Snow White / Mark Ryden / Oregón / EE. UU (más de este artista haciendo click en su nombre) |
Cuentos breves para niños... o para adultos, vaya usted a saber.
Dos enanos que habían quedado sueltos, uno con su habitual dúo y el otro con un trío.
Fénix
y Rara Avis.
Ni Fénix se llamaba Fénix ni Rara Avis
Rara Avis. Fénix se llamaba Totí Prieto y Rara Avis Bijirita del Monte, pero en
el batey ya no se estilaba eso de lo autóctono, de lo endémico, estaba de moda
lo foráneo. Así que cuando llegaron por el agua los ánades de Rusia, Fénix y
Rara Avis se vistieron con plumas de ánades y fueron a recibirles al
puerto. Luego, para el agasajo, les
llevaron a la laguna, en la que habían dispuesto varios espejos (disimulada y
estratégicamente en la orilla contraria) para que la laguna semejara un lago tan
grande como el mismísimo Baikal. Bijirita, perdón, Rara Avis, rindiéndoles pleitesía,
les recitó Oda al Volga, un larguísimo poema de su propia inspiración, y Fénix, cerró
el homenaje, bailando un solo de “El lago de los cisnes” al compás de la música
de Chaikovski. Para el ágape se sirvió revuelto de setas y bridaron con auténtico vodka. Los ánades
rusos se aburrían como otras, porque ellos lo que estaban era locos por comer
ajiaco, tomar guarapo de caña y bailar la conga y el chachachá. Y es que en
Rusia, también, lo foráneo estaba de moda.
Melao,
Raspadura y Coquito.
Melao quería ser como Raspadura, tener alguna
forma y ser sólido, y por eso la envidiaba. Raspadura no quería ser como Melao,
estaba orgullosa de ser como era, aunque la mayoría pensara que ella era bastante
pegajosa. Melao se quejaba por todo y de todo: de vivir donde vivía, de comer
lo que comía, de vestir lo que vestía; por quejarse, se quejaba hasta del color
de su piel. Raspadura se ponía lo primero que encontraba, salía a la calle
(andariega como ella sola) debajo del tórrido sol sin importarle si se derretía
o no, o si su piel cambiaba de coloración; con tal de respirar el aire puro del
batey y pasear por la calle libre y desprejuiciada, era capaz de hacerlo hasta
desnuda. Melao apenas salía de casa, y si lo hacía llevaba consigo una enorme
sombrilla. El sol, para él, era un verdadero incordio. Raspadura, en sus paseos
diarios, se iba al caimital, se sentaba debajo de un árbol y, mientras devoraba
caimitos, leía historias de sus
antepasados, sobre todo de su abuela Azúcar Prieta, la primera mujer en el
batey (y en todos los alrededores) en proclamarse dulce. Melao abominaba de su
estirpe, y eso que su abuela era Azúcar Turbinada, que era mucho más clara que su
prima Azúcar Prieta, pero Melao, al igual que envidiaba a Raspadura, por
aquello de tener forma, envidiaba a Coquito y, al mismo tiempo, le idolatraba,
porque este último era nieto de Azúcar
Blanca. Coquito estaba locamente enamorado de Raspadura, le gustaba lo mestizo de su piel (ese tono tostado de caramelo) y su sonrisa perenne mientras desandaba las calles del batey e iba dejando su dulce rastro, y Melao estaba
enamorado de Coquito y de su blancura.
O. Moré
2016
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