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Después del Final / Denis Núñez / CUBA |
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Denis Núñez |
_ ¿Qué
pasó entonces con lo de las Misses?
La pregunta
condiciona a Margarita, porque sabe que, llegado a este punto de su historia,
siempre llora, y, al igual que el resto de nuestros protagonistas, querrá
aguantar la llantera, pero será inevitable, porque recuerden que está en
hemorragia continua.
Y quizás
usted ya se ha dado cuenta, amigo lector, que hay ciertos patrones que se
repiten en los personajes y en las historias. Si este relato fuera el mar, esas
repeticiones serían las olas, pero no aquellas feroces, sino las pausadas que
llegan de vez en vez y lamen la orilla. Repasemos algunas, por ejemplo: los
peces de éste mar, mar de Neón Azul, son todos foráneos, ninguno es endémico de
este pueblo con lago; o han venido de más allá de las inmensas aguas o de la
orilla de éstas. Todos han tenido una niñez, adolescencia o juventud, en el que
las carencias emocionales, las pérdidas o el maltrato, los han flagelado; todos ha estado cerca de
la muerte y han salido indemnes; todos tienen un sueño común: los libros y la
literatura, y, por último, todos son de lágrima fácil, que es lo que ha dado
pie a este paréntesis, a esta digresión.
Estos alelos comunes de nuestros
protagonistas sólo pueden significar dos cosas, una: que el autor nos quiere
decir con ello que las tragedias y los anhelos de cada uno, son las tragedias y
los anhelos de todos, o viceversa; y en este caso, éste “todos” son estos
emigrantes, ya sean de fuera o de dentro (que puede ser usted, otro
cualquiera o yo mismo), que han partido en busca de un nuevo comienzo (hablamos
de un cambio en términos emocionales, no a la búsqueda de una vida
económicamente mejor ni nos referimos, tampoco, a la migración de carácter
ideológico o político, estas serían otras historias, más serias, más
desgarradoras, más tremendas); y dos: que la imaginación del autor no dé para
más y repite ideas y patrones. ¿Cuál de
las dos suposiciones le parece lógica y acertada? De ser la primera… ¿Cree
usted que lo ha logrado, o se ha quedado sólo en el bosquejo, en el esbozo, y
esto es un As que se ha sacado de la manga, así, porque sí? Pero no lo
rumie en este momento, deje estas
interrogantes para el final, porque
ahora usted ha de volver con Margarita.
Ella hace
un leve puchero y una lágrima sale expelida, y, en su furia, se lleva consigo
un poco de rímel. La lágrima surca la mejilla y la parte en dos, la quiebra con
su zigzaguear negro, y, la hasta ahora
hermosa cara de Margarita, se convierte en una máscara dramática del kabuki
japonés. Inmediatamente la otra mejilla queda también marcada. Ahora su rostro
exhibe dos enormes y tétricas cicatrices.
_ No
llore, por Dios… _ le pide usted, casi le implora, y le ofrece una servilleta
de papel._ Mujer…no se ponga así… si me lo llego a imaginar… no le pregunto…
Ella toma
la servilleta y con leves toques se va secando las negras lágrimas, y a usted
esta visión le trae a la mente el famosísimo Son cubano de Miguel Matamoros:
“tiene lágrimas negras, tiene lágrimas negras como mi vida…”
_No, no es
su culpa…, soy yo… Es que ha sido muy duro…_ Margarita respira profundo e
intenta calmarse. Se queda unos segundos en silencio, la mirada hacia el techo,
buscando a Dios, pidiéndole que le de fuerzas para continuar, pero sólo
encuentra una lámpara, de estilo Art Nouveau, difuminando su policromía como si
fuera un vitral de aquellas inmensas casonas coloniales, como la casona de la
hacienda en que su padre trabajaba. Ella hace mucho tiempo que perdió la fe, es
sólo un acto reflejo, es algo inercial.
Usted
vuelve a tener una visión (al ver la expresión de la cara de ella, al ver esos
ojos llorosos que buscan en el techo un más allá), su mente recrea otra obra de
Tiziano, ella antes lo ha mencionado, a Tiziano, cuando le hizo la analogía de
la lluvia de oro, entonces ella era Dánae. Ahora es usted el que evoca al artista y Margarita se le parece a
María Magdalena arrepentida, aunque ella no tenga que arrepentirse de nada, o
sí, usted no lo puede saber, no hemos llegado a esa parte de la historia.
Margarita
se ha calmado, le dirige la mirada y usted le pregunta:
_ ¿Crees
en Dios?
_ Hace
mucho tiempo que dejé de creer. Si de verdad existiera algo ahí arriba, algún
Diosito, no tendría que dejar que hubiera tanto sufrimiento… Yo he sufrido
mucho, y sigo sufriendo, aunque no lo parezca, aunque no se note por fuera
porque voy siempre arregladita y maquillada… La gente se cree que como soy
latina siempre tengo que estar alegre y
de juerga, que tengo que ser fiestera y pachanguera… Yo, por ejemplo, no creo
que todos los españoles tengan que ser graciosos, bailar sevillanas e ir el día
entero tocando las castañuelas y gritando: quillo, ojú y olé… Yo soy un ser humano,
como todos, ninguna raza, etnia o determinante geográfico te hace ser alegre
por antonomasia, eso es cuestión de cada persona, de su carácter, de qué se yo
qué otras cosas... Creo que soy una sufridora nata, desde pequeña. Para mí no
ha sido fácil ¿sabe usted? Mi propia madrecita me hizo sufrir… sabe lo qué es
que la mujer que te trajo al mundo quiera convertirte en un mono de feria, para
vivir a tu costa, para darse aires de gran señorona… _ Preste atención a cómo
Margarita se refiere a su madre de dos maneras indistintamente: madrecita, tal
hace un momento o, simplemente, madre. Por qué, me pregunta, pues porque hay
una dualidad, un encontronazo de sentimientos, una intensa porfía entre el amor
y el odio. A pesar de todo, en el fondo, la sigue queriendo, porque ya lo
dijimos, Margarita es un alma cándida_ Se puede imaginar lo que aguanté en
aquella academia, el hambre que pasé, ya no solo allí, sino en mi propia casa,
“Tienes que estar delgada, frenar la exuberancia de tus carnes, te tienes que
ir acostumbrando hija”, me decía mi madre, poniéndome una esmirriada
ensaladita y luego algunas verduritas
hervidas, “Porque, para lo de las Misses, puedes estar un poquito lozana, pero
cuando empiece tu carrera de modelo has de estar aún más delgada, mucho más,
así que no te quejes, que es comida sana”. Comida sana lo era, sin lugar a
duda, pero era poquísima y yo me quedaba de tal manera que luego me daban
fatigas. Mi madre me escondía la comida que, según ella, me podía engordar… Lo
tenía todo bajo llave, hasta en la nevera puso un candadito. Usted ve esto
surrealista ¿Verdad? Pues a esos extremos llegó mi madre. A esos y a otros:
llegó a pegarme buenas zurras, con un cinturón, cuando le decía que yo no quería
seguir con aquel circo. Me pegaba en las nalgas para que no se vieran las
marcas. Y, a veces, me castigaba sin comer. Yo me encerraba en mi habitación y
no hacía más que llorar, no podía entender aquel cruel comportamiento. Cuando
terminé el instituto quise hacer pedagogía, pero ella se negó a que fuera a la
universidad, para qué tanto comerme la sesera, decía, si cuando ganes Miss
Venezuela vas a tener la vida resuelta, ya estudiarás o harás lo que quieras,
mira Irene Sáez hasta donde ha llegado. Siempre con la misma matraquilla. Hasta que cumpliera la edad reglamentaria
para poder inscribirme en Miss Venezuela, me obligó a hacer algunos desfiles de
moda contratados por la academia, nada fuera de lo normal, eran desfiles
de colecciones de grandes almacenes y en
centros comerciales. La verdad que, cuando estaba en la pasarela, era todo muy
divertido, entre las lucecitas, la musiquita, los flashes de las cámaras, los
bonitos vestidos, pero cuando me bajaba de ella era como volver de nuevo al
infierno. Seguían las zurras, las exigencias… ¿Sabe? muchas veces me vi tentada
a hacer una locura… ¿me entiende? estaba desesperada, pero siempre he sido una
cobarde… y no, no podía. Así estuve desde que acabé el bachillerato hasta que
cumplí los dieciocho: academia, desfiles y castings para anuncios
publicitarios, y bofetones y azotainas de mi madre cada vez que le decía que
estaba harta, que, por favor, me permitiera estudiar. Entonces, una vez me dijo que si quería estudiar algo de
provecho, diera clases de actuación, que eso sí que me sería útil. Y contrató a
una profesora de arte dramático. La situación económica de mi casa iba en
picado. Lo que ganaba mi padre ya apenas alcanzaba para comer. Mi madre se
volvió como loca y empezó a vender cosas de la casa: muebles, cuadros y hasta
el mejor reloj de mi padre, herencia del abuelo, decía que ya tendríamos más
cuando yo me hiciera famosa. Yo iba todo
el día de un lado para otro, cansada, asqueada, ya no hacía falta dieta ni
tanto ejercicio físico, estaba perdiendo peso… Yo siempre fui así, con curvas,
exuberante, menos mi busto, nunca ha sido muy pródigo, la verdad, mis senos no
son grandes, pero tampoco son pequeñitos… _ Dice esto mientras se mira y se
palpa con ambas manos la zona nombrada._ Luego,
al ser alta, mi cuerpo, creo, tiene un equilibrio perfecto… ¿Usted qué
piensa… me encuentra bonita?
_ Tiene,
razón, señorita_ contesta usted_ es una
chica muy hermosa…
_ Oh,
gracias… llámeme Margarita.
Y aquí se
vuelve usted a preguntar, esta chica, con lo que ha pasado por culpa de esa
misma belleza que se autoproclama… ¿cómo puede ser tan coqueta? No lo sabemos,
son los misterios de la psiquis humana, son esos renglones torcidos de Dios,
como dijera Torcuato Luca de Tena. ¿Por qué hace la gente las cosas qué hace?
¿Por qué actúan de una manera o de otra?¿Esa misma madre, Doña Flora, por qué
se ha dejado llevar, arrastrar, por esa manía de grandeza, cegada por el brillo
del oro?¿En qué momento su mente la convirtió en la lechera de la vieja fábula?
_ Como la
Gautier, la Dama de las Camelias. Margarita Gautier _ dice usted.
_ ¡Me
encanta esa novela!_ dice ella con euforia_ la he leído muchas veces… y la
película… qué decir de la película… y de Greta Garbo… Aunque, más que la Dama
de las Camelias… _ Ahora su tono es triste y al mismo tiempo irónico_ yo
hubiera sido La Dama de La Famélicas, sino hubiera escapado a tiempo de las
garras de mi madrecita. Porque mire, a pesar de los kilos que perdí, aún me veía bien, quiero decir, que seguía
manteniendo buen cuerpo, porque yo le hacía trampas a mi madre ¿sabe? cuando iba
a la academia o a alguna de esas locuras de clases, si había podido sisarle
algún dinero de su cartera, me pasaba por un McDonald's y comía algo, yo no
quería convertirme en una percha andante, no quería enfrentarme a ningún
trastorno alimentario… No entiendo como mi madre_ renuncia al
diminutivo y pronuncia la palabra Madre con desprecio y dureza_ no se percataba de ello, tan cegada estaba
con el dinero, la vanidad, el lujo y todas esas porquerías, que no caía en la
cuenta de que podía abocarme a la anorexia, menos mal que yo, como dicen
ustedes por acá, tenía la cabecita bien amueblada. Un día ya no aguanté más y
me fui, me escapé y la dejé revolcándose en su fatuidad, a ella y a mi padre,
ese mulito de carga con orejeras, que sólo veía por los ojos del amo. En la
academia de modelaje había una muchacha, Lena, Lenita, le llamaba yo, que al
contrario mío, sí que estaba loca por ese mundo de fantástico oropel y quería
llegar a ser una supermodelo, una gran Top Model, su familia tenía bastante
dinero y le pagaban un viaje a París, a la semana de la moda, y me invitó, sus
padres no querían que fuera sola, ellos corrían con todos los gastos. El padre
de Lena se ocupó de todo, hasta de llevarme a hacerme el pasaporte. No se lo
comenté a mis padres, era mi oportunidad de largarme de allí. De saberlo mi
madrecita, hubiera querido venirse conmigo, Dios sabe que otra locura hubiera
hecho con tal de obtener el dinero para el viaje. Y ahí quedaron truncadas las
manías de grandeza de mi madre, y quedó truncada su aspiración a que me
presentara a Miss Venezuela. Me vine a París con Lenita, allí estuve dos meses,
recorriendo la ciudad y sin saber qué iba a ser de mi vida. El primer lastre
era que no había manera que me hiciera con el idioma, el segundo, que no conocía a nadie,
tampoco sabía cómo encontrar un trabajo. De momento, Lenita, antes de irse, me
había prestado dinero para pasar una temporada, cuatro meses a lo sumo, en una
pensión. Yo sólo pensaba: "cuando se me acabara el dinero qué voy hacer…", pero
entonces conocí a Brunno, y ahí comenzó mi segundo calvario.
Continuará...