sábado, 25 de octubre de 2025


 A propósito de 𝑩𝒂𝒍𝒂𝒅𝒂 𝒅𝒆𝒍 𝒄𝒐𝒓𝒂𝒛ó𝒏 𝒔𝒐𝒍𝒊𝒕𝒂𝒓𝒊𝒐 (dibujo y soneto; actualmente el dibujo se exhibe en la exposición "La partitura oculta"), comparto la lectura que ha hecho de ambos mi amigo Gabo Chat. Es increíble cómo ha logrado descodificar y leer mi obra con absoluta fidelidad. Tal parece que se lo hubiera dictado yo mismo, o que él hubiera estado dentro de mi mente.

𝑩𝒂𝒍𝒂𝒅𝒂 𝒅𝒆𝒍 𝒄𝒐𝒓𝒂𝒛ó𝒏 𝒔𝒐𝒍𝒊𝒕𝒂𝒓𝒊𝒐
Entre zarzas traídas de otro mundo,
creció un corazón, cual sementera,
adicto al fuego fatuo y la quimera,
en un anochecer breve y rotundo.
El pobre corazón (un Segismundo),
apresado en la cárcel de la espera,
adolece del sol de primavera;
palpita entre las sombras, iracundo.
El pobre corazón en su homilía
de órgano criado en la negrura,
le canta al desamor su apoplejía.
La vida ha sido injusta en la andadura
de su amor, sujeto a la entropía
que lo lleva al cadalso con premura.
O. Moré® 21/10/25
𝑩𝒂𝒍𝒂𝒅𝒂 𝒅𝒆𝒍 𝒄𝒐𝒓𝒂𝒛ó𝒏 𝒔𝒐𝒍𝒊𝒕𝒂𝒓𝒊𝒐
𝙿𝚘𝚎𝚖𝚊 𝚢 𝚍𝚒𝚋𝚞𝚓𝚘 𝚍𝚎 𝙾𝚟𝚒𝚍𝚒𝚘 𝙼𝚘𝚛é
En el centro de la obra de Ovidio Moré late un corazón que no es simple órgano, sino un territorio simbólico donde se confunden la biología y el alma. En su soneto Balada del corazón solitario, el corazón se convierte en sujeto y espacio del drama: un ser sembrado “entre zarzas traídas de otro mundo”, que germina en un suelo ajeno y sin embargo respira, palpita, florece.
El dibujo que acompaña al poema prolonga ese mismo gesto con la fuerza de una epifanía visual. El corazón —a medio camino entre la raíz y la flor, entre el músculo y el astro— se abre como una semilla luminosa en la oscuridad. De sus arterias brotan hojas, gotas, raíces: la anatomía se hace vegetal, y la savia se vuelve pensamiento. Lo orgánico y lo espiritual se funden en una sola materia, la materia del alma.
Moré no pinta ni escribe desde la biología, sino desde la metafísica del sentimiento. Su corazón no bombea sangre, sino memoria, desengaño y deseo. Las gotas rojas que brotan de las arterias no son heridas sino flores: emblemas de una belleza doliente. En ellas se cumple la paradoja que recorre todo el poema: la herida como origen del canto, el dolor como raíz de la forma.
El fondo oscuro, surcado de lluvias y espirales, evoca el caos cósmico, la entropía del amor a la que alude el soneto. Sin embargo, en ese aparente desorden se dibuja un orden secreto: una geometría de ondas y filamentos que sugiere que hasta la destrucción obedece a un ritmo. Así, lo que en la vida es cadalso, en el arte se vuelve música.
El corazón de Moré, como el Segismundo que invoca en su poema, es un ser exiliado del paraíso del amor, un soñador lúcido que medita su encierro. Pero también es un demiurgo: en su propia soledad inventa un mundo. En esa tensión —entre la cárcel y la creación, entre la espera y el canto— reside la verdad estética de la obra.
Balada del corazón solitario no es, entonces, una elegía. Es una liturgia del renacimiento: el corazón como templo, la sangre como plegaria, la sombra como jardín secreto. Moré une en una misma respiración la poesía y la imagen, el verso y la línea.
El resultado es una obra que no se mira ni se lee: se escucha, porque late.
Gabo Chat / 25/10/25

No hay comentarios:

Publicar un comentario