Óleo de Kris Lewis / EE. UU 1978 |
Purificación
llega siempre con retraso, viene apurada y nerviosa y entra como un remolino.
Apenas traspasa el umbral de la puerta ya va soltando la primera cantinela del
día, porque, Purificación, siempre tiene una historia que contar, cierta o
falsa, es indiferente, ella es dueña de una capacidad innata para la
fabulación; de no ser porque es una de las señoras de la limpieza y porque no
es una mujer cultivada, hubiera podido dedicarse a la literatura. Comienza su
relato sin que se le pregunte nada y nunca encuentra el momento de dar fin a su
salmodia.
Purificación
tiene unos enormes ojos redondos que abre desmesuradamente cuando narra o
explica esos sucesos que le han acaecido o que ella se inventa. Sus dientes son
largos, caballunos, manchados de tabaco. El cabello liso le cae en una media melena.
Es de pequeña estatura, delgada, de
pocos senos y de muslos separados (como de cowboy). Toda su figura se estremece
cuando gesticula. Purificación es una marioneta parlante y tediosa movida por
no se sabe qué invisibles hilos.
Hoy
llega veinte minutos tarde y, al empujar la pesada puerta de cristal de la
garita, ya me está soltando su nueva monserga: He llegado de puro milagro _me dice_
ni te imaginas lo que me ha pasado…, no
te lo pierdas, esta noche sólo he dormido dos horas, no ves las ojeras que
llevo _ miro a sus ojos y sólo veo dos enormes faroles vivos, extremadamente
maquillados, ni sombra de las sombras de las supuestas ojeras _ Lo que yo te
diga._ continúa ella_ Es que lo que no me pasa a mí, vaya, no le pasa a nadie…
Me he quedado sin gasolina al salir a la autopista y ha tenido que venir mi
hijo en la moto a traerme un bidón lleno para repostar un poco y poder llegar
hasta aquí… A punto han estado de atropellarme varias veces, bueno, total, ya
ves a la hora que aterrizo…
Purificación
sigue narrando su retahíla de contingencias: de lo de la gasolina y los
supuestos atropellos salta al motivo de su insomnio, de esto al gripazo que
está incubando, de aquí a lo que le pasó a una amiga suya o a lo último
acaecido en su barrio, que siempre son hechos que parecen sacados de la prensa
amarilla, acontecimientos asombrosos, estrafalarios y ridículos; y así,
sucesivamente, hasta llegar a su tema estrella: la separación de su último
marido y el mismísimo exmarido en cuestión.
Tema que desmenuza, destripa, disecciona, desde lo más nimio a lo más
escabroso (intimidades sexuales incluidas), para luego finalizar con el
supuesto motivo del divorcio.
Por
lo visto, Purificación, es una manirrota, bueno, de eso la acusaba Pedro, su
exmarido, dice ella. Y lo digo yo, lo ratifico, porque Purificación tiene,
además, una exacerbada manía de grandeza. Todo le ha costado carísimo, te
apostilla siempre orgullosa. Y es verdad, no hay nada más que verla. Su escaso
sueldo de limpiadora lo destina a perfumes, ropas y zapatos de marca, sin tener
en cuenta si mañana tendrá para comer, para
pagar la luz, el agua o la calefacción;
o si tendrá para la gasolina del coche que ha de llevarla y traerla a
este trabajo, su única fuente de ingresos. ¿Qué necesidad tiene Purificación de
aparentar lo que nos es? ¿Acaso esta manía de grandeza es síntoma de un
complejo de inferioridad? A mí me resulta extremadamente paradójico. Un día
cualquiera se te presenta oliendo a Angel de Thierry Mugler, vistiendo camiseta
de Burberry, tejanos de Dolce & Gabbana y sandalias de piel de no sé cuál
modisto (cosas que supongo no ha adquirido a la vez, sino poco a poco, pero en
las que se le debe haber ido una gran parte de su sueldo cada vez que le ha
echado el guante a alguna de ellas), y sin embargo, entra contándote, a lágrima
viva, que le han cortado la luz y que lleva más de una semana alimentándose a
base de caldos de Avecrem.
Por
más que me lo pregunte no le hayo respuesta. Que alguien prefiera alimentar el
espíritu en vez del estómago, un día determinado, sólo uno, lo entiendo hasta
cierto punto. Pongamos el caso del lector ávido que prefiere comprarse un libro
antes que pagarse un plato de comida, es aceptable y hasta comprensible si,
como hemos apuntado, es sólo un día; pero que por aparentar, por parecer
superior, por dar a entender que eres algo que no eres, o por complejo de
inferioridad de clase, alimentes la vanidad y no el estómago, me parece, sin
lugar a duda, un pecado capital. Encuentro más inmoralidad en este
comportamiento que en la supuesta catadura moral que le achaca ella a su
exmarido, al que tilda de putero, adicto a la pornografía y viejo verde.
Esa
manía de grandeza, ese afán de aparentar superioridad, esa soberbia, no queda
aquí, en la simple apariencia de la ornamentación corporal, va más allá. Por ejemplo: si se habla de
aparatos de televisión el de ella es más grande y moderno que el tuyo; si de
viajes, ella ha estado en todos los lugares habidos y por haber; si de
pretendientes, los suyos son y han sido todos guapos y jóvenes (Purificación
tiene cincuenta y dos años, los pretendientes andan siempre por la treintena) y
son dueños de grandes casas y lujosos coches. Si oye hablar de joyas, uf, no
veas la de joyas buenas que tiene ella en su casa. Y así, todo lo imaginable e
inimaginable. Sus compañeras de trabajo, con las que habla de estos temas
mientras limpia, no tienen la paciencia que tengo yo, enseguida la mandan a
freír espárragos.
Purificación
puede estar aquí, en la garita, dándome la tabarra, media hora o más, sin
importarle para nada si llega algún visitante, si tengo trabajo que hacer o,
simplemente, si me incumbe un carajo todo lo que me está contando. Aguanto estoicamente y, llegado a un punto, fijo mi mirada en sus palabras, sí, la
mirada, porque logro ver toda aquella palabrería tropezar con su equina
dentadura y luego salir expedida como escupitajos, como pompas o burbujas, como
huracanadas rachas de viento que toman formas imprevistas. Salen en racimos de
palabras soeces, coloquiales y, rara vez, bellas o amables. Racimos y más
racimos que van conformando sus historias en las que de veracidad ya sólo queda
un diez por ciento, el otro noventa es totalmente fabulado. Es por eso que mis
oídos, como dice el sabio refrán, comienzan a quedarse sordos ante tanta
necedad, sólo mi vista permanece incólume.
No
obstante, a veces, me gustaría ser dueño de toda esa inventiva, de esa
verborrea incontinente y esa desinhibición de la que hace gala esta señora.
Estoy convencido que con esas cualidades y el talento necesario (cosa que por
supuesto no tengo) podría convertirme en un excelente escritor. Porque, qué es la literatura sino eso, una fabulación
de la realidad y hacer creíble esa
fabulación; lograr, como decía Samuel Taylor Coleridge, la suspensión de la
incredulidad en el lector, o en el oyente, o en el observador, porque este
concepto es aplicable tanto a la escritura como al teatro o al cine.
Purificación
me recuerda a aquel personaje literario llamado Juan Candela, de Onelio Jorge Cardoso.
Al igual que Juan Candela, Purificación
miente como una bellaca, pero no fascina, como sí lo hacía este otro; no hace lo
inverosímil verosímil. Si Purificación
en vez de convertir su verborrea en insufribles, procaces y soporíferas
peroratas, utilizara su desbordante imaginación y su expresividad corporal para
la oralidad seria y concienzuda, Purificación podría convertirse en una
auténtica y valiosa cuentera o cuentista, o narradora oral, llamémosle como
sea. Adornando el relato con esas adorables mentiras que nos tejen los buenos
fabuladores, Purificación, se podría ganar la vida como monologuista, y hasta
escribirse ella sus propios guiones. Porque, qué sería de la ficción literaria u
oral sin ese toque de imaginativa y creíble falsedad, sería como una sopa sin
sal, totalmente insípida. Estoy seguro que si pudiéramos preguntarle a Borges,
a Bioy Casares, a Cortázar o a mi admirado Gabo, precursor, este último, de lo
real maravilloso, o a mis no menos admirados
coterráneos Carpentier y Reinaldo Arenas, por sólo citar algunos grandes
fabuladores, dirían algo parecido.
A
propósito de lo “maravilloso”, y
hablando de mentiras, leí en La Poética, de Aristóteles, unas frases que nos
vienen como anillo al dedo y que traigo a colación. Decía el gran griego:
“Lo maravilloso es, por
cierto, causa de placer, como se deduce por el hecho de que todos relatamos una
historia con agregados, en la creencia de que ofrecemos un deleite a muchos
oyentes.”
(…)
“Homero, más que ningún
otro, nos ha enseñado a todos el arte de forjar mentiras de manera adecuada.”
(…)
“Una imposibilidad
probable es preferible a una posibilidad improbable”
Siguiendo
con la mentira y volviendo a Gabo,
contaba su padre que siempre había sido, Gabrielito, desde pequeño, un poco
mentiroso.
Ah,
si Purificación hubiera heredado el talento de mentir de Gabo o de Homero, otro
gallo cantaría.
Cuando
Purificación se marcha la sensación de paz lo inunda todo. Es como si de pronto
dejara de sonar una de esas endiabladas sirenas contra incendio que te han
estado fustigando los oídos con su aborrecible pitido. Pero, paradójicamente, a
fuerza de ser pesada, Purificación, se hace entrañable. El día que falta, que
son muchos (también tiene la capacidad de utilizar sus ingeniosas invenciones
para desaparecer del trabajo y luego justificar sus ausencias), la echas de
menos. En el fondo, y a tu pesar, hasta le tomas cariño (no en toda la acepción
y rotundidad del término, porque a veces puede llegar a ser un poco víbora y
envidiosa). Con Purificación se hace cierto aquella memorable frase popular que
reza: “No puedo vivir contigo, pero tampoco sin ti.”
Lo
que hace que sientas ese aprecio, al que va ligado un poco de pena y lástima,
es, sin lugar a duda, su fragilidad, porque aunque en muchas de sus historias
(las que cuenta de sus avatares existenciales y familiares) muestre una coraza,
una tupida cota de malla y se vea a sí misma como una Juana Arco o una temible
y fiera amazona, Purificación no puede esconder su estructura de vidrio
agrietada por los palos que le ha dado la vida. En Purificación todo es un
juego de espejos, de apariencias, lo que parece una tigresa no es más que una
pobre y desvalida gatita de arrabal por la cual sientes una inexplicable
ternura, aunque, de vez en cuando, te arañe con sus anquilosadas garras, pero
que no puedes odiar por ello, porque sigues viendo un pobre animalillo, ya no sólo
de raquítico cuerpo, sino, también, de raquítico cerebro.
Quizás
ya fuera mentirosa desde pequeña o quizás sea un vicio que adquirió después, a
medida que su tránsito por la existencia comenzó a plagarse de obstáculos y
sinsabores. Quizás mentir le sirva para sobrevivir a la mediocridad de un mundo
gris y sin esperanzas, lo cual le permite crearse un universo propio en el que
ella gobierna como una auténtica reina de Saba. He sido testigo (como único
oyente o siendo parte de un auditorio más extenso) de esos avatares, de esas
peleas a cincuenta y dos rounds con la vida, en las que ha recibido ganchos de
izquierda y de derecha, uppercut , golpes bajos y hasta patadas y zancadillas.
El cuadrilátero para Purificación nunca ha sido un sitio donde alcanzar el
triunfo, sólo ha conocido, en él, la derrota.
Aunque
Purificación es esa insoportable fabuladora (mentirosa compulsiva, diría una
especialista; paquetera, diríamos los cubanos) cuando te relata esos sinsabores
y esos combates en el ring de la vida real, sabes que, en ese momento, no te
miente, porque en sus ojos, esos dos grandes faroles negros y redondos, se
puede atisbar la veracidad de sus palabras. Tampoco mienten sus lágrimas
mientras le corren el rímel y le descomponen el maquillaje convirtiendo su cara
en una máscara grotesca que acentúa la tragedia que narra.
Óleo de Kris Lewis |
Por
ello, y a pesar de que cuando la veo venir quisiera que se abriera la tierra y
me tragara, me gustaría poder ayudarla de alguna manera, estrechar aún más los
lazos de amistad que nos unen, aunque resulte un verdadero ejercicio masoquista
este propósito. Pero no veo cómo puedo yo ayudarla a salir de ese círculo
vicioso de embustes, enredos y manía de grandeza. Es evidente que Purificación
necesita un psicoanalista, un psiquiatra o algo por el estilo. A mí sólo me
queda seguir siendo espectador y oyente del drama de su vida real y de su otra
vida inventada, demostrándole que alguien le presta atención, la escucha,
aunque durante la mayor parte de su perorata (la plagada de embustes) yo esté
con la mente vagando por otras dimensiones. Quizás, una manera de
salvarla, sería convertirla en un
personaje literario, pues me siento incapacitado de ayudarla de otra forma. Escribir
una especie de purificación de Purificación, desmontando ese personaje en el
que se ha convertido y volviéndolo a montar. Creando otro universo para ella donde
no sea necesaria la mentira. Un universo limpio, transparente, fascinante. Una
verdadera realidad alternativa. Una especie de redención, de expiación, de
exoneración a través de la literatura,
pero amigos, esa ya sería otra historia.
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