A la hora
del crepúsculo,
cuando las
migajas del pan sucumben
y las
vírgenes rezan
pidiendo que
algún ángel las viole,
cuando las
cabezas se aturden con el peso de las palabras,
y las
telarañas dejan de brillar
es que busco tus misterios,
la orografía
de tu aura, no de tu carne,
pues tu
carne la conozco de memoria,
la he sitiado cada tarde,
la he sitiado cada tarde,
cada tarde
la he conquistado
y le he dado
muerte entre mis manos
hasta
convertirte en un cadáver erótico y fugaz.
A la hora
del crepúsculo,
cuando las
razones se acumulan
y la sed de
amar colma la copa,
cuando desde
lejos cualquier nube se te parece,
y el
bestiario que me habita ruge,
busco tus
versos, no los escritos,
esos los
desayuné con el invierno,
si no los
versos que exudaban de tus senos,
las
metáforas de tu pubis,
la rima de
mi lengua con tu lengua.
Óyelo bien,
a la hora del crepúsculo
estoy
labrando tu silueta,
repujando
tus contornos,
abriéndote
entre mis piernas.
Sólo a la
hora del crepúsculo,
porque a la
noche cerrada ya estoy muerto y enterrado,
decapitado
por tu ausencia.
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