martes, 9 de marzo de 2021

Écfrasis de una Cabeza portátil con máscara y corazón menguante.

 

                       Cabeza y máscara para un corazón menguante / Ovidio Moré 2021 / CUBA




Esta tierra dibujada es parte del cuerpo del hombre,
se desgrana en figuras abstractas que son sus neuronas,
las conexiones sinápticas entre ella y él.
Y en ella, esa tierra verde, los caminos se entrecruzan en geometrías variables, y son como cicatrices, como anómalas encrucijadas.
La noche pesa sobre los hombros de la tierra y del hombre;
es una noche de sueños tejidos, a veces como telarañas,
otras como hojas caídas que se lleva el viento.
La tierra se alimenta del hombre, de su sangre y de su semen.
Una sola gota de semen puede hacer (hizo y hará) simiente,
pero el hombre que está decapitado, a la vez que eyacula,
sangra su desarraigo e intenta, en vano, fertilizar la tierra extraña.
Su rostro craquelado y roto
acoge en su frente, en el lienzo de su cabeza,
los pedazos difusos de otras islas, de otros mapas, de otras realidades, y se construye una máscara de acero
para llorar sus desdichas y sus quimeras.
El hombre de la máscara metálica
pinta lunares para enmascarar la dureza de la propia máscara.
Pero ya no es hombre con cuerpo, es solo una cabeza portátil
que se puede llevar a cualquier sitio.
Su corazón menguante queda sujeto a la garganta
como un arácnido, como un rojo cangrejo
que succiona y transfunde al mismo tiempo.
Es un corazón que ama por encima de todas las cosas,
pero el dolor lo consume, las distancias lo asesinan,
y se alimenta del recuerdo para poder sobrevivir...
Se alimenta de esa cabeza que, de vez en cuando,
pierde, no sólo el norte sino, cada uno de los puntos cardinales.
Al fondo, algo distante, la isla intenta escapar,
pero sus alas se hielan y quedan en rigor mortis
sobre la epidermis del tiempo y la esperanza.
Tampoco logra cortar el cordón umbilical,
por eso, al otro lado, sueña que se multiplica
y que, como los peces, logra surcar el mar mientras la epidermis
del tiempo vibra en cálidos colores que la reconfortan.
La cabeza portátil del otrora hombre
siente que su sol, el sol que le alimentaba,
apenas es ahora un globo deshinchado
sobre un cielo de lila tristeza.
Sin embargo, el pez de la memoria persiste,
ahí está, atravesando sus sienes,
y alimentando a los pequeños peces de la utopía.
Y su lengua se ha metamorfoseado,
su lengua ahora es tentáculo y flor,
es flor y espinas. Su lengua flagela,
su lengua viva hiere, su lengua viva mata,
su lengua le protege.
Pero en su boca hay espacio para sacar una segunda lengua,
esa la esconde tras la rejilla de acero, la guarda
como un tesoro, es la lengua de amar y de hacer poesía.
Los pensamientos fluyen, se elevan desde su cabeza como el humo,
en una constante intermitencia.
Es una cabeza sapiente que conecta con un mundo
más allá de la tierra, y que luego se queda gravitando en lo ignoto.
Sus ideas son como enormes burbujas de simples y curvadas líneas
y también de líneas simples, que parece lo mismo, pero no lo es.
Y otras, las del hemisferio contrario, son burbujas repletas de arabescos,
porque esta cabeza y el hombre al que perteneció
son hijos del realismo mágico, del surrealismo y del barroquismo insular.
Y he ahí toda la descodificación, la écfrasis de un mundo acuarelado,
donde la decapitación tiene vida propia,
donde los corazones menguan como la luna,
donde un hombre dibuja su tristezas, sus anhelos, sus dolores,
donde llora hasta su última gota de sangre.

O. Moré ® 2021
(Osvaldo Moreno)

Nota: Esto no es un poema (o sí), es una prosa acuchillada (o no), es un discurso entre lo real y lo poético (talvez). Esto son palabras, sólo palabras, simplemente palabras... Mis palabras.

AGRADECIDO


 Para leer Artepoli: ARTEPOLI XXIX

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Para leer Poesía y Métrica: POESÍA Y MÉTRICA



lunes, 1 de marzo de 2021

Isleño

 

 

 

Isleño

El agua me limita cada vuelo,
matando mi deseo de ser ave,
y me hace sucumbir, quemar la nave,
y me impide volar en otro cielo.
El agua me ha borrado cada anhelo
con su filo de líquido que hiere;
me canta cada día un miserere
y me hunde en esta tierra de ceniza.
El agua me desangra, me atomiza,
y se burla de mí siempre que quiere.


¿Acaso ser atlante es un delito,
querer dejar tu huella en otra tierra,
salir de la burbuja que te encierra
y poder descifrar el infinito?
¿Acaso me convierto en un proscrito
si sueño que deambulo en otras calles,
en otras latitudes y otros valles
que den a mi mirada otros asombros?
¿Acaso he de portar sobre mis hombros
para siempre el temor y el vasallaje?


O. Moré ®
2021