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lunes, 26 de febrero de 2018

Nuevo número de la Revista Artepoli.



Reseña de los artistas participantes en Artepoli Week acompañadas de mis décimas.


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El artículo completo aquí debajo:



Desde una pirámide acostada

(Osvaldo Moreno u Ovidio Moré).

Por: Ángel Alonso



Una obra de arte, sea una pintura, una escultura o cualquier otro tipo de objeto artístico,  no nos brinda suficientes elementos como para poder interpretarla, porque no se reduce a sus dimensiones, a su finitud física.  El artefacto no es suficiente, necesitamos otros referentes que nos ayuden, entre los que se encuentran, por ejemplo: el título, el material utilizado, el contexto histórico y geográfico donde se realizó…pero tal vez la pista más importante sea la información que tengamos del autor.

Conocer la actitud del artista, su pensamiento y con frecuencia su imagen, resultan elementos claves para desentrañar los secretos contenidos en una pieza de arte. Después de la ruptura de Warhol, aquella que centró la importancia del artista en su celebridad, en su condición de estrella, resulta difícil encontrar a un creador que rehúya de la publicidad y el aplauso. Osvaldo Moreno (Navajas, Matanzas, Cuba, 1966) es un artista que ha pintado  y escrito durante toda su vida por puro placer y sin la más mínima intención de realizar una “carrera” o de convencer a los demás de la calidad de su obra.

 Así ha sido su labor hasta hace muy poco tiempo; por suerte para nosotros recientemente comenzó a exponer sus dibujos, los estrenó en la exposición colectiva “El sentiment de la urgencia” (Centre Civic de Calaf, 2017).  La valoración de sus colegas y el interés despertado por el público han contribuido a revolucionar sus energías y muchos esperamos que su seguridad para exhibir sus obras crezca, pues la autenticidad no está reñida con la retroalimentación que emana de la identificación con el espectador. Lejos del temor a la pérdida de la pureza el acto de exponer contribuirá al crecimiento de su labor artística; debido a su madurez el reconocimiento llegará como un elemento sano, orgánico y caracterizado por una inusual ausencia de ego.

Se llama a sí mismo aficionado, pero la profesionalidad y auto exigencia que se aprecian en su trabajo desmienten la posibilidad de definirlo como amateur.  Se suele llamar profesionales a quienes viven de una actividad, si así fuera… ¿cómo considerar a Van Gogh tras sus enormes dificultades para vender un cuadro? Una vez más, arte y mercado no son sinónimos y la profesionalidad la definen la entrega y el rigor.

Ovidio Moré es el pseudónimo con que se presenta Moreno en su blog “La pirámide acostada” (http://piramideacostada.blogspot.com.es/), desde allí divulga su literatura y su pintura, labores con las que no lucra,  trabajo del que no vive, pues sabe que en materia de arte lo que importa no es vivir de lo que se produce sino para lo que se produce.

El lenguaje en que se desenvuelve es básicamente el dibujo a línea, a veces blanco y negro y otras con un uso del color consciente y vibrante. Poseen estas imágenes un carácter de ilustración fantasiosa, literaria pero no literal sino metafórica. Bebe del surrealismo pero no del de Miró o Dalí sino de aquél otro sin nombre, el latinoamericano popular y agresivo, aquel que encontró Buñuel en México, el de la tradicional fiesta de los muertos, aquel de los primeros cuentos de García Márquez; un surrealismo que no se auto etiqueta como tal, mágico y visceral, sin solemnidad, hijo de la precariedad y sin la elegancia del invierno parisino, soleado y sudoroso, alejado de los refinamientos de Bretón, guajiro y verde, lleno de amputaciones y desgarros, en el que la belleza emana de la fuerza, aquel de corazones ensangrentados y cuerpos truncos junto a sonrisas que asimilan el dolor como algo natural.

Hablo de cabezas atravesadas por peces, de copas de árboles con forma de cerebros que ilustran décimas, de mujeres agarrando estrellas sobre las nubes o cargando con caracolas atadas a su espalda. Porque Ovidio Moré es cubano y allí el surrealismo no es un concepto pensado, redactado desde la cabeza de un intelectual francés, sino algo vívido, un estado natural del absurdo. No necesita un manifiesto, no se apoya en el psicoanálisis ni ejecuta un aparente y rebuscado automatismo psíquico, no precisa de cadáveres exquisitos ni de poses distinguidamente bohemias, en el tercer mundo el surrealismo no es un movimiento literario ni pictórico, es la vida.

Y así va, sonriente y sin competir con nadie, tal vez con él mismo pero sin drama, sin desequilibrio, sin vehemencia, sosegado y paciente, metódico y soñador al mismo tiempo, reservando para sí mismo su Superman bajo la tímida apariencia de Clark Kent.




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