Talentos

Páginas

lunes, 21 de junio de 2010

Muriel, Guillermo, los cuerpos y la elegancia del erizo.



Mi encuentro con Muriel Barbery fue casual. Yo le vi primero, pues ella, creía yo, estaba de espaldas. Aunque, en realidad, lo que vi era la torre Eiffel tras el rosa inverosímil de los Campos de Marte. Quien me observaba, atentamente, desde enormes lentes redondos, era Paloma.

Me acerqué al estante y las tomé a ambas en las manos, y resultó que Muriel no estaba de espaldas sino dentro. Allí, en blanco y negro, en la solapa de la contraportada, su rostro ovalado y tierno, me miraba perfilando una media sonrisa seria (valga la paradoja).


Yo había ido a aquel sitio en busca de Cuerpos Divinos, me lo autorregulaba por el día del padre. Guillermo Cabrera Infante siempre me ha deslumbrado desde que, hace más de 15 años, tropecé con Tres Tristes Tigres (tropiezo clandestino ya que, Guillermo, no es santo de devoción en la Isla). Pues eso, que estaba yo allí, en busca de la novela póstuma de mi compatriota y me encontré con el elegante erizo de Muriel, tal y como he descrito al comienzo. Había oído a mi hermana comentar la versión cinematográfica y me había dejado un buen sabor de boca, por lo que no vi inconveniente ninguno en saciar el hambre que ese sabor había despertado. Decidí que La elegancia del Erizo sería mi siguiente banquete literario después de Cuerpos Divinos.

Y así fue, me regalé el libro de Guillermo y le regalé a mi esposa el de Muriel. Mientras yo devoraba los Cuerpos, ella hacía lo mismo con el Erizo. Me dijo, casi a mitad de su lectura: Te va a encantar. Mi esposa tenía razón, el libro me fascinó. Este coctel entre Cenicienta y Pigamalión, lleno de pinceladas filosóficas y que transita de la comedia al drama y hasta, sin llegar a la cursilería, al melodrama, es una preciosa e inteligente novela.


De todas las lecturas, que se pueden sacar de esta obra, me quedo con una: El arte es una medicina para el ser humano, porque como dijo alguien, es algo que el hombre creó para ennoblecer la vida.

O. Moré.

domingo, 20 de junio de 2010

El Bailarín Ruso de Montecarlo.




El Bailarín Ruso de Montecarlo, de Abilio Estévez, es un viaje hacia la libertad de un hombre lleno de ataduras con su pasado. Aunque, más que un viaje, es una huída.

Prosa extremadamente poética, lírica, de exquisita riqueza verbal; relato donde los fantasmas aparecen y desaparecen: los fantasmas de la memoria y los del cuerpo.

El protagonista, alter ego de Abilio, a medida que transcurre la narración se va despojando, de una manera o de otra: ya se por un robo, ya sea por un descuido, de aquellos objetos que le atan a su vida anterior. Todos, desde mi punto de vista, son una metáfora, un símbolo. Porque Constantino (así se llama el personaje) va en busca de un desarraigo premeditado. Las raíces se pueden plantar donde se quiera. El hombre sólo necesita ser feliz y libre, no importa que tierra pise.

O. Moré

domingo, 6 de junio de 2010

Bukowski



Ivo tiró el libro sobre la mesa.
__ ¿Te ha gustado?_ Preguntó Alex.
__ Sí, bastante.
__ ¿Qué te ha gustado más?_ inquirió Alex de nuevo.
__ Todo._ contestó Ivo con un poco de fastidio.
__ ¿Todo…, todo?
__ Sí, repinga…todo el jodido libro. _ gritó Ivo con más fastidio.
__ ¿Hasta el diseño de la carátula? __volvió a insistir Alex.
__Vaya cacho de comemierda estás hecho _ dijo Ivo, aplacándose y soltando una risita cómplice.
Ambos comenzaron a reír.
Ivo tomó de nuevo el libro en sus manos, corrió una silla y se sentó frente a Alex que dibujaba, en un cuaderno, un bonito desnudo femenino, bueno, al menos el cuerpo, porque la cara era una especie de máscara africana, al estilo de las Señoritas de Avignon, de Picasso.
__ ¿Sabes…? __dijo Ivo, y alzó el libro a la altura de sus ojos, mostrándole a Alex la carátula.
__ ¿Qué?__preguntó Alex sin levantar la vista de su dibujo. Difuminaba con el dedo índice de la mano derecha uno de los senos, y lo hacía como si en realidad estuviera acariciando una teta de carne, real, la acariciaba con una suavidad extrema.
__Al principio me pareció mala.
__ ¿El qué…?
__ La carátula.
__ ¿Y, eso...?
__ Me pareció kitsch.
__ Sí, y qué te he hecho cambiar de opinión.
__ El texto, quiero decir, los cuentos, las historias. Creo que necesitaban una carátula así, tipo Pin Up: sensualidad y vulgaridad al mismo tiempo; erotismo cincuentero a tono con el alcohol y el desarraigo.
__ ¡Ah, qué profundo!__ Dijo Alex con ironía.

Entró Ileana. Su culo respingón de negra chocó contra la silla de Ivo. Llevaba un short corto, anaranjado, un top amarillo pálido y tenis a juego con el cinturón de tela, también anaranjados. Los senos apretados bajo el top hacían recordar los torsos de las damas francesas en la época de Luís XV. Formaban unos sensuales y apetecibles montículos a punto de escapar. “Ileana era una negra bonita pero demasiado votá pa’l solar”, pensó Ivo, sin dejar de mirarle a las tetas cuando la negra se les plantó delante, a ambos, con los brazos en jarra.
__ ¡Qué volá¡ __ dijo.
Ivo sabía que Alex se la estaba singando. La negra le servía de modelo y siempre que posaba para él no duraba ni dos minutos en su posición, enseguida acababan revolcándose en el camastro. Alex no tenía aguante, apenas Ileana se desnudaba ya tenía la pinga afuera y los pantalones por los tobillos.
__Aquí. __ Dijo Alex, y comenzó a difuminar el vientre y la pelvis del dibujo con la misma suavidad de antes. Luego tomó el lápiz y continuó, con ágiles trazos, dibujando el vello púbico, como si lo peinara.
__ ¿Bukoswski? __dijo la negra arrancándole el libro de la mano a Ivo. Ivo se quedó callado, esta vez mirándole fijamente a la raja, a la papaya de gruesos labios como su propia bemba de negra. Aquella ropa amarilla y naranja era como una llamarada en sus carnes prietas. “Candela” pensó Ivo. __ ¿Éste no es el que siempre está de singueta con rubias y tomando güisqui?__ agregó Ileana.
__ Más o menos, más bien yo diría que él y su alter ego, Chinasky__ contestó Alex, la miró en toda su rotundez y agregó__ bebiendo y singando, como tú y yo.
__ No seas fresco__dijo ella haciéndose la ofendida y mirando de soslayo a Ivo.
__ ¿Lo has leído? __preguntó Ivo dirigiéndose a Ileana, sin quitarle la vista de la raja.
__Claro, qué te crees, que soy una negra inculta, que sólo lee los chismes de artistas en la revista Opina. No mi amor, yo leo cosas buenas, tengo un buen maestro…
__ ¿Sí, quién?__le interrumpió Alex.
__ Pedro Juan, el calvo de arriba, el Bukoswki tropical. Tras una buena singueta me deja manosear su librero…
__ Ya vemos __dijo Alex con malicia.
__ Y me recomienda buenos autores: Houllebecq, Kerouac, Henry Miller…
__ Ah, que bien, todos muy apocados y modosos, qué coño, unos mojigatos a la hora de abordar el sexo en su literatura… ja, ja, ja. __rió Alex con ganas.
Ivo no podía apartar la vista de los labios de Ileana, de los labios de la vulva, tan perfectamente marcados en el short. Aquella papayona le estaba haciendo sudar y despertar instintos primarios.
__Qué gracioso __dijo Ileana, y le tiró el libró sobre el cuaderno de dibujo.
__Hija de puta__chilló Alex__me has hecho hacer una rayada __y levantándose, con furia simulada, se lanzó sobre la negra, cayendo ambos sobre el camastro de Alex. Ella chillaba y reía mientras el le metía manos por todas partes.
Ivo tuvo la idea de marcharse, hizo el intento de ponerse en pie y dejarlos en su juego, pero entonces vio como un portentoso seno de Ileana salió desbocado por encima del top, y como Alex comenzó a mordisquearlo y lamerlo. El instinto primario se puso en ristre, tieso como una vela.