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viernes, 23 de octubre de 2009

El esclavo camina.

Ilustración: OSMOME.

Hoy el esclavo camina. Unos seis kilómetros aproximadamente camina. Llega a la pirámide derrotado, horriblemente cansado. La mañana es fría y lluviosa. No hay tiempo para un café. Su cara denota la falta de sueño y el cansancio.
El esclavo cada mañana se despierta, y se levanta, a las cinco y treinta de la madrugada para llegar a tiempo a la Pirámide. Pero hoy ha tenido que salir con mucha prisa. Su mujer, que repara corazones en un importante hospital, estaba de guardia, y la han llamado en el momento justo en que se vestían. A todo correr han salido de casa, han llamado a la vecina para que se hiciera cargo de los niños, y han partido raudos en su carro. Ella le ha dejado a las afueras del pueblo, justo en el extremo opuesto a donde está la Pirámide, y ha seguido rumbo al hospital. Luego él se ha limitado a andar, andar y andar. Hasta que ha llegado arrastrando los pies. Rayando la hora de entrada.

El día ha sido duro. Ha llovido mucho y con fuerza. Las calles se han inundado. Conducir era todo un acto de fe. Pero hubo un rayo de luz. El esclavo pudo, después de mucho, pero muchísimo tiempo, comer con su mujer que vino a traerle el carro para que regresara a casa.

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