Se ha hecho de noche en la pirámide. El esclavo otea la noche, y en lo que espera a un esclavo sustituto, lee a Raymond Carver. ¡Cuánta grandeza en el minimalismo de la escritura! El esclavo disfruta de esa minuciosa descripción de gestos aparentemente insignificantes, pero que dibujan claramente los rasgos de la psicología del personaje.
La espera se hace larga. Incertidumbre. El esclavo deja a Carver y se limitar a estar, a esperar.
La vida del esclavo siempre se ha limitado a esperar. Cada día, cada hora y minuto, cada segundo. Siempre esperando.
Una vez, hace ya tiempo, el esclavo vivió en Nubia, y allí esperaba ser libre. Nunca lo fue. Entonces se vino a la Pirámide y, aún, sigue esperando. El esclavo recuerda las palabras de Reynaldo Arenas.
«La diferencia estriba en que el comunismo te da una patada en el culo y tienes que aplaudir. El capitalismo, en cambio, te da la patada igual, pero al menos te permite gritar».
Las mañanas del esclavo son bastante estresantes. A veces no da abasto. Y entre tanto estrés, el esclavo, también tiene que sufrir la altanería y prepotencia de algunos dioses menores, y hasta de esclavos con ínfulas de dioses (estos últimos, normalmente, son los peores). Pero el esclavo aguanta. Porque otra virtud del esclavo, además de la espera, es el aguante.
La vida del esclavo en la Pirámide es bastante triste, aunque hay muchas, muchísimas personas que le aprecian y le hacen la estancia más llevadera.
La fuerza del esclavo, la que le mantiene vivo, está en la familia que ha creado (o como bien él la ha llamado en un poema, su épico milagro) y en la literatura: Los libros que lee y la poesía que escribe.
Milagro
Parto adusto los panes con mis manos,
el pan duro que vino sin los peces,
en la mesa de tantas escaseces
de mi madre, mi padre y mis hermanos.
A lo lejos mis miedos son humanos,
escapo de ese mar y sus dobleces,
y vuelvo a carenar, otras mil veces,
sin contar los intentos que son vanos.
Y al regreso a mi casa con mis hijos
(mi parábola, mi épico milagro)
yo procuro entender los acertijos,
pero sólo al añoro me consagro
degustando los muchos regocijos
que han marcado mi sucia piel de onagro.
A casa vuelve el esclavo cada noche, con la satisfacción del deber cumplido, pero sin que esto suene a consigna revolucionaria de la Nubia que dejó atrás. Y es que al esclavo le gusta hacer bien su trabajo (un trabajo que detesta pero, paradójicamente, que desempeña con toda la seriedad y el brío necesario). Nunca ha habido quejas con respecto al esclavo, siempre elogios. Por eso el esclavo sabe que despierta un poco de envidia en algunos y algunas. Pero el esclavo nunca actúa de mala fe aunque los otros piensen que sí. El esclavo sólo quiere trabajar, y trabajar bien.
Y, con perdón de los puristas.
El esclavo sólo quiere seguir esperando.
Esclavo gerundiano.
El esclavo está esperando.
Siempre espera. Cada día
va pintando la apatía
con sus óleos, coloreando.
El tiempo se va esfumando
y no llega lo que espera.
Él sabe que la quimera
tiene de fiera y de ave.
El esclavo bien lo sabe:
la vida es muy traicionera.