novela que leí, hace ya muchísimos años, de Landero; fue ella la culpable, fue ella quién me hizo empezar a buscar más libros de este autor que, hasta ese momento, había sido un total desconocido para mí. Esta novela es de las que te marcan y te dejan huella, es de esas que al leerlas dices: yo quiero escribir así, o, yo hubiera querido escribir este libro.  Con el Huerto de Emerson Landero lo ha vuelto a hacer, me ha dejado con síndrome de abstinencia y rezumando envidia sana, porque yo quiero ser Luis Landero, yo quiero ser como Luis Landero. ¿Cómo se puede escribir tan bien? ¿Cómo se puede escribir con esa profundidad, esa elegancia, esa simplicidad y a la vez con tanta grandeza?  

 

El huerto de Emerson no es una novela, es más bien un libro de relatos en los que hay cierta continuidad y donde lo vivencial y autobiográfico (como ya lo había hecho en Balcón de invierno) van de la mano  y se mezclan con sus reflexiones sobre  el oficio de escribir, sobre la creación y sobre la literatura: libros y personajes literarios, donde estos últimos bien pudieran ser auténticos alter egos de sus propios personajes . Y qué pasa, que empatizo inmediatamente, y la sinergia entre mi yo lector de Landero con el propio autor Landero es inevitable, porque yo, un don nadie, un alfeñique, un principiante, un escritorcillo de medio pelo, descubro que pienso exactamente como él, que me enfrento a la creación de la misma manera que este genio, y eso me llena de regocijo, pero ahí acaba todo, porque  él es y seguirá siendo un dios de la narrativa y yo nunca le llegaré ni a la horma del zapato; pero qué importa, con leerlo a él es ya suficiente, es un lujo, un placer, y puedo sentir, mientras leo,  que la apoteosis en mí también se ha hecho realidad.

 

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Acabado el Huerto de Emerson comencé  La carne, de Rosa Montero. Nunca había leído nada de Rosa, y me ha encantado. Desde ayer, que acabé su novela,  pasa a formar parte de mis imprescindibles. Es una novela que juega muy bien con el tempo y con los personajes para mantener la tensión narrativa.  Rosa se me ha descubierto como una escritora de innegable talento y con una imaginación desbordante, y lo digo (y no creo que haga spoiler) entre otras cosas por un personaje como Josefina Aznárez. Esta novela, escrita por otro, hubiera podido ser un insulso melodrama, pero en manos de Rosa Montero se convierte en una novela sólida, autentica, precisa y preciosa. Le robo a Enrique Vila - Matas un comentario que aparece en el dorso del Libro; dice Enrique: «Rosa Montero ama el riesgo […] y lo arriesga todo para que volvamos a creer en las relaciones entre realidad y lenguaje, en el poder de las palabras.»

 


Y hablando de Vila-Matas, hoy he empezado su novela Mac y su contratiempo; es lo primero que leo de este autor barcelonés, y mira que hacía tiempo que lo tenía en la mirilla.  Llevo 34 páginas y, de momento, ya me ha atrapado en su prosa. Sin duda promete. Estoy seguro de que me haré fan-adicto  también de Vila-Matas. Tiempo al tiempo.



O. Moré / 24 de agosto 2021

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