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miércoles, 30 de abril de 2014

Helena de Cuba

El rapto de las mulatas / Carlos Enríquez / CUBA
"Arde Troya", y el caballo
con su empaque de madera
destruye la talanquera
hecho ciclón, hecho rayo.
Súbito se quiebra el tallo
de Helena que voz en grito
y con el rostro contrito
se oculta por los portales.
Helena entre los mortales
escapando del delito.

Mulata de grupa tosca
con sus bembas carmesí,
libertino colibrí
de testa rabiosa y fosca.
Ya te has pasado de rosca
y el mulato Menelao
rapaz como el guaraguao,
en su potro semental,
quiere salvar su moral
y te enjuicia en el tablao.

Halla tu cuerpo el machete
reclamando tu armadura,
se te clava en la cintura
cuando el adusto jinete
cual si fueras un juguete
te alcanza sobre su equino;
con ese corte asesino
 emerge tu sangre espesa
y tu vida queda impresa
en el polvo del camino.


Mulata en junio / Mariano Súarez del Villar / CUBA

lunes, 28 de abril de 2014

Caballero Don Gallardo (jugando con la décima)

Imagen encontrada en la Web


Puedo ser un caballero
de los de a la antigua usanza,
sin una gota de panza
y en la batalla el primero.
Quijote con escudero,
embutido en mi armadura,
forzando la cerradura
de algún casto cinturón,
para encontrar la pasión
a golpes de mi cintura.

Podría ser Don Gallardo
y vivir en el Toboso,
puro músculo, buen mozo,
un poco juglar y bardo.
Tener un jamelgo pardo
y que Conde a mí me llamen,
y al verme todos exclamen:
¡Vaya estampa de señor!
Y en las cosas del amor
todas las damas me aclamen.

O quizás ser como el Cid
y que me llamen Rodrigo,
tener un campo de trigo
olivares y una vid.
Ser poeta y adalid
en las cortes españolas,
cantarle a las amapolas
con mi cítara de antaño,
y estar casi todo el año
veraneando entre las olas.

Aunque, puestos a pedir,
me gustaría ser Rey
y aprobar alguna ley
que asegure el porvenir.
Por ejemplo que al salir
del blando vientre materno,
nunca te falte el pan tierno
ni casa donde morar
y, aún menos, qué cobrar,
sea verano o invierno.

O. Moré.


sábado, 26 de abril de 2014

Cicatrices (tercera parte / fragmento 4)

Sueños coartados /Denis Núñez / CUBA



_Sólo quería volver junto a tu madre…

De nuevo lágrimas. Esta historia está plagada de ellas, hay tantas como para llenar el lecho de un río seco. De la misma manera que el grito es una liberación, lo son las lágrimas. En su líquida salobridad se escapan los dolores, las agonías, las quimeras, y hasta las alegrías. Se imagina a un ser humano que no llorara, sin esa capacidad de exorcizar sus sentimientos, ya sean de una índole o de otra… Sería algo tremebundo ¿No cree? Marionetas de trapo o plástico a las que habría  que pintar la cara cada vez que la aflicción, el dolor o la felicidad se adueñaran de sus cuerpos, o, quizás, ya tenerles preparadas las máscaras de la tragedia y de la comedia, esas que simbolizan el teatro, para utilizarlas en la ocasión oportuna.
Sí, aquí hay muchas lágrimas, más que las cicatrices de los personajes. Quizás esta historia debería llamarse Cicatrices y Lágrimas, parafraseando el conocido musical o la mítica película hollywoodense, cuyo gen primigenio, de ambas producciones,  está en la novela The Story of the Trapp Family Singers, escrito por María Von Trapp en 1949. Aquí sonrisas hay pocas, es verdad, pero recuerde, estamos desgranando el lado dramático de la vida de estos seres, y les vemos a través del espejo de nefasto azogue, ese espejo en el que nosotros mismos nos reflejamos, porque estas desdichas pueden ser las nuestras. Ahí, al otro lado, es donde escarbamos y  hacemos una incisión con la milimétrica exactitud de un cirujano.

Elena ve llorar a su padre. Quiere retener su propio llanto, pero la empatía es tan fuerte que acaba sucumbiendo ella también, no obstante, agarra la mano de Roger con fuerza e intenta transmitirle la sensación de amparo, como la que ella vivió en brazos de Joan. En estos momentos, esta muchacha que estuvo perdida durante tanto tiempo, que estuvo igualmente desamparada, quiere convertirse en un refugio cálido para ese gigante rubio que llora, ante ella, como un niño. Sabe que tiene que ser fuerte, porque es su turno, es la hora de mostrar sus cicatrices, de que su padre conozca su historia.

_Tranquilo, _le dice_ el pasado… pasado está, no tiene remedio. Hay que dejarlo guardado bajo siete llaves, y sólo recurrir a él en busca de los momentos felices, no de los amargos. No digo que estos últimos los borremos, porque son marcas que subsisten y no se pueden borrar, pero sí podemos maquillarlas, dejarlas escondidas. _ mientras habla  suelta la mano de su padre y se palpa las muñecas, palpa el cuero y el metal que esconden y, como ella misma ha dicho, maquillan las  cicatrices que perviven allí debajo, tras todas sus pulseras. Él levanta la vista y se sorprende con la madurez de estas palabras. No sabe cómo la vida ha vapuleado a su hija, pero lo puede imaginar, lo puede intuir. Los golpes la deben haber hecho fuerte, piensa, y no, no está errado. Pero dejemos que sea Elena la que nos cuente sus propios avatares._ Dicen que la caída le provocó el parto a mamá que ya casi salía de cuentas. Si no hubiera ido aquel día al espigón tal vez todo hubiera sido distinto. Quizás fuéramos hoy una familia feliz… Pero ahora eso ya no tiene remedio ni importa, o sí, no lo sé… Quién puede desenredar la madeja del destino…. Nadie, es una madeja cruel que va dejando las puntas de sus hilos sueltas, para que luego seamos los humanos las que las encontremos y hagamos el nudo que unirá una punta con la otra. La punta suelta que dejó la caída de mamá me llevó a nacer en el hospital de Cádiz, y allí estuve hasta que los servicios sociales se hicieron cargo de mí.

_ La Amnesia de tu madre… es … total o hay alguna posibilidad de que…
_ Mamá no tiene amnesia, eso fue un invento de tía Eulalia. Mamá está en coma.

El corazón de Roger, que se había abocado al abismo del estómago, queda devorado totalmente, después de oír esto, por sus jugos gástricos. Intenta salvarlo de la acción del ácido corrosivo, pero le es imposible, siente como cada trozo se deshace y se convierte en una gelatina nauseabunda y  espumosa.

_La familia se avergüenza de tener a alguien en estado vegetativo y tía Eulalia la que más. _Continúa diciendo Elena._ Abuela Esperanza era la única que abogaba por ella, pero estaba tan mayor y enferma que nada podía hacer al respecto. Murió con esa inmensa pena, sabiendo que su hija pequeña estaba dejada a las manos de Dios en una fría clínica, donde la atienden muy bien, he de decirlo, pero donde vegeta sola. Nadie va a visitarla. Tía Eulalia y tío Pedro, al menos, tienen la decencia de pagar las facturas médicas que genera la hospitalización de Mamá, pero no te creas que lo hacen de su  bolsillo, lo hacen con el dinero que dejó la abuela para tal cosa y del que ellos son administradores por igual. Nunca se hablaba de ella en las reuniones familiares ni sociales, como si no hubiera existido nunca, y cuando algún despistado preguntaba por mamá, cambiaban de tema inmediatamente con un simple: Bien, muy bien, mejorando. Tía Eulalia es un áspid de mucho cuidado. No sé cómo resistí tanto tiempo en aquella casa, y cuando digo casa digo familia, que me anulaba y tanto mal me hizo, y acabó incitándome al… _ Elena se queda en silencio, se le hace un nudo en la garganta. Vuelve a sobarse las muñecas y a dejar la mirada perdida.

_Pero… ¿cuándo viniste a vivir con ellos?_ pregunta Roger. Su voz tiembla, está  como rota, es un susurro quebradizo repleto de emociones encontradas._ Me  decías que te habían recogido los servicios sociales… _ Elena sigue ensimismada y le escucha remotamente, el sonido de sus palabras le llega con esa distorsión plagada de sísmicos compases emocionales. Mientras, ella está intentando no acceder a cierta región de su memoria que quiere siga clausurada, allí donde guarda el recuerdo de ese día en que sus muñecas sangraron para que, en cada glóbulo, en cada plaqueta, se escapara lentamente su vida de apenas dieciséis años. Y lo logra, se detiene a tiempo ante la puerta de las siete llaves y huye, expande esas metafóricas alas de ángel blanco y vuela al cielo de la realidad  y el presente. Ella no le contará este episodio a su padre, no se lo permitirá ella ni se lo permitiremos nosotros. Una adolescente no tiene que revivir tal tragedia, menos aún haberla vivido, claro está. Pero yo sí puedo contarles que pasó aquel día, para que conozcan las consecuencias que trae aparejado el abuso, la desidia, la falta de amor,  de la que fue víctima la desvalida niña que un día fue.
Cansada de los maltratos físicos y psicológicos que estuvo recibiendo por parte de su tía, Elena se cortó las venas, sentada en un banco de un parque, después de salir del instituto. Sobrevivió gracias a Joan, ese mismo Joan que desde hace dos años reencontró en el grupo de rock y que, en esa época, iba con ella a clases de música. Él la seguía, guardaba la distancia para que ella no le descubriera. La había visto durante toda la clase totalmente enajenada, absorta, en continua introspección, y los ojos perdiendo el matiz azul y convirtiéndose en simples y grises botones sin vida, y se preocupó, era evidente de que no estaba bien y no había que dejarla sola. Cuando ella se sentó en el banco, dejando caer la guitarra al suelo descuidadamente y sin importarle el daño que podía haber sufrido el instrumento, él se detuvo y se quedó vigilándola escondido tras  una columna de la glorieta que les separaba en apenas unas rápidas zancadas. Elena sacó del bolsillo de la chaqueta la navaja y sin pensarlo siquiera, ya lo había pensado lo suficiente, se rajó la piel con un corte certero y, según sintió ella, liberador. Primero una, e inmediatamente cambió la navaja a la mano herida y se hizo el tajo en la otra muñeca. Todo fue tan rápido que a pesar de la cercanía, a Joan sólo le dio tiempo de gritar un No continuado.  ¡Noooooooooooooooo! Se oyó retumbar en el semidesierto parque. Corrió hacia ella, tiró al suelo su propia guitarra, se deshizo de su chaqueta, se quitó la camisa para romperla a tiras que luego le servirían para vendar y hacer un torniquete que impidiera que la sangre siguiera fluyendo, y la auxilió. Después de vendarla de la mejor manera posible, la tomó en brazos y salió corriendo con ella hacia la entrada del parque, llegó a la calle, se atravesó en medio de ésta consiguiendo que el primer coche que se acercaba frenara en seco y los condujera hacia el hospital. Las guitarras quedaron abandonadas en el parque, una sobre otra, como sellando un pacto, como si fueran el símbolo de lo que habría de suceder muchos años después, ese reencuentro donde el amor surgió, y como en el caso de Arturo y Anaïs, pudo, poco a poco, curar las cicatrices.

Continuará...


lunes, 21 de abril de 2014

Cicatrices (tercera parte / fragmento 3)

(USMC photo by Sergeant Christopher R. Rye


“_A pesar de la brevedad de nuestra relación, medio año apenas, amé a tu madre con ese amor que sólo se describe en las buenas novelas, como Gastby a Daisy, como Florentino Ariza a Fermina Daza… ¿Entiendes lo que te quiero decir…?
No abandoné a Carmen, el destino me obligó a abandonarla, la guerra me obligó a abandonarla… No fue fácil para mí ni para ella, la despedida, digo, porque no la hubo, los acontecimientos se precipitaron de forma inesperada. Te juro que, de haber seguido aquí, me hubiera casado con tu madre, puso en mi vida la luz que le faltaba… Tu madre era toda vitalidad, pasión… Cuando comenzamos a salir me dije: es la de Mérimée y Bizet, es esa Carmen, estoy amando a un personaje de ópera, de mi ópera… Sí, éste gigante musculoso, siempre ha sentido una debilidad extrema por la música lírica, paradójico ¿verdad? Quién pudiera imaginar que el cuerpo de un soldado, en este caso, el mío, que es  una maquinaria entrenada para matar, pudiera dar muestras de ese tipo de sensibilidad… Pero todos tenemos un corazoncito, hija… todos… Y creo que tu madre supo ver eso en mí, bueno, creo no, estoy seguro, lo que hizo que se rindiera a mis pies fue ver el amante sensible que se ocultaba bajo toda esta coraza de músculo, el hombre que era capaz de amar dejándose la piel.
La última vez que la vi fue en la terraza del bar de Manolo. Siempre quedábamos para tomar unas copas con Queta, Benny, Asun y Don, luego, nosotros tres, los enamorados soldados yanquis,  regresábamos a la base. Antes, en su piso, habíamos hecho el amor como si la tierra fuera a pararse de pronto y el mundo fuera a dejar de existir, como si hubiera de ser la última vez, y es que siempre lo hacíamos así… sólo que, en esta ocasión, se hizo realidad. Al día siguiente yo marcharía para la guerra, me arrancarían de los brazos de tu madre para siempre."

Ahora  ya no son lágrimas las que vierte el corazón de Roger, véalo usted bien, es el propio  órgano el  que se lanza al vacío y se deja devorar por el lago ácido del estómago. Roger siente que es víctima, no que fue, que sigue siendo, de una tragedia. La tinta de Shakespeare lo perfila, lo dibuja en letras vivas, cobrando relieve en la hoja áspera de la existencia. Porque la guerra es dura, más aún si dejas atrás el amor, aunque ese mismo amor sea el que luego te de fuerzas para seguir en la trinchera. 

El monstruo de la guerra lo siega todo, pero nunca podrá segar los sentimientos, esos perviven aferrados, prendidos, clavados en cada ondulación de tu carne, tatuados en cada entraña. Gracias a ellos sobrevivió a su propio Apocalipsis, sobrevivió a la tortura, al secuestro, a la explosión de la granada que le marcó el torso y el abdomen para siempre, que le dejó en medio de la arena a merced de la carroña.

Hagamos de nuevo un ejercicio de inmersión, entremos en su cabeza, busquemos ese aciago día en los pliegues de su cerebro. Accedamos, en el  hipocampo, a su memoria a largo plazo, veamos como las neuronas, en sus conexiones sinápticas, nos devuelven de manera vívida aquel recuerdo.  Aquí está... ¿lo ve, verdad? pues vivámoslo a la par de él, como en una futurista pantalla de cine en la que, además de   apreciar los colores, podremos percibir los olores.

Veamos primeramente la paleta cromática de este recuerdo: siena, ocre, amarillo, marrón, gris, negro y rojo. Ahora percibamos los olores: sudor,  pólvora,  humo,  miedo, sangre,  excrementos.


Presenciaremos en primera fila lo que vieron sus ojos; es una proyección subjetiva, por lo tanto no veremos la imagen de un convoy que se acerca por una sufrida carretera casi comida por la arena, veremos, en el interior de la parte trasera de un camión, a soldados americanos con sus ajados, sudados y malolientes uniformes, con sus cascos calados hasta casi taparles los ojos, con sus modernos fusiles de asalto entre las manos y apoyados en el suelo, o llevándolos en  el regazo. Veremos sus caras sucias y oiremos sus insulsas conversaciones. Veremos luego la cara de Eliot, un joven de Pensilvania, que va a la vera de nuestro protagonista, cuando éste, con un ligero toque en el hombro de Roger, reclama su atención y continúa narrándole una anécdota de su infancia. No veremos que el camión, primero de la comitiva, se va acercando a una zona de altas dunas, tampoco que tras ellas están los iraquíes emboscados, ni que en los baches de esa estropeada carretera hay minas sembradas. Sentiremos una explosión tremenda tras el camión, veremos desestabilizarse la imagen, dar vueltas y, a pequeños intervalos, quedarse todo negro, porque son los instantes en que Roger cierra los ojos y aprieta los dientes. No veremos el camión volcado de un lado, veremos un amasijo de hombres. No veremos a los iraquíes disparando contra el convoy, oiremos esos disparos. Veremos la mano de Roger apartando a Eliot de encima de su abdomen, veremos esa misma mano abofeteando la cara del muchacho para que vuelva en sí de su ataque de pánico. No veremos la imagen completa de cómo Roger se pone en pie y ayuda a Eliot a hacer lo mismo cuando éste último se ha recobrado un poco de su trance. Veremos barridos de imágenes, como flashes: torsos, manos, caras, fundido en negro, fusil, hombros, Eliot, cuerpos, lona, fundido en negro, lona que se levanta, luz amarilla,  arena ocre, fundido en negro, suelo de arena, suelo de arena que se acerca a la cara, sonido de un cuerpo que cae, bueno, mejor dicho, de dos cuerpos que caen, fundido en negro, y luego arena y más arena. No veremos a Roger reptando entre las dunas y poniéndose a cubierto, veremos esa arena ante nosotros, que nos nubla la visión, que se pega a la cara y la sentimos en la boca. Veremos a Eliot reptando de igual manera, con increíble destreza, alejándose,  y veremos una bala entrar en su cuello y  a él quedarse inmóvil, y del cuello comenzar a borbotear sangre y manchar el ocre de la arena de un rojo  que se irá volviendo marrón. Oiremos los disparos de los fusiles y  las ráfagas de las ametralladoras; oleremos la pólvora. Veremos humo negro y el sol opacado por el humo, de nuevo un fundido en negro, y luego nos giraremos, y la imagen delante nuestro va  ir apareciendo poco a poco tras la duna. Ahora sí veremos el camión volcado y ardiendo, y a toda la fila del convoy, y cuerpos a lo largo de la carretera y sobre las dunas; algunos destrozados, otros sangrando, otros gritando de dolor, se repite el fundido en negro y, después de éste, veremos la misma imagen pero a través de una mirilla, y apuntaremos hacia la nada y dispararemos como unos locos, y gritaremos con rabia, y sentiremos raros y potentes silbidos que pasan cerca de nuestra cabeza, entonces nos resguardaremos otra vez tras la duna, nos voltearemos sobre nuestras espaldas y volveremos a ver, sobre nuestras cabezas, ese cielo vestido de humo gris y negro, y sentiremos el olor a quemado de la carne humana, el olor acre de la pólvora, del caucho calcinado de lo neumáticos;  una mezcla de fuertes olores que se hará cada vez más persistente y que se colará por nuestras narices sin cuidado alguno hasta provocarnos nauseas. Y oiremos caer un objeto, lo buscaremos con la vista y lo veremos unos cuantos metros más allá, nos quedaremos paralizados, sentiremos que algo caliente se desliza por nuestros muslos desde el ano y percibiremos el olor de nuestro propio excremento. Sentiremos la explosión y un dolor quemante que nos agujerea todo el torso y el abdomen, y creeremos que ya todo está acabado, y nuestra última visión será el cuerpo desnudo de Carmen, y, de nuevo, fundido en negro.

Qué hacia un marine en un convoy de soldados de infantería, nos preguntamos. Y he ahí de nuevo las jugarretas  que nos depara el destino, pero esa es otra larga historia que ahora no nos interesa, lo que de verdad nos importa es saber qué hacía Roger en el ejército, qué le llevó a formar parte de los acólitos de Marte. Era Roger un hombre belicoso, no, todo lo contrario, renegó siempre de la guerra, no estaba de acuerdo con la política intervencionista y bélica de su país, pero la necesidad aprieta, el hambre aprieta, el que tus padres lo pierdan todo y no puedan seguir pagándote los estudios y apenas puedan seguir afrontando las deudas te hace buscar alternativas y te lleva a caminos que quizás nunca hubieras tomado; el que tengas que rescatar a tu propio padre de la muerte, cortando la soga que le iba a estrangular en una improvisada horca en medio de un granero de una desvencijada granja, te empuja, sin remedio, a la búsqueda de dinero fácil y rápido, a la búsqueda de un empleo bien remunerado y que sea fijo, donde se ocupen de toda tu manutención, y qué mejor sitio que el ejército. Es cierto, pasaría un período en que no ganaría lo suficiente, pero al menos no sería una carga para sus padres, y luego, cuando ya tuviera un sueldo como Dios manda, podría ayudarles. Él sabía que tenía las condiciones físicas e intelectuales para entrar, porque además de su cuerpo gigantesco y  musculoso, que tal pareciese fuera labrado por la halterofilia, pero que era herencia genética de su padre,  era un gran deportista, un excelente jugador de fútbol americano, y un notable estudiante en la universidad. Un notable estudiante amante de Whitman, de Faulkner, de Hemingway, de Emily Dickinson, de Scott Fitzgerald, de  T. S. Eliot, de Poe,  de Hawthorne, y que quería ser poeta y escritor y que, como ya sabemos, acabó como soldado, y hasta lo que usted sabe, en los umbrales de la muerte. Pero yo sé lo que pasó después, lo recogieron los  yihadistas iraquíes y le mal curaron y le retuvieron durante casi dos meses y le torturaron hasta que fue rescatado por las tropas americanas. Y durante todo ese tiempo sólo quería seguir vivo, y se aferraba a sus recuerdos, se aferraba a la idea de volver a ver a sus padres, a la idea de volver junto a su Carmen, junto a aquella mujer pasional que le había hecho sentir lo que ninguna otra.

Continúa aquí

viernes, 18 de abril de 2014

Cicatrices (tercera parte / fragmento 2)



Granujilla /George Owen Wynne Apperle / Inglaterra




Aún, durante unos instantes, continúan observándose. Si aprecian bien hay felicidad y tristeza en sus miradas, son como dos manchas, una de un azul más tenue y la otra de un azul que se hace gris. Conviven juntas, entrelazadas en eterna simbiosis molecular, partícula con partícula, átomo con átomo, pigmento con pigmento, conviviendo en las pupilas de dos seres dueños y víctimas del abandono. En los ojos de Elena la mancha azul tenue es más grande que la gris, en los de Roger, todo lo contrario, la gris está devorando lentamente a la azul, pero quizás, a partir de ahora, con este reencuentro, el azul comience a ganar la batalla.
_ Necesito que me cuentes todo… _ la palabra que ahora va a decir no la ha dicho en voz alta en toda su vida, por eso le cuesta y vemos como balbucea como si fuera una párvula_…Papá.
_ Por dónde quieres que empiece… _ él, en cambio, la suya, la dice con determinación, con convencimiento, con orgullo_…Hija.
­_ ¿Cómo conociste a Mamá?
_ Seguramente tu madre ya te lo habrá contado muchas veces…
_Mamá no me reconoce, no sabe quién soy… en realidad…, no me ha conocido nunca.

“_Hey, girl…, bonita muchacha, tú partir my heart.”
“_ Pero será pesado el americano éste… A ver, mi alma, que no te entiendo ni jota, ni el jeart ese ni ninguna otra cosa, jajaja…”_ dice ella dirigiéndose a sus amigas y luego a Roger. Y ríe de una manera desenfadada. Y a él le parece la risa perfecta para esa mujer extrovertida.

Benny, Don y él habían ido de bar en bar, de terraza en terraza, llevaban ya algunas copas, pero muy escasas, todavía había sobriedad en sus cuerpos, en su cerebros y en sus lenguas. Entonces llegaron a aquella terraza frente al mar. Y allí estaban ellas, tres hermosas mujeres morenas para un pelirrojo, pecoso, ojiverde, alto, y correoso Benny, de rostro amable, sonrisa infantil y cuerpo trabajado en el gimnasio; un afroamericano Don, de pómulos marcados,  labios enormes, dentadura blanquísima, como una cuchillada de luz cuando reía. Don era el más bajo de los tres, pero le compensaba su cuerpo de púgil peso pluma; y él, Roger, casi tan alto como Benny, pero el doble de corpulento, rubio, ojos azul claro y rostro duro, de cuadrada mandíbula, pómulos colorados, pero increíblemente simpático para ser americano.
Ellas: Asunción, exuberante, baja y de amplias caderas, ojos negrísimos y picarones, bella como una pintura de George Owen Wynne Apperley, eso pensó Don, cuando ya sentado a sus vera la chica no dejaba de toquetearle, y no se equivocaba, porque, en realidad, cualquiera de las tres muchachas pudiera haber sido, perfectamente, modelo del artista inglés, y haber brotado de alguno de sus lienzos de andaluzas y gitanas. Después venía Enriqueta, con su cara afilada, su graciosa nariz de muñeca de porcelana y aquellos ojos enormes que ocupaban su rostro como si fueran dos pájaros vivos dispuestos a echarse a volar, de senos pequeños y delgada, pero de culo respingón, y de la que Benny quedó prendado, y, por último, Carmen: su belleza era totalmente atípica, quizás la menos bella de las tres, no obstante, tenía  un no sé qué en su mirada, en sus gestos, en sus curvas… Su manera de reír era única, una estruendosa carcajada llena de vitalidad que le achinaba los ojos y le hacía tremolar todo el torso. Tenía el cabello más negro que Roger había visto en su vida, y los ojos eran de un marrón intenso, vitales, limpios, y luego estaba aquel cuerpo perfectamente equilibrado y sensual.”
“_ A mí me gusta el moreno_ dijo Asunción._ si no vas tú, voy yo y los invito.  A que sí, Queta.”
“_Sí, Asun, sí, si no, a qué hemos venido, a estar como pasmarotes. Yo hace mucho que no me como un rosco, y a cualquiera de esos tres me los meriendo, jajajaja. _Dijo Enriqueta.
_ Venga, no seas aguafiestas, Carmina, que están bien guapos los yanquis. Venga, hazle una seña al rubio ese, que se sienten con nosotras, y dile que nos inviten a otra copa, chiquilla. Venga, anda. No ves que el rubio te está comiendo con los ojos, pa’mí que ya te ha hasta desnudao, jajajaja_ le dijo Asunción a Carmen y siguió riendo con malicia.

Entonces Carmen observa con detenimiento a Roger. Es un hombre que exuda virilidad por los cuatro costados, no hay duda, y a ella siempre le han gustado los tíos muy machos. Le sostiene la mirada mientras él también está embelesado diseccionándola, y ella ve esa llama azul en sus ojos, no hay sólo lujuria, hay más, hay bondad, una bondad que no cuadra con ese cuerpo de armario empotrado, y eso le gusta. Descubre que la mira con otra especie de deseo, ese hombre no quiere sólo follar, quiere también amar, es de los que se entrega en su totalidad. Ella sabe de esas cosas, ella tiene ese sexto sentido.
Ellos están sólo unos metros más allá, y los tres, entre trago y trago, no dejan de mirarlas. Carmen levanta su copa y con un gesto de su cabeza les conmina a acompañarles. Y ese gesto tan simple, que le haría entrar a los predios de la felicidad, a la vivencia de un amor desenfrenado, visceral y auténtico, le llevará también a su desgracia, aunque ella nunca tendrá conciencia de esto. Nunca recordará aquel día que, ya embarazada y apunto de parir, resbaló sobre las húmedas piedras del espigón a dónde iba cada día, como una moderna Penélope, como la Penélope de Serrat, a esperar que él regresara en cualquier barco, y se golpeó la cabeza al caer, entrando para siempre en otros predios, en los de la desmemoria. La vida tiene estas cosas, un acto mínimo, intrascendente, se convierte, sin que sea previsible, en una hecatombe, es la reacción en cadena, el llamado efecto mariposa. Un ligero resbalón sumiría la vida de Carmen en la inconsciencia y la de Elena en un infierno. Él no lo supo, lo de la enfermedad de Carmen y de que era padre, hasta hace unas semanas, cuando por casualidad se encontró con Don en un centro comercial. Del atlético púgil ya no quedaba ni restos, ahora era un negro gordo y calvo al que le costó reconocer. Don le contó que había vuelto a España con su hijo mayor, de turismo, y que habían recorrido Cádiz y Rota. Que había vuelto a aquel bar, y que Manolo, el dueño, después de él explicarle quién era, con la ayuda de su hijo Jonh, que ha estudiado Español, como tú, le dijo, que te dio por eso en la asociación de veteranos de guerra, bueno, pues que les recordó enseguida, qué cómo se iba a olvidar de aquellos tres yanquis que durante seis meses se hicieron habituales de su terraza acompañados de tan guapas muchachas. Nunca nadie, como ellos, le había dejado tan buenas propinas. Manolo le contó que Asun se había casado con otro negrito, de los de la base, y que residía, desde ese entonces, en Estados Unidos, en Cleveland, o algo así. Que Queta, con la que sí tenía más contacto, la veía alguna que otra vez por el pueblo, era madre de tres hijas tan espigadas y guapas como ella, y que Carmen había sufrido un accidente del que había quedado muy mal, que había sido varios meses después, si su mente no le fallaba, de que ellos hubieran marchado, que estaba embarazada en el momento en que tuvo el accidente y que creía recordar que había tenido una niña. Que de Carmen se decía que sufría amnesia. Pero que él, después de aquello, nunca más la volvió a ver y que tampoco había sabido nunca nada de la cría.
Si hubiéramos estado allí, en aquel momento de su encuentro con Don, hubiéramos visto de nuevo estrujarse su corazón y quedar exprimido como un hollejo, y ver llorar a ese órgano vital lágrimas de sangre que cayeron al estómago y fueron devoradas por los jugos gástricos, y verlas, además, bañar el hígado, ese hígado quemado, casi aniquilado, por el alcohol de otrora.


Manila / la modelo es la esposa y musa del artista, Enriqueta Contreras










jueves, 17 de abril de 2014

Espinelas de la Realidad y la Utopía



     En vista de la buena aceptación que tuvo DIEZ DE DIEZ,  os dejo con este otro ramillete de décimas de mi cuaderno ESPINELAS DE LA REALIDAD Y LA UTOPÍA, que hace algún tiempo había publicado en este mismo Blog, pero en dos entradas diferentes.  Ahora, las pongo a vuestra consideración, en su conjunto.




Graciela Bello (Argentina)


Ayer fui un saco de huesos,
hoy soy carne de cañón.
La vida cuesta un riñón,
y allí se alquilan los besos.
Del consumo estamos presos.
Ni capital ni comuna.
El futuro está en la luna
distante, opaca y muy fría.
La quimera es agonía
y la agonía es hambruna.

*****************

El cuento de la serpiente
que va y se muerde la cola.
El poeta y la pistola
que dispara un verso ardiente.
Cuento lejano de oriente:
hombres bombas, religión,
vírgenes de la ablación.
talibanes, metralletas,
huérfanos con sus cometas,
déspotas, lapidación.

******************

Por qué está el sol apagado,
por qué el invierno me abraza,
por qué llevar la coraza
de corcel recién domado.
Porqué he de estar yo callado
ante tanta ineptitud.
Por qué de mi juventud
no queda más que la bruma.
Por qué me resta y no suma
esta perenne inquietud.

*****************

Aguas que llegan de prisa
a mojar el campo yerto,
mejor besad el desierto
que está bajo mi camisa.
Borrad la marca de tiza
que me dejó el infortunio.
Domad este plenilunio
que se agita en mi garganta.
Saciad la sed que me espanta
sea abril o sea junio.

*****************

Esa punzada que siento
tras la piel, en el abdomen;
necesito que la domen,
pues es fiera y es tormento.
En sus garras esperpento
soy, títere, marioneta,
una sombra, una silueta
en la pared de este día,
borrándose en la agonía,
degradando la paleta.

******************

Me fui de un mundo dormido,
yo, Morfeo de la espuma,
escapando de la bruma
y del humo del olvido.
Más todo lo que he vivido
en la utopía del viento,
no ha servido de cimiento
para sembrar nuevos sueños;
sólo quedaron pequeños
retales de pensamiento.

*****************

Si alguna vez dije espejos,
si alguna vez dije lluvia,
si alguna vez dije Nubia,
 fue porque estaba muy lejos.
Si alguna vez: catalejos,
si alguna vez: isla y mar,
fue que el hecho de emigrar
me sembraba en otra tierra.
Si alguna vez dije: hierra:
Yo era un potro sin domar.

*****************

Si vas a cruzar el puente
sobre el río de la euforia,
nunca pierdas la memoria,
ten despejada la frente.
Ve despacio, el impaciente
suele caerse al vacío
y ahogarse en el propio río
de esa euforia repentina.
Escapar de la rutina
lleva esfuerzo y poderío.

*****************

De nuevo la incertidumbre
me destroza, me desvela,
de nuevo mi carabela
naufraga en la podredumbre.
Como cerilla sin lumbre
por la vida voy de prisa.
Se me apagó la sonrisa,
zarpo en pos de la utopía,
pero mi nave vacía
se quemó y ahora es ceniza.

*****************

Hay una fiera en mi fuero,
hay una flor en mi flora,
soy el hijo de Pandora,
soy un triste prisionero.
Soy un temible guerrero,
un ogro de garra amable,
soy un volcán inestable,
soy un remanso de calma...
Yo nací bajo la palma
con una mancha imborrable.

*****************

Si supiera qué camino
habría de tomar volando,
dejaría de ir andando
en busca de mi destino.
No soy astro y me declino,
en el ocaso me ahogo,
como el sol bogo que bogo
en la playa que crepita.
No hace falta que repita
que por mi suerte yo abogo.

******************

Volando van las cornejas
por cielo azul enrejado
y dejan sobre el tejado
sus sombras sucias y añejas.
Las alas son negras cejas
en el rostro de la tarde,
esta visión es alarde
de lo efímero y lo bello.
Cada ave es un destello
junto al sol que al fondo arde.

*****************

A veces yo me marchito,
soy hojarasca otoñal,
que se va en el vendaval
sin dejar un verso escrito.
A veces el infinito
me devora, me destierra.
A veces voy bajo tierra
y germino, soy simiente;
a veces soy la corriente
de un río en lejana sierra.

*****************

Las tres partes del día



La mañana




La mañana vino a mí
con su traje de rocío.
Dejó mi cuerpo vacío
y no preguntó por ti.
Ni siquiera el frenesí
que en mi sexo estaba preso
me dejó. Ahora, ex confeso,
desnudo, ya sin tu aroma,
sigo vivo, pero en coma,
estoy totalmente leso.

La tarde

La tarde se corre astuta
entre las sedas del día.
La tarde en su cruel manía
de ser virgen y ser puta.
Se crece azul, absoluta,
delante de mis dos manos.
Intento, pero son vanos
mis esfuerzos por besarla.
Quizás precise domarla
con mis vientos antillanos.

La noche

La noche ebria y traviesa
me enseña su vulva oscura.
Yo acaricio la negrura
de su africana cabeza.
La noche con su rareza
de inexistencia lunar.
La noche es un lupanar
de éxtasis y de ambrosía.
Negra cubana, bravía,
ninfa saliendo del mar.








lunes, 14 de abril de 2014

Cicatrices (tercera parte / fragmento 1)

Acuarela de Olga Noes / USA

Acto II
Elena y Roger
(Remembranzas)

_ Seguramente tu madre ya te lo habrá contado muchas veces…
_ Mamá no me reconoce, no sabe quién soy…

De mi mano usted ha experimentado y ha visto cosas que de otra manera no hubieran sido posibles. Ahora le propongo un viaje más osado. Si hasta este momento habíamos accedido a la mente de nuestros protagonistas, ahora accederemos también al interior de sus cuerpos. Entréguese de nuevo a la sinergia, cierre los ojos y observemos otra realidad, la interna, viajemos a través de órganos y vísceras. Por ejemplo, concentrémonos en el cuerpo de Roger y tratemos de focalizar su corazón ¿Lo ve? ¿Sí? Es un corazón como otro cualquiera, con el peso y el tamaño característico de un hombre de su edad, con sus sístoles y  sus diástoles, pero que lleva marcas imborrables, observe cómo reacciona al oír estas palabras:

_Mamá no me reconoce, no sabe quién soy…

Ve, sufre una bradicardia, pareciese como si se  parara y se contrajese; y si ahora, visualizamos además, la imagen que ha creado su mente, podemos ver una mano estrujándoselo, arrancándoselo de cuajo. Había sabido de Carmen, de su enfermedad, pero nunca imaginó que pudiera haber llegado a tal magnitud. Y oiga, oiga lo que piensa: "Mi Carmen, mi amada Carmen"  y rememora:
"_ Hey, girl, pretty girl, come here…, chica, chica bonita… please…
_Que no, mi alma, que no…, que no voy.
Qué hermosa estaba aquel día, con su vestido estampado de vivos colores, el cabello negrísimo cayendo sobre la espalda, sentada con aquellas otras dos amigas en la terraza del bar. Los labios del mismo rojo que  los pendientes,  que el collar y que las pulseras, semejando, cada complemento, llamaradas sobre su carne. "

El recuerdo es nítido, casi lo puede palpar. Era una tarde de domingo, Benny, Don y él, salieron temprano de la base para ir a conocer el pueblo, paladear sus bares, respirar sus ambientes y beber como cosacos en cada esquina. Después de tantos días en el océano era la primera vez que bajaban a tierra firme y que salían de las instalaciones de la base. El primer día, la primera vez… y la conoció ella.
Vuelve a prestar atención a su hija que no ha concluido la frase y se ha quedado con la mirada perdida, quizás buscando las palabras precisas, pero sabe que no hay otras, son esas, sólo esas.

Elena no ha heredado la belleza racial de mi Carmen, los genes anglosajones han ganado la batalla, es la viva imagen de mi madre."" Por qué ha sido tan cruel el destino conmigo, por qué he tenido que estar tanto tiempo ausente de la vida de esta desvalida niña."
_… en realidad…, no me ha conocido nunca. _termina de decir Elena casi en un susurro.

Observemos de nuevo el corazón de Roger, veamos ahora como esa mano imaginaria le aprieta de nuevo, y si miramos a su alrededor, alrededor de ese sufrido órgano,  veremos un inmenso vacío que necesita ser colmado de inmediato. Ese vacío que se fue haciendo cada día mayor desde que tuvo que dejarla a ella, a su Carmen, y volver a subirse al portaviones y salir con destino a Irak, sin saber que su semilla estaba fructificando en el vientre de esa hermosa mujer morena.
Pero volvamos al principio, no al germen de esta historia de encuentros y abandonos, sino al inicio de este reencuentro entre la hija y el padre. Él, directamente desde el Aeropuerto, ha tomado un taxi hasta este pueblo, se ha dejado una pequeña fortuna en el trayecto y  le importa un bledo, gastaría todo el dinero del mundo y lo volvería a hacer cuantas veces fuera necesario.
Estamos fuera del bar, como al comienzo de nuestra narración, vemos llegar el taxi que aparca cerca de la puerta, y un hombre alto, rubio, aunque ya clarea en las sienes y la coronilla, fornido y terriblemente emocionado, se baja del automóvil. Venga, sigamos sus pasos, veámosle entrar, atravesar la puerta de cristal plomado, detenerse bruscamente y buscar con la mirada, recorrer la estancia hasta dar con esa joven de cara rubicunda y look roquero sentada en la mesa cerca de la entrada a los aseos, dirigirse hacia allí con los ojos aguados, pero, antes, detenerse en la barra y pedir un vaso de agua, aunque lo que le apetece, en verdad, es un buen escocés, pero hace ya diez años que dejó el alcohol, y sabe que no puede recaer, menos ahora. No nos separemos de él, acerquémonos más, vea como no deja de mirar hacia la joven que aún no se ha percatado de su presencia, pues está atenta a su teléfono móvil leyendo algo, al mismo tiempo que escucha música a través de los auriculares que lleva conectados al teléfono. Coge el vaso y la pequeña botella que le ofrece Margarita y, por fin, se dirige a su destino, ese destino que es un pasado en forma de ángel negro, pero que él descubrirá, poco a poco, a medida que platiquen, que atesora un ángel blanco, inmaculadamente blanco, a pesar de las oscuridades en las que ha vivido y de sus viejas  heridas. Ahora sentémonos a la vera, en esta otra mesa. Desde aquí podremos escucharles sin dificultad alguna. Preste atención a Roger, aguce el oído… ¿lo oye…, ese latir acelerado de  su corazón que se desboca como un caballo de carreras? Y vea, vea como se acelera, se inflama y crece, se hace enorme y ocupa todo el vacío en derredor.
_Hola… _Dice él en perfecto castellano.
Ella levanta la vista. Sus miradas se buscan, se encuentran; azul y azul en una mar que inmediatamente se desborda. Es él, no hay lugar a dudas, son sus ojos, es su hoyuelo.
_Hola… _dice ella emocionada, y se levanta con brusquedad. Los audífonos se desprenden de sus oídos y quedan colgando junto al teléfono que cae sobre la mesa, entonces se abalanza hacia él y le abraza. Roger le arropa entre sus enormes brazos y Elena es un tímido ovillo sobre aquel torso fornido y enorme. Así se están unos minutos, ninguno quiere ser el primero en soltar al otro, de deshacer estas amarras, porque temen volver a quedarse a la deriva. Él, con la mano libre (todavía lleva sujeta en la otra la botella de agua y el vaso sobre ésta a manera de sombrero)  le acaricia la cabeza y dice:
_ My baby…
Ahora fíjese como Elena se separa poco a poco, le busca la cara con la mirada y, aunque todo lo ve borroso, sonríe. Deshacen el abrazo y se sientan la una frente al otro, a la par que enjugan sus lágrimas.
_ ¿Has tenido buen viaje?_ Pregunta ella con timidez.
_ Estupendo. _ contesta él. _  Aunque no he pegado ojo en todo el trayecto, supongo que por los nervios o la ansiedad, no sé. De todas formas he viajado cómodamente…_ se queda en silencio, esperando que ella diga algo,  pero Elena le escucha expectante, le descifra milimétricamente cada arruga, casa peca, busca más allá, en el fondo de los ojos de su padre, que son los mismo suyos, que son los de sus abuela, aunque ella no lo sabe aún. _Cuando salí de allí hacía mal tiempo, en cambio aquí… _ continúa diciendo Roger. Y ahora vea que él hace exactamente lo mismo, la examina, pero de manera diferente, tratando de imaginar la niña que fue.
_ Sí, _ dice ella sin dejar de escrutarle_ llevamos muchos días de sol…
Entonces ambos comienzan a reírse, se han percatado de que han caído en el clásico tópico con que se  rompe el hielo, esa insípida conversación que acaba derivando en el estado del tiempo cuando no se tiene nada que decir, pero no es el caso, ellos tienen muchísimas cosas que desvelarse. Y sin dejar de mirarse directamente a los ojos y sin dejar de sonreír, presienten que hay una fuerza, una conexión, que les empuja a actuar de igual manera.