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Noel (Ilustración del autor) |
_ ¿Por qué?_ pregunta Noel_ ¿Por
qué haces esto?
_ Te ayudará a olvidar, nos ayudará
a olvidar.
_Tus ojos me han dicho que puedo
confiar en ti...
_ A mí los tuyos también... pero…
no sé... qué va a pasar ahora. No me queda nada, no me queda nadie...
Noel llora, llora con fuerzas, con
ganas, su corazón está pariendo la amargura. Sus ojos reviven de nuevo el
horror. Su sexo fenece. Los enormes girasoles se esconden tras sus manos
mientras los pétalos caen vencidos en la arena húmeda que los devora. Siente
que tiene que terminar de sacarse el espanto, dejarlo allí para que la arena
también lo devore.
_Todo ha sido culpa mía, todo... están
muertos por mi culpa... coño... por mi culpa...
_ Tranquilo... Qué pasó.
Cuéntamelo... Desahógate... _ dice Amalia enjugando sus propias lágrimas. Noel
se quedó unos minutos callado, respiraba lentamente para tratar de calmarse.
Cuando pensó que lo había conseguido continuó su relato.
_ Estábamos muy cansados... ya nos
dolía todo, empezaba a hacer frío... _de nuevo sintió un nudo en la garganta
que le impedía seguir hablando.
Amalia se levantó, se dirigió hacia
donde había dejado el bolso, echó mano de este y regresó donde Noel. Sacó del
bolso una botella de agua y un frasco de comprimidos. Extrajo una pastilla.
_ Toma, trágate esto y bebe.
Noel se llevó la pastilla a la boca
sin preguntar que era y se empinó al pico de la botella.
_Es Diazepán, te sentará bien... lo
sabré yo... ¿Mejor? ¿Sí? Bueno, pues escúpelo todo, todo ese horror, toda esa
culpa, vomítala. Siente a Yemayá. _
Amalia cogió una pulida y pequeña piedra
de la arena y la colocó entre las manos de Noel._ Ella me a puesto en tu camino
para hacerte olvidar, como te ha puesto a ti en el mío para hacerme olvidar.
_ Gracias..., el caso es que ya no
nos quedaban más fuerzas_ Continuó relatando Noel._ estábamos muy agotados. No teníamos idea de
cuanto tendríamos que remar aún. Si estábamos todavía en aguas territoriales o
ya habíamos salido de ellas. Temíamos nos sorprendiera el amanecer y fuéramos
vistos por los guardacostas de uno u otro bando. Yo empecé a quejarme: que aquello
era una locura, que nos iban a coger, que nunca teníamos que habernos ido. Mi
hermano me dijo que me callara, pero yo no le hice caso y seguí con mis
lamentaciones. Trató nuevamente de acallarme dándome un codazo que me dejó sin
aire y con el que me deshice en llanto.
Abelito El Fiera se iba impacientando, lo sentía murmurar y resoplar,
hasta que en un ataque de ira gritó:
__ Javi, dile al cacho de maricón
este que se calle o lo voy a despingar to’. Me tiene hasta los cojones con
tanta blandenguería.
__Noel, deja la bobá, acere_ gritó
Pundingo también.
__Nos van a coger, coño, nos van a
coger... Javi, esto es una mierda, vamos pa’ tras..., Javi. _ imploré yo a mi
hermano.
__Noelito, calla ya coño, calla,
que hasta a mí me estás poniendo nervioso. _replicó mi hermano.
__ Este es un rajao, si quiere
regresar que se tire al agua y que nade, a ver si se lo jaman los tiburones y
no resinga más.
__Venga cagao, que eres un cagao,
tírate y jódete, mariquita. __ dijo Pundingo.
__Para ya Pundingo, acere, que el horno
no está pa’ galletitas. __dijo Javi.
__Ah, no defiendas tanto a tu
hermano, tú, que éste no ha puesto na’ aquí, sabes, y lo que ha estado es todo el tiempo jeringando el hijo de
puta.__soltó El Fiera, iracundo.__ Si está aquí es por ti. Porque lo que es por mí,
este maricón, hijo de puta, no hubiera
puesto el culo en esta balsa.
__Ya me han enpingao, cierra esa
boca cochina pa’ referirte a mi familia, no mientes más a mi madre muerta,
singao por el culo... Más puta será la tuya,
cabrón, y más maricón eres tú, y sabes bien por qué te lo digo, no me hagas
hablar Fiera , no me hagas hablar que tú sabes que yo sí sé...
__ ¿Qué coño tu sabes de qué,
pendejo, qué coño tu sabes de qué....?
__Fiera... vamos a dejarlo ahí,
cojones, vamos a dejarlo...
__Eh, qué te sabe éste, Fiera...__
preguntó Pundingo.
__Na’, comepinga, na’, qué me va a
saber... lo que pasa es que se a acojonao como la puta de su hermano.
__Fiera, te lo advertí, basta ya...
de ofender, basta ya… o te juro que te parto en dos aquí mismo.
__Ah, éste se ha volao, qué tu dices maricón...
__Mira, ya me cansé, más maricón
eres tú, o ya se te olvidó lo tuyo, se te olvidó que en el Pre te cogieron con
dos libras de carne metías en el culo...eh, se te olvidó, pájaro de mierda...
__Cállate Singao, cállate...
__Gritó el Fiera y se abalanzó sobre mi hermano que estaba justo delante de él.
__Ahhh, Me has jodido desgraciao,
me has jodido… __ gritó mi hermano, luego sentimos caer su cuerpo al agua.
Pundingo encendió la linterna, entonces vimos al Fiera jadeante, con los ojos
llenos de lágrimas y la navaja en la mano chorreando sangre. Después todo fue
muy rápido, yo llamando a mi hermano, El fiera y Pundingo discutiendo, mi
hermano que no respondía, ellos comenzaron a pelarse, la linterna de Pundingo
cayó al agua. Todo quedó de nuevo a oscuras, saqué la mía y comencé a alumbrar
hacia el mar. A pocos metros estaba el cuerpo de mi hermano, la sangre manaba a
su alrededor, remé hasta él, los otros seguían discutiendo, le giré boca
arriba, estaba muerto. El Fiera le había atravesado el corazón con la navaja.
Me quedé mudo de espanto, quería gritar y no podía, sentí que un frío glacial
se apoderaba de mi cuerpo, era miedo,
era terror. En la discusión Pundingo se acaloró y golpeó al Fiera con la
cantimplora en la cara, luego se le tiró al cuello con sus potentes manazas,
hasta que comprobó que le había estrangulado, entonces lo empujó al agua. "Era
mi amigo, coño, gritaba, era mi amigo, Fiera, era mi brodher, nadie jode a un
brodher mío". Al mismo tiempo se giró hacia mí, yo le alumbraba con la linterna. "Todo por tu culpa me dijo, esto se ha
ido a la mierda, coño, a la mierda, ya no merece la pena... aquí vamos a morir
todos…" En el suelo de la balsa la navaja del Fiera yacía ensangrentada,
Pundingo la recogió y se me echó encima, apagué la linterna de golpe y le
esquivé, perdió el equilibrio y su cuerpo
golpeó contra los tablones, la cabeza fue a parar justo encima de mis
pies, traté de escapar levantándome, pero me agarró por la pantorrilla, entonces
cogí el remo que llevaba a mi lado y le golpeé en la cabeza, le golpeé con fuerza, sentí la madera hacerse añicos en
el cráneo. Me había convertido en un asesino, pensé que le había matado en ese
momento, pero no, volvió a ponerse en pie, lo sentía manotear en el aire
buscándome. Me arrinconé lo más que pude al borde de la balsa aún con el pedazo
de remo en una mano y la linterna en la otra. Entonces me encontró, su enorme
zarpa atrapó mi pulóver y pude percibir
muy cerca el frío acero de la navaja, pero no le di tiempo a asestar la
puñalada que venía, ciega y sin rumbo, sobre cualquier parte de mi cuerpo. Con
una rabia que no supe de dónde me salió, y con una idéntica destreza, logré
zafarme y comencé a propinarle golpes a diestra y siniestra con el cacho de
remo y con la linterna. Le oía gritar de dolor pero no emitía palabra alguna.
De pronto sentí que uno de los golpes con la linterna le había alcanzado la
cabeza, su cuerpo cayó como un enorme pedrusco al borde de la balsa y luego al
mar. No lanzó ni un quejido, le había matado, le había fulminado con un
linternazo en la sien, lo pude comprobar cuando, casi saliéndoseme el corazón
por la boca, encendí la linterna y el cono amarillento de luz me devolvió su
cabeza sangrante y sus ojos fijos e inmensamente abiertos, mirándome, desde la
negritud de la muerte, de forma acusatoria. Seguí rastreando con la luz de la
linterna y descubrí los cuerpos de mi hermano y de El Fiera flotando a la
deriva y alejándose cada vez más de la balsa.
La cabeza me daba vueltas y el estómago se me revolvió de tal manera que
comencé a vomitar hasta casi echar el alma y parte de mis vísceras. Me tiré
sobre las tablas desnudas. En mi
mente me martillaba una palabra: ASESINO, ASESINO, ASESINO… La cabeza se me
quería partir en dos. Allí, agazapado, entre el vómito y aquel incesante
martilleo mental, me quedé dormido. Cuando desperté casi estaba amaneciendo, la
débil luz del sol posada sobre el agua me mostró la inmensidad de un mar en
calma y el minúsculo punto que era yo en aquel espejo aún opaco. Los cuerpos de
mi hermano y sus amigos ya no se veían. Para mi sorpresa, pude atisbar en la
lejanía del horizonte unas sombras que me hicieron pensar que podían ser
árboles, por lo tanto, la posibilidad de que hubiera tierra era real. Supuse
que alguna corriente marina me devolvía a algún punto, otra vez, de la
geografía cubana, pues estaba seguro que no habíamos avanzado lo suficiente,
como para que aquello fueran las costas de la Florida. Sin pensarlo dos veces me
despojé del pulóver, en el que había descubierto manchas de sangre, del short y
de los tenis y me lancé al agua con uno de los salvavidas que nos habíamos
agenciado por unos dólares de mierda, con él he estado nadando hasta casi
llegar a la orilla. Y esto es todo.
Noel se quedó en silencio, con la
mirada perdida, extraviada. Amalia le miraba con ternura, como una madre a un
hijo recién nacido. Tal parecía que aquel joven enclenque se hubiera arrancado
todo el espanto de encima. Tras la mirada enrojecida por el llanto, que vagaba
por no se sabía que recónditos territorios, el rostro se había tornado suave y
hasta más bello. ¿Se podía amar a un asesino? Se preguntó Amalia. ¿Era en
verdad un asesino? Si era cierto lo que había contado, había actuado en defensa
propia, lo que para ella lo eximía de tal acusación. Hubo un momento en que sus
miradas se encontraron, la de ella penetrante, taladrando la de él, como
queriendo adentrarse en su cabeza y adivinar lo que pensaba en esos momentos, y
la de él, de vuelta de aquel vagabundeo por las tierras del temor, del
desconcierto y la incertidumbre, posándose levemente en la dulzura interrogante
que irradiaban aquellas ranuras de mezcla asiática y africana. Quedaron así
unos segundos, consumiéndose el uno en la mirada de la otra y viceversa.
Entonces dijo ella, mientras con
delicadeza le acariciaba la mejilla:
__Es una historia terrible, lo
siento mucho. No te tienes que sentir culpable, no te ha quedado más remedio
que actuar como lo has hecho. Yemayá es sabia y te ha salvado la vida, te ha
traído hasta mí y me ha traído a mí hasta a ti.
Le abrazó con deseo, le besó con
amor, como si le conociera de toda la vida, como si le amara de siempre, como
si Gabriel no hubiera existido nunca, como si ella hubiera vuelto a nacer.
Amalia
pájaro despierto, Amalia semilla que se yergue, Amalia luz en la sombra, Amalia
acuarela que renace, Amalia libre, Amalia amando, Amalia para siempre Amalia.
El cielo está ya completamente azul.
Límpido y azul. No quedan vestigios de nubes, la ballena ha sido engullida en
sus propias fauces. El abejorro de nuevo deja escuchar su zumbido alborotador y
el mar, también azul, rompe en la orilla en una desgarradora caricia. Los
primeros bañistas matutinos aparecen aquí y allá. En breves momentos la playa
se convertirá en un enjambre si el sol sigue decidido a ocupar su trono real
después de haber desbancando el gris y frío amanecer que había despuntado.
Amalia se irguió con prisa y tomó a
Noel de la mano conminándolo a levantarse.
__ ¿A dónde? __ preguntó él, poniéndose
en pie.
__Lejos de aquí, a mi casa…y si
Yemayá y Dios quieren, a un nuevo futuro. Tú y yo, solos, empezando una nueva
vida…
__No me conoces, he matado, soy un
traidor… la gente…
__La gente, la gente, estoy harta
de lo que diga y piense la gente, de que nos controlen la vida, de que no nos
dejen respirar… Además, nadie tiene que enterarse, será nuestro secreto.
__No me importa, me arriesgaré, ya
te lo he dicho, tus ojos me dan confianza ¿O es que quieres regresar a tu
casa?
__Allí no puedo regresar,
comenzarían a hacer preguntas…
__Mi padre, pero nos abandonó
cuando éramos niños. Vive en Santiago, es lo único que sé. Nunca se ocupó de
nosotros.
__ ¿Entonces, qué temes?_ Amalia le
apretó con fuerza la mano, como queriendo inyectarle el optimismo, la fe en lo
que habría de venir.
Noel no tenía nada que perder, todo
ya estaba perdido, quedó en silencio, era como si del infierno al cielo mediara
sólo un paso y él estuviera allí para darlo, para cruzar ese límite que ahora
se le antojaba minúsculo. Si emprendía con Amalia aquel vuelo, un nuevo futuro
se abría, incierto, claro está, como todos los futuros, pero podía ser un oasis
en el desierto, un pequeño paraíso en el gran infierno. La humanidad cruzaba de
la vida a la muerte, era lo normal, sin embargo, él, haría lo contrario,
cruzaría de la muerte a la vida.
Semidesnudo, con su gastado bañador
beige, con la toalla sobre los hombros, apretó la mano de ella también, y
despacio, muy despacio, como si el tiempo a partir de ese momento dejara de
correr para ellos, comenzaron a andar.
Amalia la
salvadora, Amalia la viuda del héroe, Amalia despertando la mañana, Amalia la
amante del traidor, Amalia… mirando el mar.
Este
es uno de mis primeros relatos de mi etapa de adulto. Sé que está lleno de imperfecciones,
pero, como siempre digo, es un hijo del aprendizaje al que le tengo un cariño
especial y merecía ser rescatado del cajón del olvido.