Dios sincrético y andrógino del maíz |
Entre el mar y el arraigo, la tristeza. |
Apuntes |
I
Las regiones no pintadas
son lugares del pasado
que nunca yo he iluminado,
aunque en mí estén tatuadas.
Cardiopatía vedada
en mi ventrículo izquierdo,
donde me acecha un recuerdo
y el desarraigo me muerde,
y mi cordura se pierde,
aunque siga estando cuerdo.
Ellas son mi fantasía,
y el futuro que adivino,
alzando el lápiz con tino
y fiel a mi orografía.
Ellas son la geografía
cartografiada y ausente,
son el seno y la tangente,
y el paisaje aún velado
que espera ser retratado
de una forma diferente.
Son todas mis aficiones,
y son mi mejor alpiste;
son cada momento triste,
las dudas, las reflexiones.
Son todas mis decisiones:
las antiguas, las futuras;
todas mis caricaturas,
mis espasmos venideros,
los pasos en los senderos
que hollaré en mis aventuras.
II
No hay manera de que sepas
de un hombre sus circunstancias;
no conoces qué sustancias
alimentan sus estepas.
No sabes qué recias cepas
han destilado su vino,
ni cuál ha sido el camino
que han desandado sus pies,
ni que victoria o revés
han marcado su destino.
Ejemplo, si aquí relato
dos vivencias y las aúno
en un poema, ninguno
quizás entienda el retrato.
No han calzado mi zapato,
no saben, se les esfuma;
no entenderán que mi pluma,
por orden de mi inconsciente,
dicta un verbo diferente,
etéreo como la espuma:
“Kubin perpetró el disparo
con una vieja pistola,
como aquel que tinta inmola
sin ser un pintor preclaro.
Y yo siendo un ente ignaro,
también en mi adolescencia,
soñé, con cierta violencia,
lanzarme al rojo ramaje
de un flamboyán sin mi traje
protector, con imprudencia.”
Ves, no puedes entender
estos versos que yo he escrito,
porque son veraz detrito
de mi otrora acontecer.
Tú no lo puedes saber,
ni puedes imaginarte
cómo concibo mi arte,
sacando desde la nada
esa región no pintada
que alzo cual estandarte.
No sabes de mis dibujos,
ni sabes mis obsesiones,
no sabes que esas regiones
las sueñan mis ojos brujos.
No sabes de los influjos
de Goya o Portocarrero,
no sabes lo que yo quiero,
no sabes de mi acuarela,
no sabes que en mi espinela
el pincel habla primero.
No habrá metáfora vana,
aunque sea estrafalaria,
si alumbra siempre, incendiaria,
una sapiente ventana.
Ni habrá palabra malsana
si surrealista dibuja
un sueño y luego una aguja
teje de versos su piel;
ya lo dije, o si el pincel
logra que el poema ruja.
Cuando leía a Lezama
(Décimas de la querencia)
encontré la quinta esencia
escama tras otra escama.
Qué importaba si la dama
(la palabra fiera y suave)
tenía de bruja y ave
si al dibujar sus regiones
la hechizaban esos dones
de aquel que de espejos sabe.
No creo que haya forzado
mi verso caleidoscópico,
ni creo que use el tópico
del poeta aplatanado.
Yo no salgo disfrazado
de genio ni de figura;
no sé la nomenclatura
que en este caso ha de usarse
cuando solo ha de enfrentarse
mi seso con la escritura.
Pinto un verso igual que pinto
el rostro de una mujer
y luego escribo a placer
con la acuarela, sucinto.
Pinto, escribo, escribo, pinto
silencios, distancias, nada,
pinto la ausencia, la espada
del olvido y pinto en blanco
el dolor que hay en el flanco
de mi región no pintada.
Y escribo negros renglones
con la acuarela de nieve
e invento en un trazo leve
regiones, sólo regiones.
Me nacen a borbotones
desde lo ignoto y lo bello,
y a veces son un destello,
un brote, una imprudencia
de “lezamiana querencia”
que en el azogue yo sello.
Regiones, sólo regiones
del pasado y del presente,
regiones del inconsciente,
regiones sólo regiones.
Carne frugal de ilusiones,
matorrales, valles, zonas,
ríos, montañas que abonas
para que crezcan un día
como imagen que valía
el parto de tus neuronas.
III
He sido repetitivo,
lo sé, y nada me importa;
aquí ha sangrado mi aorta
con su verbo sensitivo.
No me importa cómo escribo
cuando es mi auténtico yo
y mi mente imaginó
una ilusa alternativa
si así sigue estando viva
la pulsión que lo engendró.
Y si hay varias asonancias
entre algunas espinelas;
serán como centinelas
que cantan sus arrogancias.
No me importan las distancias
que me alejan del buen bardo,
en esa fogata ardo
como cualquier otro idiota.
Yo nunca entendí ni jota,
yo siempre fui un poco tardo.
No esnifo literatura
ni exudo dones divinos;
yo sólo encuentro caminos
para llegar, sin premura.
Y si no llego a la altura
no me importa, no me apeno,
no me aboco hacia el veneno,
no me desangro, no grito,
no cometo algún delito,
no me culpo, no me alieno.
Sigo pintando regiones…,
o no las pinto, y me sano;
sigo dándole a mi mano
metáforas y razones.
Sigo sembrando ciclones
y recogiendo aguaceros;
sigo desandando eneros
un año tras otro año;
sigo sintiéndome extraño
entre dioses altaneros.
Sigo pintando mi ruta
que no va a ninguna parte;
sigo creyendo que el arte
es mi región absoluta.
Sigo siendo un fiel recluta
de los versos y la prosa;
yo sigo siendo otra cosa
aunque juegue a ser poeta;
ser así es mi única meta
y no una vida gloriosa.
Y por eso no renuncio
a la región no pintada
aunque yo siga en la nada,
repito, nunca renuncio.
Lo reafirmo, me pronuncio
a favor de mi locura,
de mi metáfora oscura,
de mi imagen obsoleta,
de mi rupestre receta
al cocinar mi escritura.
Ya lo dejo, soy cansino
hasta decir no va más,
y aunque no he sido mordaz
eso suele ser dañino.
Me voy, retomo el camino
hacia mi idílica cueva,
esa región que me eleva
y al mismo tiempo me oculta,
esa región ora culta ora caudal del “Esgueva”.
O. Moré 8/2020