Guerra y paz / Paolo Troilo / Italia (más de este artista haciendo click en el nombre) |
Diálogo decimado
En
las lomas cubanas, allá, en lo intrincado del monte y al amparo de una cueva,
se refugiaron dos guajiros huyendo de un perro jíbaro. Aristóteles y Platón,
que así se llamaban, eran amigos desde pequeños, vivían uno al lado del otro,
bohío con bohío, y tenían una afición común: la metafísica. Cada día, después
de la jornada con los bueyes y el arado, y de degustar un buen almuerzo a base
de harina de maíz tierno con chicharrones, se iban al monte para gozar de la
vida contemplativa y filosofar. Y fue en
un día de estos, en el que se habían alejado de sus casas más de lo permisible,
que se encontraron de golpe con el perro jíbaro antes mencionado. Sin perder ni
un segundo, ambos huyeron a todo correr loma arriba, mientras el perro, al que
todos llamaban Mefistófeles, y que se había hecho famoso en toda la campiña y
el monte por las sangrientas historias que de él se contaban, les seguía.
Mefistófeles, al igual que ellos, estaba viejo y, para colmo, renqueaba de una
pata, por lo que su velocidad en la carrera se veía gravemente afectada, lo que
favoreció a sobremanera a nuestros guajiros filósofos que, gracias a esto,
pudieron sacarle una prominente ventaja.
No obstante, Mefistófeles, a pesar de que había perdido muchas de sus
facultades debido a su decrepitud, seguía conservando su perseverancia y su
sentido del olfato como en sus años mozos, y seguía infundiendo muchísimo miedo
gracias a su apariencia famélica, su pelambre hirsuta y sus grandes colmillos.
Después
de cruzar un riachuelo e ir ganando altura por una cuesta pedregosa,
Aristóteles y Platón dieron con la cueva en la que se refugiaron. La cueva era
diminuta, pero estaba muy bien camuflada tras la abundante vegetación, esto les
procuró cierta seguridad. Allí se quedaron agazapados y a la espera. Al cabo de
diez minutos en los que había reinado la calma y no se había presagiado peligro
alguno, ambos se relajaron y, como era su costumbre, comenzaron a filosofar
confiados de que habían burlado a Mefistófeles. Parte de esa plática
filosófica, y de lo que pasó después, quedó reflejado en las décimas de un
poeta oriundo del batey de Grecia, convecino de nuestros protagonistas y de
nombre Esquilo Tocororo. Esquilo era admirador de las fábulas de Esopo, de
Iriarte y de las moralejas que de estas
se desprendían, así que, inspirado en una fábula de Iriarte, dejó para la
posteridad, con el título de Diálogo, lo
que a continuación reproduzco.
Diálogo
_Muero
en una cama fría,
vivo
en una carne muerta,
y
aún no hallé la respuesta
para
mi filantropía.
¿Acaso
en esta agonía
amar
se puede a un igual?
¿Acaso
en este panal
de
sanguinarias abejas
podré
acabar con mis quejas
y
encumbrar ese ideal?
_Muy
pesimista te veo,
Aristóteles
Montuno,
no
hay ser, y lo sé, ninguno,
que
abjure del “guasabeo”.
Yo,
que a menudo te leo,
siempre
me pongo a pensar
por
qué tu filosofar
falto
está de sabrosura.
¿No
es hora que a tu “escritura”
la
pongas a retozar?
_Qué
dices, Platón Bejuco,
ya
no tengo apenas ganas,
y
a los viejos tarambanas
no
los quieren ni en Jaruco.
Y
aunque conociera un truco
para
paliar mi altibajo
me
parece que es trabajo
agotador,
sin provecho.
No
ves que estoy flojo y hecho
un
miseriento estropajo.
_Y
eso qué importancia tiene,
el
añejo es mejor vino.
No
cojas ese camino,
que
eso a ti no te conviene.
Sólo
lograrás se aliene
tu
mente que es expedita.
Deja
ya esa musiquita
que
muy cansina resulta.
Si
esa duda te sepulta
otra
virtud te amerita.
Usa
la lengua, Montuno,
que
la lengua cual espada
en
la cavidad mojada
es
Atila el gran rey huno.
Dar
lengua es muy oportuno
sólo
tienes que saber
cogerle
el punto y poder
recitar
de norte a sur.
Ya
verás que en ese albur
tú
vuelves a florecer.
_No
sigas, Platón, no sigas,
que
te pasaste de verde.
Es
feo que te recuerde
tu
“origen”, pero me obligas.
¿Te
crees que está bien que digas
que
utilice el instrumento
oral
que me dio sustento
como
sofista erudito
en
cometer tal delito
con
ese “desdoblamiento”?
_Pues
a las féminas todas,
incluidas
las de Esparta,
gustan
de que el verso parta
de
“lenguaraces” rapsodas.
Allá
tú si te incomodas,
y
a la lengua sólo un uso
le estás dando. No es abuso,
si
despacio, y si se deja,
a
una fémina en la oreja
le
das trabajo profuso.
_Sabes
que te digo, obseso,
Platón
de lengua procaz,
que un cabrito montaraz
no
tiene podrido el seso
como
tú, que a la sin hueso
le
estás dando esa batalla.
Cualquier
día la morralla
que
acumulas en la boca
te
hará sudar gota a gota
toda
tu estirpe canalla.
_Pero
qué te habrás pensado…,
te
hablo de poesía.
_Crees
que como catibía,
tú
hablabas de ese “pecado”.
_Que
estás muy equivocado,
te
lo juro, no te miento.
_Ándate
a tomar el viento.
_Y
tú directo a la mierda.
_Estás
logrando que pierda
los
estribos, de momento…
_Me
da igual que los estribos
tú
pierdas… ¿Crees que me asusto?
_Cállate
ya, so vetusto,
necesitas
correctivos.
_Y
tú unos respectivos
azotes
en la carota…
_No
tienes güevos, idiota.
Recuerda
que sé kung fu.
_No
me hagas reír, sijú,
que
tú no sabes ni jota.
Y
así, en esa disputa
como
a los torpes conejos,
el
perro atacó a los viejos
a
la entrada de la gruta.
El
can cogió la batuta
sabiéndose
juez y parte,
recordando
aquel aparte
que
en su fábula, al final,
de
manera magistral
nos
legó el gran Iriarte.
“Los que por cuestiones
de poco momento
dejan lo que importa,
llévense este ejemplo”
FIN
O. Moré
2016
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