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lunes, 12 de abril de 2010
Doce
La pirámide saca a relucir sus peores artes. Los nigromantes han hecho su magia negra. Los afectados por la expulsión son doce, como los doce apóstoles, doce. Pero Judas no está, Judas sabe también de hechicería, y como una escurridiza áspid se ha escapado, no sin antes dejar su rastro sobre la arena.
Los nigromantes han venido del oeste, del desierto del oeste, de allí, de dónde los esclavos han de hincar sus rodillas y han de besarles sus sandalias de cuero.
Los nigromantes sólo piensan en el valor del oro, no en el valor de la vida humana.
Qué triste, sabiendo ellos que la vida es corta y que, en el fondo de la pirámide, el día de su muerte el oro no les servirá de nada.
Pero Ra, el gran Dios Ra todopoderoso, ha hablado, y así lo ha decidido: Los doce deben abandonar el templo, tirarles unas monedas de cobre y que se vayan. No me importa si han dedicado toda su vida a la pirámide, la pirámide ya no les necesita. Nada me importa, YO nado en oro, como oro y cago oro. Soy Dios.
Los Guerreros han sacado sus lanzas, sus escudos y han ido a la defensa de los doce, pero la magia negra es superior, no invencible, pero superior a sus fuerzas y a sus estrategias. Los doce no tienen alternativa. Hoy volverán a sus casas adoloridos e indefensos, con la mirada puesta en un futuro incierto.
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